En las últimas semanas, casi coincidiendo con la formación del nuevo Govern de Catalunya, varios medios se han hecho eco de un caluroso debate alrededor de la ampliación del aeropuerto del Prat. Este es el enésimo debate sobre la cuestión, que ha propiciado la puesta en escena de varias opiniones de la mano de políticos en activo y de algunos personajes ilustres. A estas alturas, en esencia, hay dos posicionamientos muy claros: el de aquellos que consideran que la ampliación del aeropuerto barcelonés es absolutamente necesaria e indispensable para el progreso económico y social del país y, en la otra cara de la moneda, el de quien se opone a la ampliación por el coste medioambiental que implicaría llevarla a cabo y, en concreto, por la afectación sobre el entorno natural asociada al alargamiento de la pista sur del aeropuerto. Al escribir este artículo, no había consenso sobre la cuestión ni tampoco un acercamiento entre unos y otros para hablar.
Lo que hace falta, en cuanto a la ampliación del aeródromo catalán -pero también en relación a otras cuestiones relevantes que le afectan-, es un análisis riguroso y detallado, técnicamente solvente, que haga posible llegar al consenso del que ahora carece. Dicho de otro modo, superar los posicionamientos apriorísticos y llegar al fondo de la cuestión, mejor dicho, de las cuestiones, que hay planteadas. ¿Y cuáles son estas cuestiones? Se me ocurren, como mínimo, algunos elementos de reflexión.
La vocación de futuro del aeropuerto del Prat
El aeropuerto vive lo que podríamos bautizar como sus horas "graves". Apenas levantando cabeza tímidamente después de una terrible pandemia, que ha provocado un descenso muy relevante del número de pasajeros y una pérdida no menos relevante del número de rutas aéreas, sobre todo de largo radio, es el momento de reflexionar con calma sobre cuál es el aeropuerto que queremos para el futuro. Parecen quedar lejos las cifras del año 2019, cuando El Prat llegó casi a los 53 millones de pasajeros, al umbral de su capacidad, y superaba la cuarentena de rutas intercontinentales. Aquel año se culminaba con éxito una excelente operación comercial que había hecho posible disponer de una oferta de vuelos directos con destinos en todo el planeta, como Los Angeles o San Francisco, en América del Norte, o Pekín, Shanghai o Seúl, en el continente asiático, para citar solo algunas. Incluso, en aquel momento, disponíamos de un vuelo entre Dubai y Ciudad de México, haciendo escala en Barcelona, en lo que suponía una opción real de construir una estrategia largamente reivindicada y trabajada por el Comité de Desarrollo de Rutas Aéreas de Barcelona (CDRA): transformar El Prat en un aeropuerto de conexión entre Asia y América.
Detrás de la vocación internacional del aeropuerto hay la internacionalización de nuestra economía, de nuestras empresas, que necesitan acceder a los mercados internacionales y requieren vuelos directos
Se puede afirmar, sin riesgo de equivocarnos demasiado, que 2019 fue el año en que el aeródromo catalán logró su vocación más global, compitiendo de tú a tú con otros aeropuertos europeos de larga tradición intercontinental, como Roma o Milán, y consolidándose como uno de los aeropuertos más dinámicos del continente europeo. Un cambio de chip que apenas se inició en 2005, con la creación del CDRA por parte de las instituciones catalanas y AENA, en un buen ejemplo de coordinación institucional para lograr un objetivo común, el objetivo de conectar Barcelona con el mundo sin escalas. Hoy en día, cuando apenas empezamos a dejar atrás la covid-19 y sus terribles efectos, hay quien cuestiona la vocación global del aeropuerto barcelonés. Hay quien incluso pone en entredicho la necesidad de tenernos que conectar de forma directa con las principales regiones del planeta. No se puede estar más equivocado. No se trata solo de una cuestión de conectividad aérea, de una suma sin sentido de rutas aéreas, hay mucho más detrás de ello. Sin ir más lejos, hay la internacionalización de nuestra economía, de nuestras empresas, que necesitan acceder a los mercados internacionales de forma rápida y ágil y, para lograrlo, requieren vuelos directos, sin necesidad de hacer escala en Londres, Frankfurt o Madrid, para citar algunos ejemplos.
De todo lo que se ha dicho hasta ahora, si hay algo que sobresale con fuerza es la vocación global de nuestro aeropuerto. Es una vocación decidida que hay que preservar y favorecer de cara al futuro. Es el momento también de ejercer nuevos liderazgos que hagan posible que el aeropuerto de Barcelona acontezca intercontinental y, a la vez, puente entre los continentes asiático y americano. El Govern debe ser capaz de liderar este proceso puesto que, pese a no ser el titular de la infraestructura, de su mejora depende la economía del país y el futuro de muchas de nuestras empresas. Es el momento de creérselo y reclamar con el máximo convencimiento el papel que le corresponde en el Govern en el desarrollo futuro del aeropuerto del Prat. En este camino de liderazgo, sin embargo, habrá que recuperar el espíritu de consenso institucional que inspiró la creación del Comité de Desarrollo de Rutas Aéreas, buscando las complicidades necesarias para hacer posible el objetivo común de construir un mejor aeropuerto.