Me ha gustado. Ya fui fan de Carla Simón en “verano de 1993” y me ha vuelto a convencer. De hecho, Carla juega con ventaja, ella lo había vivido. El verano de 1993 era un relato autobiográfico y en Alcarràs se ayuda de escenas vividas. Esta ventaja, sin embargo, no la ostenta, la ofrece. Su mirada es a menudo la de los niños que observan la realidad que viven aunque, a veces, los mayores no les dejan entender. Su relato es, en buena parte, un documento sobre las dificultades y las alegrías de una explotación familiar agraria en las tierras de regadío de Lleida. Una empresa familiar que articula su economía sobre la base de una producción competitiva de fruta dulce (melocotón y nectarinas). Sin embargo, conserva las raíces de la casa de campo tradicional con vocación de autosuficiencia, así mantiene un poco de huerta, de viña y de ganadería de autoconsumo. El regadío es por inundación, una realidad que hoy afecta a la mitad de los regadíos de las tierras de Lleida aunque es un sistema a superar por razones de productividad, medio-ambiente y ahorro de agua. La película no esconde la realidad de los temporeros. Al mismo tiempo nos muestra la dependencia y la debilidad de estas empresas familiares. Quizás con insuficiente intensidad, expone las dificultades del campesinado para llevar la cosecha a su destino, es decir, al consumidor. Las dificultades del cultivo están representadas en la película por la plaga de conejos y el riesgo de los temporales. Finalmente, los bajos precios, en el seno de una relación desigual con otros eslabones de la cadena alimentaria, hacen explotar la indignación del campesinado y abren paso a la protesta colectiva. Como fin de fiesta muestra el desprecio absoluto de un país que no ha entendido la importancia crítica de la alimentación y tolera que tierras fértiles se conviertan en parques de energía fotovoltaica. Esta es una energía imprescindible, pero nunca debe ubicarse en competencia con el recurso crítico y escaso que son los alimentos. Carla Simón sí lo ha entendido.
Salimos del cine y la realidad continúa, el mes de marzo ha sido un mes de reivindicaciones campesinas en Catalunya y en España. Las disrupciones de la covid provocaron la subida de precios y costes. Después, la guerra de Ucrania ha roto todos los registros históricos. La gravedad de estas distorsiones de mercado se traducirán, a nivel global, en más pobreza, más tensión social y política y más hambre en un mundo desigual. Todo ello en el seno de una coyuntura dominada por la incertidumbre. Pero... el proceso viene de lejos.
Los campesinos nos explican sus razones. Han perdido rentabilidad en sus producciones hasta niveles económicamente insoportables. En las últimas décadas el abandono de cultivos y granjas ha sido incesante. A pesar de las ayudas, demasiado a menudo, los precios que perciben no cubren sus costes. De hecho, las movilizaciones son, sobre todo, un grito a favor de la supervivencia del modelo de agricultura familiar europeo. Ante esto, la respuesta ciudadana frecuentemente es de incomprensión. Curiosamente, los agricultores tienen en sus manos un producto básico como es el alimento, un producto que, por si faltaban argumentos, a la luz de la covid, de la huelga de transportistas y de la guerra de Ucrania, ha pasado a ser crítico. ¿Cómo se explican estas dificultades? ¿Cuáles son las causas de este aparente sin sentido? Las respuestas son múltiples y complejas.
En primer lugar, la larga lista de riesgos imprevisibles procedentes del clima y condicionantes de la naturaleza. Por ejemplo, esta primavera las tierras que nos ha fotografiado Carla Simón han sufrido unas heladas extraordinarias, fuera de tiempo y casi sin referentes. Las pérdidas en las cosechas han sido catastróficas. Otras veces el problema ha sido el viento que ha hecho caer los frutos, las granizadas, que ya ha habido también este año, etc. El frío, el calor, el viento, la lluvia, la sequía, las plagas diversas, las enfermedades de plantas y animales son los fantasmas que acompañan la vida campesina. Francesc Xavier Miarnau, fruticultor de tierras cercanas a Alcarràs publicaba en el diario SEGRE en referencia a las heladas: "En tres o cuatro noches y madrugadas, la perspectiva de una producción trabajada durante meses se va al garete." Para evitarlo se utilizaron riegos de aspersión (efecto iglú), quemadores, ventiladores ..., sin embargo, no se pudo salvar la producción. La agricultura ha ideado muchas y costosas estrategias para evitar estos riesgos pero los estragos de la naturaleza muchas veces acaban ganando.
Miarnau: "En tres o cuatro noches y madrugadas, la perspectiva de una producción trabajada durante meses se va al garete"
En segundo lugar, la globalización. Se han abierto fronteras y se han reducido las medidas de regulación. Así, por ejemplo, los mercados de futuros desregulados están jugando un rol desestabilizador de precios cuando su función es la contraria. Como consecuencia, ha disminuido la rentabilidad de la agricultura europea y se han incrementado los riesgos derivados de unos mercados altamente volátiles. Como todos sabemos, alto riesgo y baja rentabilidad son una pareja con poco futuro. Las tensiones geopolíticas están jugando un papel disruptor añadido. Por ejemplo, en Alcarràs mismo han sufrido el cierre de fronteras del mercado ruso desde la guerra de Crimea. Las sanciones impuestas por la Unión Europea a Rusia tuvieron la respuesta en el cierre de fronteras de la fruta sin que este campesinado tuviera ninguna relación con el problema. Ante la pérdida de una parte significativa de la demanda, la posible reconversión del sector tiene barreras de salida, no es fácil el cambio a otras producciones, los frutales son inversiones costosas sólo rentables en bastantes años.
La globalización ha aportado ventajas pero ha presionado los precios a la baja, ha convertido en inviables muchas empresas agrarias y, de hecho, nos ha hecho más dependientes de las importaciones alimentarias. Ahora observamos, más que nunca, cómo nuestra seguridad alimentaria requiere disponer de un elevado grado de auto-proveimiento. No se trata, en absoluto, de limitar el comercio internacional sino de establecer los acuerdos comerciales con el realismo necesario que permitan disponer de las medidas y herramientas que hagan posible una agricultura estable y capaz de asumir los retos del siglo XXI.
No hay caminos sencillos, solamente la unidad puede aportar buenas respuestas
En tercer lugar, la asimetría de la cadena alimentaria que contrapone a unos campesinos individuales frente a grandes corporaciones de la transformación y de la distribución. En relación a este tema ha habido mejoras. La Ley de la Cadena Alimentaria junto con la flexibilización de las normas de defensa de la competencia para la agricultura ofrecen nuevos marcos para una negociación más equilibrada. Hay que avanzar en el perfeccionamiento de esta vía. Pero no hay caminos sencillos, solamente la unidad puede aportar buenas respuestas.
En cuarto lugar, el progreso tecnológico. Las ganancias en productividad provenientes de innovaciones tecnológicas son a la vez modificadoras de estructuras empresariales. Desde la llamada revolución verde de los años cincuenta cada vez con menos manos se pueden llevar más tierras y, al mismo tiempo, los cultivos son más productivos. Estos procesos de tecnificación se han acentuado últimamente, estamos en medio de la revolución digital y biotecnológica. Aunque parezca una paradoja, a fuerza de mejoras de productividad sobre un suelo productivo invariable, los campesinos han pasado a ser una minoría de la sociedad, con el riesgo de que sus protestas puedan perderse por falta de volumen. Desde el punto de vista de rentabilidad económica la tecnología incrementa la dimensión mínima eficiente de la unidad productiva. Si esta dimensión mínima no se puede alcanzar supone una dificultad competitiva. Las respuestas las está dando el sector, ya sea incrementando la dimensión de las explotaciones (a menudo por abandono de otras), ya sea sumando la empresa a un proyecto cooperativo o de integración donde aspectos de transformación, comercialización y otros servicios, así como el riesgo empresarial, es compartido. Asimismo, desde una estrategia diferente es posible reorientar la producción a productos de valor añadido, en base a su diferenciación cualitativa, donde la dimensión juegue un papel menor, pero con la exigencia de alcanzar una demanda suficiente para el producto diferenciado, normalmente por calidad.
Carla Simón hace un homenaje al campesinado ante una sociedad predominantemente urbana
En quinto lugar, la revolución verde. Las nuevas exigencias medioambientales y de seguridad sanitaria, expresadas sobre todo en las estrategias Farm to Fork y Biodiversidad, son totalmente necesarias, pero comportan costes que las empresas agrarias más débiles pueden tener dificultades para asumir. Dentro de estos nuevos retos está la lucha contra el cambio climático, del que la agricultura es una víctima singular y al mismo tiempo un actor decisivo en la construcción de las soluciones.
Finalmente, el desprecio a la agricultura. Carla Simón nos lo explica a toda pantalla. Ella habla de la agricultura real, sin edulcorantes. Una realidad de 2022 donde legalmente se pueden convertir tierras de regadío en parques fotovoltaicos. Unas tierras con unas infraestructuras que han requerido un esfuerzo público y privado y que son la base de la alimentación catalana. ¿Cuánta ignorancia, cuánta inconsciencia o qué intereses están justificando estas decisiones?
Carla Simón hace un homenaje al campesinado ante una sociedad predominantemente urbana. Una sociedad confiada y despreocupada, pero en quien recae hoy la responsabilidad de las decisiones sobre su alimentación. Deseemos que, al margen del reconocimiento de sus destacados valores artísticos, la película tenga también una lectura que propicie el acercamiento urbano-rural desde un mejor conocimiento y desde una mayor implicación.