Desde Alkmaar: un día en el campo

La vida en el campo de Ámsterdam es verde, fértil y llena de actividad, mientras que los campos catalanes no son tan fértiles, pero con más raíces, historia y diversidad

alkmaar
alkmaar
Barcelona
15 de Septiembre de 2024

Después de varios intentos de vernos y de superposiciones de viajes por ambas partes a diferentes lugares de Europa, finalmente allí me encontraba, esperando en la estación de Alkmaar, leyendo Un Jardí vora el Mar de MercèRodoreda. Al cabo de un rato, levanté la cabeza y allí estaba Sofía con Naima, la perrita que también había venido a conocer. Sofía y Dart son mis amigos hippies; me gusta llamarlos así porque creo que son de los amigos que tengo que viven más conectados con la naturaleza y con sus sentimientos. Viven en armonía y en consonancia con lo que sienten, y siempre me recuerdan que yo también debo hacerlo de vez en cuando. Ahora viven en una casita cerca de Alkmaar, en la zona rural al norte de Ámsterdam, pero dentro de unas semanas cruzarán Europa con una furgoneta de bomberos reformada para ir a cuidar un jardín en un pueblecito de Italia. Pocas cosas de las que me cuentan pueden sorprenderme, a estas alturas de la película. Además de todo esto, son unos amigos fantásticos, que siempre me hacen reír y con quienes siempre encuentro un espacio de calma, de confort y de retorno.

La sonrisa de Sofía nos acompañó todo el trayecto, mientras Naima me lamía la cara y yo me reconciliaba muy felizmente con el hecho de que volvería a casa oliendo más a perro que a persona. Fuimos a dar una vuelta para que la perra se encontrara con su amplio círculo social, y mi amiga y yo nos pusimos al día de nuestras vidas. Que si el trabajo, que si sus planes de futuro con Dart, que si la casa y la añoranza de las cosas que crees que dejas atrás de ti misma, pero que, en realidad, siguen latentes bajo la almohada. Hablamos de nuestras familias, de huir y volver y volver a volver. Nos reímos mucho y gritamos en medio de un campo llamando la atención de unas cuantas vacas que existían tranquilamente a nuestro lado.

Durante ese paseo, recordé las caminatas que hacíamos cuando volvía a casa los fines de semana, las caminatas de después de comer en casa de mi tía o las rutas que, durante la pandemia, nos salvaron del aburrimiento con algunos amigos los domingos por la tarde. Recordé que, aunque llevo muchos años viviendo en ciudades medianas, yo nací en un lugar remoto lleno de campos, de animalitos y de árboles. Un lugar donde, miraras donde miraras, había naturaleza, calma, esa paz de los sitios donde rara vez pasa algo. Los pueblecitos de Holanda son mucho más idílicos que los de Catalunya, posiblemente porque el verde que brota por todas partes gracias a la abundancia de lluvia y agua hace que las personas que venimos de lo que no sabíamos que podía ser un desierto en los veranos lo veamos como algo mucho más bonito. Pero el ritmo de vida es el mismo, y también las costumbres: las granjas de vacas y las cooperativas de alimentos, el coche para ir a todas partes, hablar un rato con la vecina, que acabará sacando unas copas de Oporto y nos contará anécdotas de su vida como asistente de vuelo en KLM, la compañía holandesa de aviación.

La vida en el campo de Ámsterdam es verde, fértil y llena de actividad

Creo que la vida en los pueblos es lo que más se asemeja entre países, porque comparten los mismos patrones y dinámicas, las mismas bondades y hostilidades. La vida en el campo de Ámsterdam es verde, fértil y llena de actividad. La vida en el campo de Catalunya es amarilla, no tan fértil, pero con más raíces, historia y diversidad. Ambos territorios, sin embargo, son conocidos por su precariedad y sus reivindicaciones. Ambos son conscientes de ser la fuente principal de alimentación y recursos naturales del país, y necesitan recuperar el orgullo de pertenecer al mundo rural. Volviendo en tren, confundida sobre qué vía debía coger y sin batería en el móvil, terminé mi libro mientras veía cómo hectáreas y hectáreas de campo me decían adiós desde la ventana. Ámsterdam es una ciudad verde, verdísima comparada con Barcelona, pero, a pesar de ser una ciudad muy conectada con su naturaleza, no deja de ser un núcleo urbano. Me sentí un poco pixapina, haciendo eso de ir a ver a una amiga al pueblo, pero también pude empatizar mucho con la gente que, de vez en cuando, necesita marcharse de la ciudad. Volví a casa con un bote de pudín de chocolate que me serví en la cama antes de dormir, recordando lo bonito que había sido ese día con mis amigos, gritando en un campo.