Durante uno de nuestros viajes a Israel, mi esposa y yo tuvimos el privilegio de recorrer la frontera del norte, tanto la que da al Líbano como la que limita con Siria. La del Líbano es hermética para el paso de las personas, pero no para la naturaleza. Allí se puede observar por qué la bandera del Líbano contiene un cedro, específicamente un cedro del Líbano. La profusión de este árbol sobre el territorio es evidente.
En un artículo anterior (A propósito del estado de Israel) hice algunas reflexiones sobre judíos y árabes, especialmente árabes musulmanes. Mi tesis es que las concepciones del mundo que tienen cada uno de ellos son radicalmente opuestas. Si bien beben de fuentes comunes y el origen geográfico es el mismo -ya es mala suerte que, incluso, disputen la piedra que se encuentra actualmente bajo la cúpula de la mezquita de Jerusalén (Mezquita de Al-Aqsa)-, ambas culturas religiosas tienen una manera de ver el mundo absolutamente dispar. La gran contribución de la religión judía a la historia de la humanidad es el monoteísmo, sin duda. Pero hay otra revolucionaria: el hombre tiene derecho a disfrutar de los frutos de su trabajo. Y esto siempre les ha generado odios. Desde tiempos del Antiguo Egipto. La diáspora por Europa convirtió a los judíos en elementos especialmente productivos y conformadores del mercantilismo y del capitalismo. En cambio, el mundo musulmán ha vivido de espaldas a estos fenómenos occidentales. El retorno de la diáspora europea -culturalmente occidental- al nuevo estado de Israel ha sido motivo de conflicto desde los orígenes. Por eso soy partidario de la creación de un estado Palestino. Imposible conciliar tan dispares visiones de la sociedad.
Si bien el estado de Israel es una economía moderna y técnicamente muy innovadora a escala mundial, la obsesión por convertir una tierra árida en un entorno agrícola y productivo ha sido constante. Lo fue en la fundación del estado, y luego ha continuado. Los famosos kibbutz no son más que unidades organizadas desde una perspectiva laboral (socialista sin dogmas) para aprovechar lo que la tierra puede dar. Cuando se visita Israel se pueden observar las fronteras de actuación. El verdor versus la amarilla aridez de la tierra original.
El retorno de la diáspora europea, culturalmente occidental, al nuevo estado de Israel ha sido motivo de conflicto desde sus inicios. Por eso soy partidario de la creación de un estado Palestino
No hay duda de que el agua y su aprovechamiento constituyen un elemento clave en esta obtención de riqueza. No es sorprendente que los mayores expertos en gestión del agua sean israelíes. Empresas catalanas, expertas, tienen subsidiarias en Israel. Israel ha seguido una de las reglas básicas occidentales: convertir el defecto en virtud, es decir, volverse experto en aquello que te desafía. Por eso las principales tuneladoras son suizas, las máquinas de cortar árboles son canadienses, los mejores expertos en exportación son belgas u holandeses (países demasiado pequeños para tener mercado interno) y los mejores trenes son franceses (país llano, grande y con aspiraciones unitarias). El caso es que Israel necesita agua.
Si analizan el mapa geográfico de Israel verán que no es más que un rectángulo donde, por el lado oriental, discurre un río: el río Jordán. Este río hace frontera con Siria y Jordania. El río alimenta al lago Tiberíades (el legendario Mar de Galilea) que se encuentra completamente en territorio israelí. Y este lago vierte sobre el Mar Muerto que hace frontera con Jordania. Esta acumulación de agua salada e inútil es compartida al 50%, cortada en medio por la frontera, con Jordania. Por eso, sobre esta laguna salada sobrevuelan permanentemente cazas que controlan los límites territoriales. Podemos concluir, entonces, que el agua de Israel se administra a partir del lago Tiberíades en, prácticamente, su totalidad.
No es sorprendente que los mayores expertos en gestión del agua sean israelíes. Empresas catalanas, expertas, tienen subsidiarias en Israel
El agua que entra en el lago Tiberíades lo hace procedente de unas montañas, al norte, que hacen frontera con Siria. Es un recorrido directo y se puede ver claramente, como el descenso de una montaña rusa que hay en los parques de atracciones y en las ferias. Y el caudal es único. Estas montañas se conocen como los Altos del Golán, o el Golán. Por lo tanto, el agua de Israel entra, casi toda ella, por este lugar.
¿Por qué los israelitas conquistaron militarmente a Siria este territorio? ¿Por qué lo han mantenido, y lo mantendrán, a pesar de la resolución de la ONU que lo considera territorio ocupado? Muy fácil. Siria tenía un plan para cortar la entrada de agua al territorio de Israel y dejarla seca. Israel conoció estos planes gracias a los servicios de espionaje, y decidió que con eso no se jugaba. Aprovechó la guerra de los Seis Días para invadir los Altos del Golán.
El agua, su falta, más bien, ha sido motivo de guerras y disputas entre personas y países. En el caso de Israel podríamos decir que su supervivencia hídrica depende de los Altos del Golán. Hay proyectos nuevos, como desalinizar y enviar el agua al lago Tiberíades. Y como Israel abastece de agua a Jordania -forma parte de los acuerdos de paz-, el proyecto ha tomado un vuelo interesante. La visión de los expertos es optimista en cuanto al agua en el mundo. Desalar agua del mar cuesta mucha energía. Muchísima. Pero en el momento en que la energía sea barata -y este horizonte es perfectamente visible hoy en día- los problemas de agua se habrán acabado. La fuente es, prácticamente, inagotable.
Síria tenía un plan para cortar la entrada de agua al territorio de Israel y dejarla seca. Israel conoció estos planes gracias a los servicios de espionaje, y decidió que con eso no se jugaba
Ahora, si todo esto hará que un día Israel pierda el miedo a quien gestiona los Altos del Golán, lo dudo. De momento, nuestra preocupación debería ser quien gestiona el agua catalana. Ya tenemos bastantes problemas.