A cualquier persona que visite Atlanta, la capital del estado de Georgia, en Estados Unidos, se le hace difícil imaginarse la ciudad quemando, saqueada por el ejército federal de la Unión. Claro que hablo del 1865, al finalizar la guerra de Secesión. Nos lo recordó muy bien el film Aquello que el viento se llevó que se produjo solo 74 años después de la tragedia. Poco tiene que ver hoy en día la cosmopolita ciudad con la de entonces. Pero no se piensen que los cambios que ha experimentado la ciudad y el estado vienen de lejos, del momento en que los federales ganaron aquella guerra. No señor. La prosperidad tardó. Llegó en los años sesenta y setenta del siglo pasado. No fue suficiente con cambios de leyes y disposiciones oficiales -abolir la esclavitud, liberalizar las leyes del comercio, de los movimientos de personas, etc.-. La verdadera riqueza llegó hace muy poco, en términos históricos. Y uno se pregunta:¿por qué tardaron casi un siglo en notarse los efectos de una guerra que, en teoría, tenía que significar un adelanto trascendental?
En todas las sociedades, las élites económicas tienden a querer perpetuarse indefinidamente. A veces el hecho es justificado, puesto que los herederos de aquello que fue importante, de mal grado de haber partido con ventaja, han trabajado y luchado para hacer su empresa más grande, o han creado fundaciones útiles, y su comportamiento es socialmente impecable. Pero este comportamiento no es habitual. La tendencia general lleva a querer cerrar todas las puertas para que los recién llegados no accedan a cotas de poder que, hasta aquel momento, estaban en manos de unos cuantos –a menudo, injustificadamente-. Cuanto más acentuada es esta tendencia, cuanto más triunfa el establishment, menos se desarrolla la sociedad en cuestión –menos riqueza genera-.
El empobrecimiento acontece inevitable. Cuanta más movilidad social existe, más dinámica es la sociedad, puesto que, al final, más oportunidades ofrece a sus miembros. Este es el caso de las sociedades que acontecen ricas debido al "grueso" humano. Cuanta menos movilidad social hay, más importancia adquieren las riquezas naturales del país –evidente, puesto que el grueso humano es escaso-. Sobre este asunto no hay demasiadas opiniones. Hay estadísticas y hechos constatables. Uno tiene que saber identificar en qué tipo de sociedad vive para tener una cierta idea de lo que sucede a su alrededor, para saber a qué puede aspirar él y su país. Y este aspecto está muy ligado a la libertad. Una sociedad que no se puede deshacer de unas élites "heredadas" que lo copan todo, que no puede incorporar en los circuitos de poder figuras nuevas y frescas, es una sociedad condenada a la decadencia.
"Cuanta más movilidad social existe, más dinámica es la sociedad, puesto que, al final, más oportunidades ofrece a sus miembros"
Sobre las causas de este hecho se han publicado varios estudios. En general, pero, todos acaban dando la culpa al poder político. Pero es una leyenda generada por los contrarios a la economía democrática de mercado la historia de que cuatro magnates puedan mover los hilos del poder. Es mentida que los políticos sean títeres de los capitalistas. La cosa es mucho más enrevesada.
Mucha gente, de forma bastante simple, tiende a creer que los cambios políticos globales "a mejor", comportan situaciones económicas "a mejor". Y este hecho, es falso. Se ha calculado que los estados del sur de los Estados Unidos (aquellos que perdieron la Guerra Civil de Secesión del 1861-1865) tenían, antes de la guerra, una renta per cápita equivalente al 70% de la media del país. Aparentemente, el triunfo norteño tenía que servir para mejorar las cosas. Pues bien, hacia 1950 (unos noventa años más tarde) Estados Unidos había bajado notablemente respecto a la riqueza del resto del país. Era el equivalente actual a un habitante de Botsuana. Déjenme hacer un símil muy local. Cuando Franco murió, Catalunya era la primera región de España en renta per cápita. Hoy en día ocupamos una posición que, en época de Franco, nos hubiera parecido lamentable. Los ejemplos los pongo simplemente para destacar la teoría de algunos estudiosos del tema (como por ejemplo los profesores Daron Acemglu y JamesA. Robinson, del Massachusetts Institute of Technology y de la Universidad de Harvard, respectivamente), que demuestran que estamos ante un asunto complejo. Hagamos un resumen.
Estas teorías vienen a decir que la persistencia de los malos hábitos generalizados a la hora de llevar a cabo negocios o asuntos económicos (y el consiguiente empobrecimiento del país), no va tan ligada a la persistencia de las élites (que, incluso, pueden ser cambiantes), sino a la persistente falta de incentivos que los políticos que están en el poder encuentran para distorsionar un sistema que, al final, no les molesta del todo. Haría falta no confundir los conceptos. No estamos hablando de unos gobernantes corruptos (cosa que también existe). Vendría a ser, más bien, el famoso "mientras no incordien...". Además, estos estudiosos marcan lo que podríamos denominar "momentos de peligro".
La "Iron Law of Oligarchy" aparece en el momento en el que los recién llegados, frescos y nuevos de trinca no encuentran incentivos suficientes que justifiquen cambiar la estructura oligárquica
El más impactante es cuando se instala la que ellos han bautizado como "Iron Law of Oligarchy" (Ley de Acero de la Oligarquía), que aparece precisamente en el momento que los recién llegados, frescos y nuevos de trinca (políticos renovados que acaban de ganar unas elecciones) no encuentran incentivos suficientes que justifiquen cambiar la estructura oligárquica – los parece que el "mientras no incordien..." es suficiente-. Entonces todo se enquista, y se instala de forma bastante definitiva lo que estos estudiosos denominan "Coexistencia a pesar del cambio". Fíjense en las matizaciones importantes. No dicen que los políticos recién llegados no quieran el cambio. Dicen que estos políticos no encuentran los incentivos suficientes (suficientes presiones por parte de la sociedad civil, estímulos y nivel de exigencia, etc.) para llevar a cabo las acciones necesarias. Sin entrar en más detalles, les diré que estos estudiosos han, incluso, desarrollado modelos matemáticos al respeto. Y la historia parece darlos la razón.
Llegamos, por lo tanto, a la conclusión que la culpa la tienen los políticos, pero la responsabilidad final está en manos de la sociedad civil que es la que tiene que presionar a los políticos constantemente –con los procesos electorales no hay bastante y, probablemente, el sistema de representación hace mucho-. Una sociedad civil inquieta y motivada impulsa a las instituciones a no dormirse y, por lo tanto, a no tolerar establishments que perjudiquen la correcta marcha del país.
Por otro lado, la experiencia de los estados del sur de los Estados Unidos parece indicar que, llegado el caso, las reformas tienen que venir de fuera. Como hemos visto, a mediados del siglo veinte, estos estados tenían una renta per cápita equivalente al 50% de la media norteamericana. Lo que se ha avanzado hasta ahora en aquellos estados parece que ha sido provocado por leyes como la de Derechos Civiles, la difusión generalizada de la tecnología, la movilidad laboral (muchos negros han viajado hacia otros estados, pero muchos empresarios se han instalado en el sur, la creación de un gran aeropuerto en Atlanta), etc. Desde el 1960, el bienestar económico de los americanos del sur de Estados Unidos ha aumentado notablemente, y ahora la renta individual allí es el 93% de la renta per cápita media del país. En resumen, parece muy difícil deshacerse de un tapón sin la ayuda exterior.
Siguiendo con el ejemplo sudista, todo parece indicar que en todo este proceso los habitantes de aquellos estados no solo no supieron evolucionar a la velocidad del resto del país, sino que, encima, consiguieron poner trabas a la evolución natural de las cosas -a lo largo de ochenta años, la renta bajó y los negros, aunque ya no eran esclavos, hacían las mismas tareas de siempre-.
Parece muy difícil deshacerse de un tapón sin la ayuda exterior
El problema que sufrió Atlanta y todos los estados del sur nos tendría que hacer reflexionar sobre si tienen nuestros gobernantes los alicientes suficientes para espolear los cambios. ¿O más bien encuentran una sociedad acomodaticia y conformista? Vista la actuación pública de los últimos años, uno se pregunta si son nuestras élites verdaderamente modernas, o se quedaron ancladas al inicio de la Transición. Observando la realidad tendremos que concluir que la respuesta no resulta nada fácil.