“Espero que te guste, me han dicho que está muy bien. Y como a ti te gusta todo esto de la filosofía ecológica…”. Celia siempre hace buenos regalos. Además, me conoce tan bien que sabe que me gustan los libros cortos, en catalán, y que tengan una portada bonita. Seamos sinceras: si la portada es bonita, gastarse dinero en un libro hace menos daño. Me pasa algo como con los vinos y el logotipo. El caso es que a principios de mayo fui a Barcelona por motivos que ahora solamente lamentaríamos y aproveché para pasar tiempo con mis amigas, ya que estaba en la ciudad. Por Sant Jordi siempre regalo rosas y libros a mi círculo más cercano. Pero este año, como estuve lejos, algunos intercambios tuvieron que esperar. Y éste fue el caso de Bruno Latour y la nueva adaptación que Arcadia ha hecho de una de sus últimas entrevistas, colectadas bajo el título Habitar la Tierra.
A veces son circunstancias casuales las que nos acercan a autores que, de forma inesperada, articulan una serie de pensamientos desconectados que nos rondaban por la cabeza desde hacía tiempo. “No puede que nadie en la historia de la humanidad haya reflexionado sobre la vertiente filosófica de la ecología”, pensaba antes de descubrir a autores como Panikkar, Haraway o, el más reciente, Latour. Hay regalos que son mucho más que una buena lectura, que representan una apertura a un mundo de conocimiento y reflexiones que hasta ahora sólo tomaban la forma de sospecha. Bruno Latour ha sido una de las mentes del pensamiento ecológico más importantes del último siglo. Su trayectoria ha culminado con la obtención de premios tan prestigiosos como la Legión de Honor en 2012, el Premio Holberg en 2013, el Premio Spinoza en 2020 o el Premio Kyoto en 2021, algunos de los reconocimientos más relevantes por una carrera brillante en la ecología social.
"No puede que nadie en la historia de la humanidad haya reflexionado sobre la vertiente filosófica de la ecología"
Latour duda, en muchas ocasiones, entre si realmente es filósofo o sociólogo. Como dice en el libro, “la razón por la que no sé si soy sociólogo o filósofo es porque me intereso por los modos de existencia para entender lo social” (p. 103). En este sentido, definirá la sociología no como la ciencia de lo social, sino como la ciencia de las asociaciones. Y, al mismo tiempo, verá la filosofía como una práctica vital en el momento en que atravesamos, que permite “pequeños procedimientos sutiles para detectar los errores de categoría”. Para Latour la filosofía es, ante todo, una práctica. Una práctica modesta, que también depende de esbozos de escritura, pero que es indispensable. La filosofía, así, puede resonar en todas las modalidades, y puede transmitirse o conocerse de muchas maneras y por muchos medios diferentes. En una sociedad hecha de fragmentos, podemos tener varios tipos de verdades incompatibles unas con otras. Por ello, la política es vital: no sólo procura impulsar, sino también recuperar el pensamiento y articular dispositivos colectivos para acompañar en la composición de un mundo común. La filosofía cambia de sentido y pregunta por la verdad, pero también acepta varias sin caer en la trampa del relativismo.
El filósofo y ecólogo llega a la ecología a partir de la pregunta cómo se hace la ciencia. Un laboratorio es un espacio en el que la objetividad tiene algo producido y fabricado, donde la verdad científica se impone como una constructora de hechos por órdenes de la sociedad. Latour es consciente de que algo técnicamente bueno no es necesariamente científicamente correcto (p.101), y que hay que entender que la verdad técnica puede ser mucho más problemática debido a la impunidad a la que le hemos sometido en los últimos años. Otra de las grandes temáticas de su reflexión filosófica es la modernidad. Latour suele preguntarse: ¿para qué ha servido el siglo XX? La modernidad ciega y ha supuesto, a sus ojos, una gran regresión no sólo en términos ecológicos sino también sociales. La modernización ha sido una fuente de destrucción. Ante esto, Latour se considera voluntariamente arcaico de forma reaccionaria, lo que comprenderá como una forma de resistencia. Latour es consciente de la crisis de la civilización que estamos viviendo: “el problema desde los ochenta es que estamos desorientados y ni siquiera entendemos por qué no actuamos” y “todo lo que asegura nuestra supervivencia se ataca a golpes de doble-clics”. La tarea de la filosofía ecológica será, entonces, componer y aterrizar una nueva cosmología en la que las que llama clases geosociales interactúen y abran nuevas posibilidades de recivilizar la cuestión ecológica.