Si la experiencia de compra a través de internet decae y la tasa de abandono de los carritos de compra es altísima, la circulación por las redes sociales no mejora. Es verdad que se realizan más transacciones comerciales a través de ellas, pero están cayendo casi todas en la banalización más absoluta y en la comercialización excesiva. Un hecho lo demuestra incontestablemente: escasean los likes, los me gusta.
Esto de internet no es una moda pasajera, ni mucho menos. Son más de 20 años de existencia que nos han cambiado la forma de vivir y bendito sea. Ha avanzado con avances impresionantes, hasta el punto de que una de cada dos personas en el mundo está afiliada a alguna de las redes. Pero los recesos como el actual deberían servir para revisar su función al servicio de las relaciones entre los humanos. Un último estudio de Gartner habla abiertamente de la monotonía de las redes sociales. La espontaneidad, el ingenio, la ilusión del contacto directo sin intermediarios están siendo sustituidos por el tedio, el languidecimiento, la apatía, la monotonía, la falta de ganas de participar en estos murales íntimos instalados en medio de la vía pública. Aduce cuatro motivos. Los dos primeros, los más preocupantes, son la propagación de información incorrecta y la presencia de conductas tóxicas. Los otros dos tienen que ver con la existencia de bots y perfiles falsos y la falta de contenidos originales y de calidad.
Financiar una campaña de bots para insultar, calumniar y distorsionar la realidad desafortunadamente se han convertido en hechos cotidianos
TikTok está de moda a medida que sus mensajes son cada vez más cortos: una bagatela, un suspiro, una risa fugaz. La más seguida, Facebook, pierde clientes. Lo mismo le ocurre a Twitter, aunque aporta un ambiente más fresco. Nacen otras que sustituirán a las actuales, pero todas avanzan inexorablemente hacia la trivialidad y hacia una exagerada explotación del canal. La trivialidad no es grave en sí misma, pues está muy bien para la distracción y el entretenimiento y a estas alturas de la historia quizás la necesitemos, si hubiera espacio para las contribuciones más sustanciales. Incluso querer rentabilizar el canal si no se hace de forma desmedida sería justificable, dado el pacto tácito al que hemos llegado dejándonos acceder gratuitamente a internet a cambio de explotar nuestra privacidad.
Lo más grave de la situación es que el mismo instrumento, las mismas herramientas utilizadas al servicio de la comunicación permiten esparcir fácilmente las mentiras, la tergiversación de los hechos. Es más fácil descubrir que los medios tradicionales, un periódico o un locutor, mienten. Aún más, ya sabemos de qué pie cojean, que no una red social, una web o una plataforma. Los ataques de los hackers, los perfiles falsos para levantar dinero, manipulaciones a personas con el objetivo de extorsionarlas sentimentalmente, económicamente, socialmente, la oferta de productos o servicios inexistentes o que no son los mismos que se publicitan, financiar una campaña de bots para insultar, calumniar, distorsionar la realidad desafortunadamente se han convertido en hechos cotidianos. No solo conviven, que entonces solo sería cuestión de esforzarnos en elegir el grano de la paja: ha llegado al punto en el cual hay mucha más porquería que seriedad.