Normalmente, los cafés de aeropuerto los escribimos antes o después del viaje; este, sin embargo, lo escribo desde lo alto del avión. Dentro de unas horas llegaré a la ciudad que me tiene robado el corazón. No sé qué encontraré allí, pero sé que, como la gran roca que tiene en el centro, me espera un descubrimiento especial.
Ciudad del Cabo se describe popularmente como un pueblo de pescadores rodeado por un desierto que ha ido creciendo, pero es mucho más que eso: es una ciudad rodeada de mar por fuera y de montaña por dentro. Una idea curiosa, si lo pensamos un poco, porque normalmente las ciudades se construyen al abrigo de las montañas, no rodeándolas. El crecimiento desorbitado de la metrópoli y las diferentes condiciones climáticas tras la llegada invasiva de los europeos trastocaron este orden natural. Esto ha hecho que hoy en día Ciudad del Cabo sea, probablemente, la ciudad más difícil de dibujar, al menos, del continente. Naturaleza y ciudad, carencia y abundancia, colores y grises, carreteras y valles montañosos... Todo se mezcla en un escenario mágico que te enamora o te hace salir corriendo. Es una ciudad donde los lastres del colonialismo batallan constantemente con las iniciativas ciudadanas y con las inversiones de grandes empresas industriales, que pretenden hacer de este espacio rodeado un lugar de negocio y reivindicación social al mismo tiempo. Es esta simbiosis lo que me fascina, no cada una de sus pequeñas partes por separado.
Ciudad del Cabo es, probablemente, la ciudad más difícil de dibujar, al menos, del continente africano
Hace justo dos años que llegué a una de las ciudades más al sur del mundo para realizar una estancia de investigación de dos meses, una experiencia que culminaría en uno de los mayores descubrimientos de mi carrera: mi interés por la gobernanza del agua. ¿Cómo debemos repartir el agua entre todos los miembros de la sociedad? ¿De qué manera podemos prepararnos para ser más resilientes frente a las sequías y las inundaciones? ¿A quién debemos priorizar en caso de sequía, o en qué espacios debemos centrar más la atención para mitigar los efectos de las inundaciones?
En Ciudad del Cabo, literalmente al otro lado del mundo desde mi casa, trabajan algunos de los investigadores e investigadoras más especializados en el agua como recurso social. Personas como Gina Ziervogel, Kristy Carden, Amber Abrahams, S’thabile Hlahla, Suraya Scheba, Jenny Day, Ernst Conradie o Anthony Turthy han dedicado sus carreras a comprender cómo la gran sequía del Western Cape afecta a sus poblaciones y a los desarrollos políticos de la región. Con ellas aprendí y descubrí de qué maneras se podía gobernar el agua en la ciudad más desigual del mundo. Y todo lo que aprendí empecé a investigarlo en mi tierra, en las zonas rurales catalanas.
¿De qué manera podemos prepararnos para ser más resilientes a sequías e inundaciones?
Dos años después de aquella primera vez, vuelvo con curiosidad por saber qué habrá cambiado y qué seguirá igual. ¿Cuáles de los proyectos que vi florecer habrán crecido? ¿Los doctorandos de ciencias industriales siguen cultivando cerveza artesanal en el jardín trasero de la facultad? Ahora que, por fin, han terminado los cortes de electricidad, ¿han mejorado las condiciones de vida en los townships de la periferia? ¿Qué retos afronta el agua años después de la gran sequía? ¿Y qué han estado haciendo todas esas personas que permanecen congeladas en mi memoria desde hace casi dos años?
Y aquí estoy, intentando volver a amar esta ciudad que ya no es la misma, ni yo tampoco. Quizás Heráclito tenía razón cuando decía que no podemos bañarnos dos veces en el mismo río. Pero, a pesar de todo, hay ríos en los que siempre vale la pena volver a sumergirse.