Para aplicar el IVA 0 decretado por el gobierno español a principios de mes, en los últimos quince días las tiendas han realineado el precio de las botellas de aceite de oliva. La mayoría de los establecimientos lo han reducido entre 35 y 75 céntimos por litro. Se trata de un ligero respiro para los entusiastas, aunque nos encontramos en el mismo punto de partida que hace cuatro años: es verdad que en los estantes de la mayoría de los supermercados ha bajado ligeramente el precio este julio, pero el precio del aceite se ha encarecido en este período más del 200%. La culpa de la escalada no es de los agricultores, de los mayoristas o de los distribuidores que hayan acaparado el líquido para venderlo más caro; entre las razones del aumento, la fundamental es la escasez de cosecha producida por las condiciones climáticas, es decir, las heladas, la sequía y las lluvias excesivas. Disminuye la producción y amenaza con que los tiempos dorados no volverán.
El motivo principal que ha ocasionado el aumento del precio del aceite de oliva estos años es la escasez de cosecha producida por las condiciones climáticas
Una primera aproximación a la curva empinada del precio del aceite en los últimos años -y de otros alimentos- nos obliga a desglosar la multitud de factores que han incidido. Aparte de la guerra de Ucrania y la COVID, momentos estratégicos para el despegue de los precios, se deben anotar los siguientes: el alza del costo de las materias primas; de las energías; del transporte; de los derivados que afectan a los envases; del diferencial que se genera entre el período de la compra y la venta; de los costos de aplicación de la normativa comunitaria; de los costos laborales; de los impuestos aplicados a cada producto; de los cambios en la conducta de los consumidores, sobre todo en las migraciones a la compra en línea... Y, en el caso del aceite de oliva, por encima de todos, los efectos climáticos sobre las cosechas. Disminuye la producción. Hay menos producto en el mercado, lo que genera altibajos no solo en los precios internos sino en el abastecimiento de los mercados internacionales; entre las distorsiones más sonadas hay que recordar la vivida el año pasado en que la botella de aceite se vendía más barata en una tienda belga que aquí.
Demonización de los agricultores, de los mayoristas y distribuidores
Por esta razón fundamental, el aceite de oliva tiene el deshonor de encabezar el alza de los precios alimentarios desde 2020, muy por encima de los que más se han encarecido, los huevos, el arroz, el azúcar o la leche. Durante estos años se ha tendido frívolamente a demonizar al agricultor, por una parte, y a los mayoristas y distribuidores, por otra. El primero se ha encontrado sin materia prima y los costos de producción le han subido por las nubes; es posible que en estas condiciones haya podido recuperar algún céntimo de la situación anterior en la cual vendía con márgenes ínfimos o incluso a pérdida -en 2022 el precio en origen era de 3,57 euros el litro y en 2023 se casi duplicó-. En cuanto a los mayoristas y distribuidores, el presidente de la patronal de industrias envasadoras, ANIERAC, acaba de reconocer que apenas el 15% de lo que paga el comprador por una botella de aceite tiene que ver con el envasado y la distribución.
El aceite de oliva tiene el deshonor de encabezar el alza de los precios alimentarios desde 2020
Desde la perspectiva impositiva, el año pasado el gobierno español redujo del 10% al 5% el impuesto sobre el aceite de oliva, mientras pasaba al 0 el de el resto de alimentos básicos; quizás se habría ahorrado tiempo y dinero si entonces hubiera alineado también el del aceite: nunca es tarde para descubrir que el aceite es básico en nuestra dieta. De hecho, cuando levante las medidas restrictivas, el aceite será gravado, como el resto de productos básicos, con un 4% superreducido con el aplauso de los consumidores y del sector.
¿Qué pasa en el segundo semestre y en los próximos años? Los datos del Ministerio de Agricultura, MAPA, del mes de mayo anuncian el crecimiento de la producción de oliva de la campaña 2023-2024 de casi el 30% respecto a la anterior, por encima de las previsiones; ha llovido y han mejorado las condiciones climáticas. Esto permitiría deducir que cuando el aceite llegue a los mercados hay margen para hacerlo pagar más barato. En cuanto a la campaña 2024-2025, la Escuela Superior del Aceite de Oliva, ESAO, pronostica una producción media o media alta, dependiendo eso sí de que no se produzcan variaciones climáticas considerables y se mantenga la pluviometría en niveles similares a los de los últimos meses. Es decir, esperar a verlo.
Aunque todo lo que sube baja, no está nada claro que en el caso del aceite, en las actuales circunstancias, se pueda volver ni de lejos al punto de partida; si hay reajuste será menor o residual. A menos que se incorporen a plantar olivos masivamente en otros lugares con calidad similar -sur del Mediterráneo, por ejemplo- y inunden de aceite los mercados.
Disminuye un 20% en estos años el consumo de aceite de oliva, mientras el de girasol se dispara un 40%. En los hogares de nuestro país se tiende a equilibrar un consumo y otro, aunque predomina el aceite. La consecuencia más inmediata es el cambio de hábito en la cocina. Fieles a la tradición siria, libanesa, palestina, griega y romana, los españoles somos los mayores consumidores de este producto. En el momento en que las condiciones de mercado lo han encarecido de esta manera hay un desplazamiento hacia productos sustitutivos. Recuerdo aún el placer supremo que la pandilla de hermanos teníamos en casa con el bacalao: croquetas, buñuelos, dados fritos, en ensalada, al horno, al pil-pil, en brandada... Cuando se disparó el precio del bacalao lo sustituimos por sucedáneos u otros productos más baratos. No nos queda más remedio en esta sociedad de consumo.