Las enfermedades cardiovasculares son la primera causa de muerte entre las mujeres; la genética femenina provoca una mayor predisposición a sufrir afecciones autoinmunológicas; las mujeres necesitan la mitad o una cuarta parte de dosis de psicofármacos que los hombres para lograr los mismos resultados. Son hechos ampliamente desconocidos por la población en general, pero también poco tenidos en cuenta entre la comunidad médica. La salud de hombres y mujeres es diferente por dos razones: el sexo (las características biológicas) y el género (los condicionantes culturales). Pero, tradicionalmente, la ciencia solo ha tenido un punto de vista: el masculino. ¿Por qué no se estudian por separado, por ejemplo, los efectos de un tratamiento o de una enfermedad sobre hombres y sobre mujeres?
La ciencia de la diferencia es un concepto reciente: "El sexo como variable en la investigación médica se ha propuesto en los últimos 10 años". Lo ha explicado la médica especializada en endocrinología y medicina con perspectiva de género Carme Valls durante la conferencia La perspectiva de sexo y género en el futuro de la medicina personalizada, organizada por la Fundación "La Caixa" y celebrada en el Palau Macaya de Barcelona. Los sesgos en la investigación vienen de lejos y, según Valls en conversación posterior con VIA Empresa, tienen como causa la "ignorancia".
La elusión de las diferencias entre sexos y géneros ya se da de entrada, en la elección de qué se investiga, es decir, qué mortalidad se tiene que prevenir. En los ensayos preclínicos tampoco es frecuente que haya distinciones: "Un 70% de los trabajos sobre enfermedades cardiovasculares se llevan a cabo únicamente con ratas macho, cuando son la primera causa de muerte entre las mujeres". Y es que antes se pensaba que las ratas hembra presentaban una gran variabilidad de hormonas -hecho que podía afectar a los resultados-, pero hace poco se ha comprobado que son los machos que realmente sufren más cambios.
De los 2.484 estudios sobre la covid-19 que se habían hecho hasta mayo del año pasado, solo un 4% hacían alusión a la diferencia por sexos
Otra de los ponentes en la conferencia del Palau Macaya ha sido Valeria Raparelli, profesora de las universidades de Alberta y Ferrara. Según ella, en los estudios de la covid-19 mismo se ven sesgos: "Hay diferencias biológicas en los factores de riesgo de sufrir coronavirus". De los 2.484 estudios sobre la pandemia que se habían hecho hasta mayo del año pasado, solo un 4% hacían alusión al sexo, según Carme Valls. Además, de los 11 ensayos clínicos publicados, ninguno hablaba de distinciones. Y si poca ciencia de la diferencia se encuentra cuando hablamos de sexo, analizar el género es todavía más poco frecuente, según Raparelli.
"No existía ningún método estandarizado para realizarlo, porque es muy complejo; son muchos aspectos que conforman el género", ha indicado. Su equipo de investigación en la universidad ha hecho un primer paso en este sentido. De este modo, los investigadores pueden aplicar con más facilidad estas variables en las investigaciones. Y es que Raparelli considera que ambos factores -el sexo y el género- son igual de relevantes para mejorar la salud de las personas.
Causas y consecuencias económicas
"Si fuera por la industria farmacéutica, solo estudiaríamos el colesterol", se quejaba Valls durante la conferencia, en la que también han participado Luis Rocha, profesor y director del programa de graduados en Informática Complex Networks and Systems de NSF-NRT; y Silvina Catuara Solar, doctora y mentora de startups en EIT Health. ¿Hay motivaciones económicas para no estudiar la diferencia en la salud de hombres y mujeres? No. Según Valls, incluirlo en los estudios no sube su coste. "Cuando diseñas un trabajo científico y desde el principio incluyes ratas hembra, por ejemplo, no tiene un coste diferente; ahora, si una vez has acabado de hacer el estudio con ratas macho lo tienes que repetir con hembras, sí", indica la médica.
Malos diagnósticos y tratamientos -relacionados con mujeres- provocan una mayor mortalidad y aumentan los costes de la sanidad pública y privada con un mayor número de entradas en la UCI a largo plazo
Lo que sí ve son consecuencias económicas. Y es que los malos diagnósticos y tratamientos a mujeres por falta de investigació provocan una mayor mortalidad y aumentan los costes de la sanidad pública y privada con un mayor número de estancias en la UCI a largo plazo, por ejemplo. ¿Cómo se puede frenar esta tendencia? Con más diversidad en los equipos, los métodos y los problemas. Y es que el sexo del investigador puede tener un impacto en los resultados de la investigación.
La medicina personalizada y el 'big data'
Raparelli ya ha notado un cambio en los últimos años y cree que habrá más, basando la premisa en la dirección en la que avanza la medicina. "Si queremos individualizar los tratamientos, nos tenemos que plantear quienes son nuestros pacientes", ha indicado. Y aquí incluye el sexo y el género. Esta personalización será posible, en parte, gracias a los datos y su análisis a través de la inteligencia artificial. Pero aquí también encuentran un problema tanto la profesora italiana como la médica catalana.
"Hemos sido poco inteligentes con la inteligencia artificial", resume Valls. Y Raparelli añade que el problema es que "no estamos alimentando los algoritmos suficientemente en base a la variabilidad de sexo y género". Más allá de la economía y la tecnología, el problema de fondo es ético porque se está obviando la diferencia entre hombres y mujeres y cómo esto tiene diferentes efectos en la salud, de forma que se excluye el sexo -y el género- femenino de la ecuación. ¿Quién tiene que poner remedio a este abandono? Tanto la salud pública como las instituciones privadas, según Valls.
Explica en una conversación telefónica que, en 1993 en Estados Unidos, se aprobó una normativa según la cual ningún proyecto de investigación podía recibir dinero público si no diferenciaba por sexo e incluía también la diversidad étnica. En 2016, se impulsó una iniciativa parecida en Canadá y, actualmente, países como Suecia, Dinamarca y los Países Bajos también aplican normas en este sentido. En el Estado español, no existe ninguna. Según Valls, la clave se encuentra en "invertir en docencia, cambiar lo que se enseña en las universidades", para tener nuevas hornadas de médicos concienciados. A pesar de que en el ámbito privado tampoco hay inversiones específicas, sí existen recomendaciones favorables a la ciencia de la diferencia.