Hablar de las Big Four no representa ninguna gran revelación: quien más quien menos sabe que nos referimos a los cuatro grandes monstruos del mundo de la auditoría y la consultoría, o sea, Deloitte, Ernst & Young, KPMG y PricewaterhouseCoopers. No hace mucho eran las Big Five, pero el líder Arthur Andersen tuvo un tropiezo mortal con las cuentas de la eléctrica Enron (2001) y cayó fulminado sin dejar rastro. Su ejército de trabajadores en España pasó a formar parte de Deloitte, que experimentó un fuerte crecimiento gracias a esta fusión sui-generes. Y antes de ser Big Five habían sido "six" y "eight", pero una serie de fusiones endogámicas fueron reduciendo el número de jugadores. La firma Arthur Young se fusionó con Ernst & Whinney; Price Waterhouse celebró matrimonio con Coopers & Lybrand; Peat Marwick se juntó con Klynveld Main Goerdeler, mientras que Deloitte Haskins & Sells unió sus destinos con Touche Ross.
Pero hablar de las Big Four aquí solo tiene la función de introducir otro tema mucho menos conocido y que es del que nos interesa hablar realmente. No disertaremos sobre firmas de auditoría ni pondremos sobre la mesa las dudas que tenemos sobre la utilidad de este sector y de sus profesionales. Ni siquiera sobre la descompensación entre el valor percibido de la gente que se dedica y su valor real. No queremos ofender a nadie, al menos de momento. De lo que sí estamos abiertamente en contra, es de la formación de oligopolios que se dedican a inyectar ineficiencia en el mercado, una tendencia que parece que en los últimos tiempos se ha acelerado. O lo que sería el mismo, pero transmutando los versos de una canción muy popular en los setenta, si hoy un sector de la economía no está controlado por un oligopolio, sin duda lo estará en el futuro, por mucho que guardemos en el cajón la ira y el miedo.
Es curiosa la coincidencia de nombre del grupo de despachos de abogados con una sociedad de magos fundada en 1905 y que tiene un demonio como emblema, pero aparentemente no hay relación funcional entre ellas
Venía a tono recordar el oligopolio del mundo de la auditoría porque queremos hablar del Círculo Mágico, Círculo de la Magia o Magic Circle, un reducido grupo de despachos de abogados con sede a la City de Londres que tiene influencia a nivel mundial. Son las siguientes cinco firmas: Allen & Overy, Clifford Chance, Freshfields Bruckhaus Deringer, Linklaters y Slaughter and May. La mayoría de nombres -sacado de Linklaters y Clifford Chance, probablemente- no sonarán mucho a los lectores, pero lo cierto es que son las firmas que más dinero ganan por asociado (ya sea abogado o socio) y todas ellas tienen en común que se dedican al negocio corporativo, es decir, a trabajar para otras empresas en operaciones de compra-venta y de carácter financiero. No necesariamente son las que más facturan, sino que pertenecer al grupo viene acompañado de otros factores, como ocupar de manera sistemática lugares de privilegio en los diferentes rankings sectoriales de las diversas prácticas a las que se dedican. En otras palabras, un competidor excluido del grupo puede estar por encima de ellas en algún ámbito determinado, pero ellas son las únicas que "siempre están". De entrada, este club tan selecto es la evolución de un colectivo anterior llamado Club de los Nueve, donde estaban los despachos indicados, más Lovells, Norton Rose, Herbert Smith y Stephenson Harwood. Una de las características más definitorias del grupo eran los no-poach agreements, que no tienen una traducción literal lógica, pero que significaban acuerdos entre las firmas para no ficharse trabajadores entre ellas. En la segunda mitad de los noventa, la estructura de los nueve se empezó a purgar para acabar quedando solo cinco, que son las firmas que fueron rebautizadas como Magic Circle. Con el cambio de siglo, desaparecieron también los no-poach agreements, una práctica poco saludable en un mercado de libre competencia. También se perdieron las reuniones frecuentes que celebraban los directivos de firmas que teóricamente eran competidoras. Parece que esta denominación tan mágica surgió del mundo del periodismo en la década de los noventa, cuando la denominación de Club de los Nueve ya no tenía sentido por la salida del Olimpo de cuatro de sus miembros y algunos periodistas empezaron a usar esta etiqueta. Es curiosa la coincidencia de nombre con una sociedad de magos fundada el 1905 y que tiene un demonio como emblema, pero aparentemente no hay relación funcional entre ellas.
Cuatro de estas grandes firmas tienen despacho en el Estado español, y solo Slaughter and May trabaja de manera centralizada atendiendo los negocios internacionales mediante firmas asociadas. En el caso de la península, su partner es Uría y Menéndez, uno de los grandes despachos españoles. Las otras tienen la sede estatal a Madrid, excepto Clifford Chance, que también tiene oficina en Barcelona, en concreto en el número 682 de la Avenida Diagonal. Curiosamente, esta ubicación se corresponde con el que durando muchos años fue el edificio corporativo de la firma de auditoría KPMG, de la que hemos hablado a comienzos de este artículo. Para entender a qué se dedica este grupo de compañías, diremos que son los que se encargan de elaborar toda la documentación legal y contractual de las gran operaciones corporativas. O sea, que cada vez que vemos a los medios de comunicación alguna noticia sobre una fusión, adquisición, salida a bolsa u operaciones similares, detrás, diseñando todo el papeleo acostumbra a haber alguna de estas marcas. Sus clientes son empresas que todos conocemos: Vodafone, Unilever, E.on, Pfizer, Suez, Veolia, Mercedes Benz, Tesco, Campari, Merck, Walmart, Walt Disney Company... y así podríamos seguir llenando páginas y más páginas con multinacionales conocidas en todo el mundo.
En cuanto a España, Clifford Chance en los últimos días ha sido asesor de Telefónica y del Real Madrid en varias operaciones comerciales. Por su parte, Linklaters intervino en la compra de la compañía que gestiona la bolsa española (BME) y en la adquisición de Parques Reunidos por parte de la familia March a través de su brazo corporativo, el holding Corporación Financiera Amanecer. Los de Freshfield no se quedan atrás, porque fueron los asesores de Fresenius en la adquisición de Quirónsalud y los que diseñaron la salida a bolsa de la Socimi más conocida, Merlin Properties. También fueron los asesores del grupo de bancos acreedores en la quiebra de Pescanova. Los abogados de Slaughter and May también han puesto los pies en el Estado recientemente, porque fueron los que dirigieron la OPA sobre la papelera Europac que lanzó el grupo multinacional DS Smith.
Con esta nómina de clientes y la proyección que proporciona trabajar para estas firmas, es compressible que anualmente un ejército de licenciados intente entrar a prestar sus servicios a alguna de las compañías del Magic Circle. El precio a pagar es muy conocido: jornadas de trabajo inhumanas para poder empezar a trepar por la estructura. Quien no acceda, siempre puede intentarlo en el Silver Circle, el grupo de despachos de abogados justo por debajo de esta élite tan selecta.