Hace unos meses que no estoy, pero una pequeña parte de mi corazón sigue ahí, con Dona, Tariro, los amigos del Future Water Institute, Jean y las demás mujeres de la cocina o Zodwa de la recepción. Hablando con mis amigos del apartamento y surfeando con mis amigos de la playa, o haciendo entrevistas a personas que me explicaban mejor la realidad del país. Por suerte, he crecido con el nacimiento de las nuevas tecnologías, y todavía puedo estar en contacto con todas estas personas, y seguir mirando los miles de fotografías, vídeos y documentales que todavía colecciono, como un tesoro, en el teléfono o en el cajón del escritorio. Pero esto no deja de hacer que, de vez en cuando, en mis sueños estoy en la playa de Hout Bay o sobrevuelo la Table Mountain en busca de un momento de paz.
El caso es que, cuando estás fuera, es cuando más te das cuenta de todo lo que te une a una ciudad, porque la comparación es inevitable cuando estamos lejos de lo que nos es “casa”. Algo que me sorprendió especialmente fue lo parecido que eran los sudafricanos con la gente de mi casa. No sólo por la simpatía, donde ellos nos ganan por goleada, sino también por la forma en que se reparten el día: las comidas marcan las horas, no como en el Norte de Europa, y los descansos también se alargan sin sacrificar, después, un rato en casa para terminar el trabajo pendiente. Tienen las prioridades claras; vivir es importante, preocuparse demasiado por las cosas sin importancia, no. No se puede llorar en público porque pareces una desagradecida y a la que hace algo de sol la gente parece estar más contenta. Ciudad del Cabo es una ciudad preciosa a nivel de vegetación, y también tienen grupos conservacionistas que defienden la montaña contra las especulaciones extranjeras o las alocadas ideas de la capital.
Cuando hablas de cambio climático, o de escasez de recursos, todo el mundo te entiende, porque muchos recuerdan (o todavía viven) la dureza de una vida calculada a litros, una vida que depende, gira y rebela completamente en torno a la disponibilidad de recursos
Pero en Ciudad del Cabo saben lo que es una crisis de recursos naturales. En un territorio árido, en una ciudad de pescadores rodeada por un desierto creciente, sus ciudadanos y habitantes saben qué es no tener agua, o tener muy poca. Por eso, cuando hablas de cambio climático, o de escasez de recursos, todo el mundo te entiende, porque muchos recuerdan (o todavía viven) la dureza de una vida calculada a litros, una vida que depende, gira y revuelve completamente en torno a la disponibilidad de recursos. En mi casa esto nos parece un problema lejano, pero pasará pronto si no nos ponemos las pilas. Si algo nos demuestra el cambio climático es que no podemos escapar de él. Vivamos dónde vivamos y en el contexto particular que sea, los efectos del maltrato que llevamos años ejerciendo en nuestro entorno nos está empezando a rebotar, y ejemplos como la sequía que estamos atravesando ahora en nuestra casa o que atravesó Ciudad del Cabo en el su momento sólo son algunos de los primeros síntomas de una crisis mucho más lenta, mucho más profunda y mucho más compleja.
Hay cosas que nos hacen semejantes y hay cosas que nos separan, pero con los avances de los efectos de la lucha contra el clima, habrá que unirnos. Y será necesario que la solidaridad internacional sea un valor clave para orientar lo que será, sin duda, uno de los mayores retos colectivos de este milenio.