Cómo Europa ha frenado a Trump

Bruselas intenta provocar que sean las empresas las que se aproximen a Trump diciéndole que reflexione

Interesa a todo el mundo no hacer una guerra comercial al alza | iStock
Interesa a todo el mundo no hacer una guerra comercial al alza | iStock
Xavier Roig VIA Empresa
Ingeniero y escritor
24 de Abril de 2025

Uno de los problemas que sufre la Unión Europea (UE) es la dificultad que encuentra a la hora de hacer llegar a toda la población la información sobre lo que hace. Especialmente en España esta información se ve obstaculizada por dos fuerzas principales: los euroescépticos -no hablo de los populismos políticos, sino de la clase de opinión pública que los medios locales han creado, convencida de que fuera las cosas se hacen tan mal como aquí- y la actividad de los gobiernos (español y autonómicos) que intentan ponerse las medallas de la mayoría de las realizaciones que se llevan a cabo gracias a la UE. 

 

Solo hay que imaginarse cómo habría gestionado España la pandemia sin la UE. Países mucho más serios que nosotros, como Gran Bretaña o Estados Unidos (EE. UU.), fracasaron en buena parte. Pues bien, estos días se pone a prueba otra de las competencias exclusivas de la UE: la política comercial. Los aranceles. Y, la verdad, es que se está haciendo relativamente bien. Analicémoslo.

Antes de reaccionar en caliente, conviene mirar quién es quién. Muchos se preguntan por qué la UE no reacciona imponiendo aranceles de forma recíproca a los que aplican los EE. UU. Las razones son diversas, y no hay que apelar exclusivamente a las bondades del comercio internacional sino a los propios intereses. Solo debemos tener en cuenta los datos que no nos suministran. El 50% de la riqueza de la UE, su PIB, se genera gracias al comercio internacional. Esta actividad representa solo el 27% del PIB de los EE. UU. Y en China, con toda la fama de exportadora que tiene, el comercio internacional solo representa el 31% -muy lejos de nuestro 50%-. Por lo tanto, si alguien tiene que perder en una batalla generalizada de aranceles, es la UE. ¿A que nadie lo diría? Pues sí. Por eso la UE es la primera potencia comercial del mundo. En consecuencia, guerra de aranceles generalizada no toca.

 

El 50% de la riqueza de la UE, su PIB, se genera gracias al comercio internacional. Esta actividad representa solo el 27% del PIB de los EE. UU.

Además, como casi todos los economistas sensatos recomiendan, interesa a todo el mundo no hacer una guerra comercial al alza. Entonces, ¿cómo se combate esto? Pues haciendo una guerra comercial a la baja y aprovechar la situación actual para impulsar un espacio económico común entre la UE y los EE. UU. ¿Que algunos sectores se verán perjudicados? Ciertamente. Pero jugar al alza significa perjudicarlos a todos. Por eso la apuesta inicial, el contragolpe propuesto por la UE, ha consistido en decirle al gobierno Trump que, de entrada, la UE eliminaría los aranceles a todos los productos industriales si se llega a un acuerdo recíproco. Es decir: “Trump, tú dices que la UE te penaliza con aranceles. Pues empecemos por hacer una prueba y eliminemos totalmente los aranceles industriales. Ya no tienes excusa, al menos para los bienes materiales”. Con esto se ha dejado una cruda realidad al descubierto y que Trump pretende ocultar: en temas industriales, sobre todo de ingeniería avanzada, los EE. UU. no son competitivos frente a la UE.

Si bien esta es una estrategia global que plantea la UE -“Trump, ¿te quejas de los aranceles de la UE? Pues eliminémoslos”-, también se incluye una táctica a corto plazo que consiste en, mientras tanto, enseñar los dientes para mostrar por dónde irían los ataques europeos en caso de guerra comercial. Una táctica compuesta de varios elementos. El primero consiste en acelerar los acuerdos comerciales con el resto del mundo: China, Canadá, Asia, Pacífico, América Latina... Negociaciones que hacía años que estaban atascadas y que, ahora, vete tú a saber por qué, se aceleran. Ahora se da el ambiente idóneo: un antiamericanismo global. Porque, no nos engañemos, todo el mundo es enemigo de Trump. Incluso los países gobernados por políticos que le son afines. Porque las guerras comerciales, ni que sean indirectas, no interesan a nadie.

Todo el mundo es enemigo de Trump. Incluso los países gobernados por políticos que le son afines. Porque las guerras comerciales, ni que sean indirectas, no interesan a nadie

Pero hay una segunda forma de enseñar los dientes, mucho más sutil. Y es esta la que la UE ha empezado a poner en marcha. Si analizamos los más de 2.000 productos que la UE ha incluido en la lista de los cuales pretende incrementar los aranceles -siempre que Trump acabe imponiendo los suyos- tendremos la sensación de que se han escogido de manera errática y extraña. Y a menudo superficial. ¿Pañuelos? ¿Chocolate blanco, y no los otros? Almendras, avellanas, mantas eléctricas, sujetadores de mujer, calzoncillos, determinadas piezas de automóvil (no todas), etc. ¿Cuál es la razón de este aparente desorden? Pues la estrategia de los negociadores europeos ha consistido en elegir productos que no interfieran demasiado en la marcha de la economía europea pero que, atención, sean estratégicos -exportaciones importantes en valor absoluto- para determinados estados de los EE. UU. ¿Qué estados? Pues, principalmente, aquellos que han votado a Trump con más fervor. Los estados, digámoslo así, más fanáticos. Y también aquellos que pueden influir en las decisiones en Washington. Florida (chocolate blanco y naranjas), semillas de soja (Louisiana), productos de madera (Georgia y Alabama), piezas de automóvil (Wisconsin)... pero también lo que afecta a estados poderosos y que pueden hacer lobby teniendo en cuenta su volumen: almendras de California. En resumen, se ha buscado atacar a los estados individualmente en vez de poner aranceles sectoriales a todos los EE. UU. que podrían desencadenar una guerra recíproca de la que Europa puede salir perjudicada: por ejemplo, los alcoholes -como muestra: a pesar de estar producido en los estados del sur, pro-Trump, no se propone penalizar el bourbon-.

Y aún hay una reserva estratégica con la que la UE ha amenazado a la administración Trump. Consiste en la capacidad reguladora de la UE. Concretamente, la interdicción de participar en los concursos públicos -a todos los niveles, incluso municipal- donde intervengan empresas americanas en su origen (por ejemplo, las filiales europeas). Pueden imaginarse que el daño que esto puede causar es inconmensurable. Y aún más: la amenaza de la Comisión Europea de hacer la vida imposible a las tecnológicas americanas (Amazon, Google, X, etc.) que ya han probado la experiencia de que, cuando la Comisión Europea pone multas, estas hacen mucho daño. Y que cuando la Comisión regula, lo hace con el morro fuerte. Por lo tanto, se intenta provocar que sean las empresas las que se aproximen a Trump diciéndole que reflexione. Que no se trata de políticos contra políticos (como sucede con China), sino de intereses económicos falsamente confrontados. La UE no hace política, aún.

Bien, ya han visto que el abanico de herramientas del que dispone la UE es amplísimo. Y la estrategia es sofisticada y siguiendo la mejor tradición florentina y versallesca, que es en la que Europa se encuentra más confortable. Consiste en forzar que sean los mismos americanos -la clase política electa de los estados, pero también los empresarios- quienes desautoricen a Trump. De hecho, en veinticuatro horas, el presidente Trump pasó de decir que muchos países le llamaban proponiéndole prácticas buco-anales, a asegurar que los EE. UU. llegarían con seguridad a un acuerdo con la UE. Y ahora lo repite cada vez que lo visita un dignatario europeo. Parece que el trabajo empieza a dar resultados. Las reuniones son intensas. Y a puerta cerrada, como debe ser.