El 17 de enero de 1961, el presidente saliente de Estados Unidos de América, Dwight D. Eisenhower, dio el discurso de despedida a la nación tras agotar el segundo de sus dos mandatos como presidente y antes de ceder el testigo del liderazgo a John F. Kennedy. Este discurso televisado ha pasado a la historia por las siguientes palabras:
“Esta conjunción de un estamento militar inmenso y una gran industria armamentista es nueva de trinca en la historia de Estados Unidos. La influencia absoluta -económica, política, incluso espiritual- puede sentirse en cada ciudad, en cada administración pública, en cada despacho del gobierno federal. Reconocemos la necesidad imperativa de este desarrollo, pero no podemos pasar por alto comprender sus peligrosas implicaciones. Nuestro esfuerzo, nuestros recursos y nuestros medios de vida están implicados; de hecho es la propia estructura de la sociedad. En los consejos de gobierno, debemos estar vigilantes contra la asunción de una influencia no justificada, da igual si buscada o no buscada, por parte del complejo militar-industrial. El potencial de un crecimiento nefasto de poder inapropiado existe y seguirá existiendo. Nunca debemos permitir que el peso de esta combinación ponga en peligro nuestras libertades o procesos democráticos. No deberíamos dar nada por seguro, sólo una ciudadanía en alerta y conocedora puede hacer encajar la ingente maquinaria industrial y militar de defensa con nuestros métodos y objetivos pacíficos, para que seguridad y libertad puedan evolucionar juntos”.
El motivo principal por el que estas palabras forman parte de la historia de Estados Unidos es por la aparición por primera vez de un concepto que con el paso de los años se convertiría en central a la hora de analizar los núcleos de poder del país: el complejo militar-industrial. Este general de cinco estrellas metido a político fue el primero en verbalizar un poder que se estaba congriando en el núcleo mismo de la nación y que con el paso de las décadas no dejaría de crecer.
El complejo militar-industrial, un concepto central para analizar los núcleos de poder de los Estados Unidos
Como puede deducirse, de lo que Eisenhower nos alertaba era contra el peso que la industria armamentista estaba ganando dentro del país, un riesgo que él intuía que seguiría persistiendo en años posteriores. Como militar, sabía de lo que hablaba. Hoy no es ningún secreto que muy a menudo los intereses de los americanos están vinculados a conflictos bélicos, y no sólo los que les implica a ellos de forma directa (tipo Irak o Afganistán), sino también a los de terceros países (caso de la actual guerra de Ucrania) que se convierten en clientes de su industria militar. ¿Pero de qué hablamos cuando hablamos de este complejo tan difuso? A menudo, para evitar entrar en una estéril cacería de fantasmas conviene poner nombres, y eso es lo que haremos hoy. Hemos seleccionado a cinco empresas que forman parte del núcleo más interno del archi-mentado complejo militar-industrial y las analizaremos una por una.
Boeing, mucho más que aviones comerciales
En lo alto de la pirámide de los fabricantes de armas está la empresa Boeing, que seguramente nos suena mucho más por la aviación civil, pero que en realidad genera un 42% de su facturación total -que sube hasta a los 70.000 millones de dólares- gracias a la defensa. Por supuesto, es uno de los principales contratistas de Estados Unidos en materia militar. Dio un gran salto cuando en 1997 compró la mítica compañía fabricante de aviones McDonnell Douglas (fabricante de los clásicos MD) que, por cierto, previamente había adquirido la compañía de Howard Hughes. En 2003 el presidente de Boeing se vio forzado a dimitir por el escándalo de espionaje que afectó de lleno a su compañía, cuando se supo que habían utilizado información procedente del ejército estadounidense para conocer los términos de la oferta de su rival Airbus. Como veremos más adelante, no fue el primer escándalo que una compañía de aviación estadounidense protagonizó con consecuencias muy degradantes para ellos. Hoy en día, esta corporación está dirigida por David Calhoun, CEO y presidente. Sólo hace un par de años que rige los destinos de la compañía, porque tuvo que coger el mando cuando el anterior máximo ejecutivo, Dennis A. Muilenburg, tuvo que plegarse después de que los errores de diseño del 737 MAX provocaran dos accidentes devastadores. Ahora mismo, Calhoun es el vértice de una estructura formada por 140.000 trabajadores, y tiene asignada una retribución que supera los 21 millones de dólares anuales.
Boeing, conocida por la aviación civil, factura 70.000 millones de dólares en materia militar
El nombre de Lockheed saltó a los titulares de la prensa a finales de los setenta, por culpa de uno de los mayores escándalos del mundo industrial y político en muchas décadas. Se supo que la multinacional americana había estado sobornando a políticos y representantes públicos de medio mundo para que consiguieran que sus estados compraran material de guerra de la empresa. Uno de los implicados fue nada menos que el príncipe Bernardo de los Países Bajos. En 1976 parte de la cúpula de Lockheed dimitió y en 1979 la misma compañía se declaró culpable de sobornar a funcionarios japoneses. Años después, con el escándalo olvidado, la firma se fusionó con la compañía de Bethesda (Maryland) Martin Marietta, también del ámbito militar. Así es como, en 1995, surgió el actual Lockheed Martin.
La compañía está hoy especializada en el diseño, la manufactura y la comercialización de sistemas aeronáuticos, submarinos y aeroespaciales. El primero de los segmentos citados es el núcleo del negocio, puesto que acapara un 40% de su facturación. Casi tres cuartas partes de sus ventas proceden de Estados Unidos. Tiene una plantilla de 114.000 personas y unas ventas de 67.000 millones de dólares. Es considerado uno de los primeros contratistas militares del mundo. Al frente de este imperio se encuentran James Donald Taiclet Jr., CEO y presidente de la compañía. Sus inicios profesionales están vinculados a la consultora McKinsey, donde trabajó entre 1991 y 1996, pero sobre todo fue piloto del ejército estadounidense y tomó parte en la conocida operación “Tormenta del Desierto”, en el marco de la guerra del Golfo, en Irak (1991). Su retribución alcanza los 18 millones de dólares anuales. El máximo accionista de la compañía, con cerca de un 15%, es el banco de inversión americano State Street, un habitual en el accionariado de las grandes compañías. Detrás de él se encuentra la constelación habitual de fondos de inversión, en un capital muy atomizado.
El tercero de la lista es Raytheon, quizás el más conocido de todos porque en su día fueron inventores del microondas doméstico. De los experimentos con el magnetrón en 1945 surgió como descubrimiento inesperado que las microondas podían calentar la comida. Primero fue una barrita de chocolate de la marca Mr. Goodbar, después un paquete de palomitas y, por último, un huevo que tuvo un triste final. Dos años después empezaron a comercializar hornos microondas industriales y en los años sesenta entraron en el mercado doméstico. Hoy en día, el nombre completo de la compañía es Raytheon Technologies, después de la fusión hace un par de años de la empresa original con United Technologies Corporation. La sede está en Arlington (Virginia) y emplea a 174.000 trabajadores. Su negocio está dividido en cuatro bloques de volumen similar en lo que se refiere a la facturación de cada uno de ellos: sistemas de navegación aérea, aeronáutica, sistemas de misiles y antimisiles, y sistemas aeroespaciales. Todo ello para facturar anualmente 64.500 millones de dólares, más del 85% en Estados Unidos, por el peso de los contratos con el gobierno de ese país. Su máximo responsable es el economista Gregory J. Hayes, quien ocupa los cargos de presidente y de CEO, como en el caso de la compañía anterior, y cuya retribución supera los 23 millones de dólares anuales.
El presidente y CEO de Raythen tiene una retribución que supera los 23 millones de dólares anuales
El cuarto escalón lo ocupa General Dynamics, una compañía que factura 38.500 millones de dólares y que tiene al Ministerio de Defensa de Estados Unidos como principal cliente. El primer ejecutivo es Phebe N. Novakovic, una exempleada de la CIA y del Ministerio de Defensa de Estados Unidos. Tiene una retribución que, con todos los conceptos incluidos, supera los 23 millones de dólares anuales. La compañía está especializada en el diseño, manufactura y comercialización de equipamiento y sistemas aeronáuticos, espaciales, navales y de defensa. El área de defensa es que aporta la parte más abundante de sus ventas, pero por lo general las cuatro ramas son de volúmenes similares. Más del 82% de la producción se vende en Estados Unidos, sobre todo por los acuerdos con el Ministerio de Defensa. Uno de sus principales directivos es el español Alfonso Ramonet, que accedió a cargos de responsabilidad cuando General Dynamics adquirió la compañía pública estatal Santa Bárbara, uno de los principales fabricantes de armas españoles. La compraventa y, a la vez, privatización se llevó a cabo en la época del gobierno Aznar (2001), a cambio de cinco millones de euros, pero con unos gastos -básicamente por compromisos de compra de material por parte del Estado - de unos 500 millones. El cambio de propiedad se vivió en medio de una fuerte curva de los trabajadores, que no querían pasar a manos de una empresa privada extranjera. Acertaron plenamente, porque desde entonces Santa Bárbara no ha parado de perder puestos de trabajo y fábricas enteras. Volviendo a la matriz, General Dynamics, cabe decir que emplea a 103.000 trabajadores. Sus principales accionistas son, como en todos los casos que estamos viendo hoy, importantes fondos de inversión. En el caso concreto de empresa de Reston (Virginia), encontramos una firma de gestión de activos que no es de las usual, con cerca del 11% del capital (segundo máximo accionista); se trata de Longview Asset Management LLC, unos expertos en inversiones con sede en Chicago que gestionan actualmente 7.400 millones de dólares, lo que significa que su posición en General Dynamics es de alrededor de un 95% de todo su patrimonio.
Solo las cinco compañías americanas que hemos incluido en este artículo dan trabajo de manera directa a más de 600.000 trabajadores
La quinta compañía de este repóquer seleccionado es Northrop Grumman, cuya facturación anual es de 35.500 millones de dólares. A finales de los noventa estuvo a punto de ser adquirida por su rival Lockheed, en una operación que en su día fue valorada en 8.300 millones de dólares (1997), pero finalmente las autoridades estadounidenses, con el Pentágono por delante de todo, prohibieron la fusión por considerar que restringía la competencia de forma muy relevante. Ese mismo año, Boeing había comprado McDonnell Douglas, otro de los agentes clave en la industria de la defensa. El perfil de Northrop Grumman es una fotocopia de otras firmas que hemos visto ahora, porque se dedica al diseño, fabricación y comercialización de sistemas y equipos para la defensa. El segmento en el que más ventas tiene (30%) es el de sistemas aeronáuticos, seguido de los espaciales y el equipamiento electrónico (radares, control de tráfico aéreo, comunicaciones, vigilancia, etc.). La cuarta pata, la de armamento, tiene un peso algo por encima del 15%. El 86% de sus ventas las realiza en los propios Estados Unidos, en buena parte en la administración pública. Emplea a 88.000 personas. La compañía está dirigida por Kathy J. Warden, una economista experta en ciberseguridad y tecnologías de la información. Su retribución anual ronda los 20 millones de dólares.
Sólo las cinco compañías americanas que hemos incluido en este artículo emplean de forma directa a más de 600.000 trabajadores, o sea, son el medio de vida de más de 600.000 familias, lo que indica que la implantación del sector en la sociedad americana es muy profunda, demasiado para vislumbrar que su ingente poder pueda declinar. Según el instituto sueco Sipri, el 8,3% del gasto público USA (2020) se dedica a armamento y el top-100 mundial de fabricantes está dominado por las compañías americanas (41), que facturan conjuntamente 285.000 millones de dólares. Parece que la profecía de Eisenhower se ha cumplido con creces.