Ahora mismo, todo es coronavirus.
El estado de los supermercados, la voluntad férrea del personal sanitario, las personas que nos cruzamos por las calles con miradas de sospecha, aquellos seres queridos que potencialmente podrían desarrollarlo, la televisión, los memes, y todas las ganas de salir a la calle para recuperar una rutina que apreciamos más que nunca.
Encontramos teorías para explicar nuestra frustración: los chinos y estadounidenses y viceversa, la Pachamama revelándose ante los ataques de una humanidad ambiciosa, o simplemente el azar, que vuelve a tirar los dados y ésta vez no pasa en “el culo del mundo”.
Esta vez es nuestro vecino. La profesora de universidad. El familiar de un amigo. Esta vez, el enemigo no tiene una tez diferente a la nuestra porque no se ve, esta vez nosotros como sociedad civil somos el peligro y la víctima, el esclavista y el esclavo, el invasor y también el invadido.
Así que sin más dilación, nos disponemos al confinamiento.
Nos encerramos en casa ¿15 días? Joder, nunca he tenido una resaca tan larga pero vale ¿Un mes? Madre mía... ¿Dos meses? Comienzan los llantos de los más adultos. ¿ Y qué puedo hacer? Ir a la peluquería. Bueno, eso ahora mismo tampoco. ¿Salir a moverme, a hacer deporte? Ves a la carretera de les aigües y pregunta, a ver...
¿Entonces solo puedo quedarme en casa, a esperar qué esto acabe? Entre otras cosas, si. Puede ser el momento, también, de hacer todo aquello que siempre has querido hacer pero que ni tú, ni tu tiempo te permitían hacer. También puede ser el momento de tener esa conversación aplazada una y mil veces con un ser querido, y sobretodo, ahora que el tiempo es más nuestro que nunca, devolvámosle el presente de hacer con él lo que realmente nos llena. Lo que no nos ha quitado el coronavirus y que es más importante que nada: nuestra pasión. Por la gente, por el deporte (en casa), por leer, por escribir, por tus hijos, por aprender un idioma, un instrumento, o por aprender a estar con uno mismo.
No hay que creer que las cosas pasan por algo para saber que con todo lo que pasa hay cosas que hacer.
Saquémosle el polvo a las ideas olvidadas, a aquellas chispas de genialidad que en su momento no pudimos hacer realidad por eso o por aquello otro.
Ahora más que nunca, que nos hemos dado cuenta que lo que parecía inquebrantable está dando tumbos, es momento de dejar de mirar al lado, sentarte bien en tu silla y preguntarnos ¿Qué es lo más importante?
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