Crisis

Roger Vinton analiza la multiplicidad de crisis del siglo XXI y el papel del periodismo, que considera que tiene que "hacer limpio de estructuras viciadas"

Roger Vinton avisa que ahora el periodismo tiene que hacer una reflexión profunda y ser valiendo | iStock
Roger Vinton avisa que ahora el periodismo tiene que hacer una reflexión profunda y ser valiendo | iStock
Barcelona
29 de Abril de 2020

Sí, crisis en plural porque nos referimos a la multiplicidad de crisis que vamos encadenando desde el comienzo de este siglo XXI que, por cierto, parece bien defectuoso. Tan pronto como en marzo de 2000 -que ya sé que para muchos todavía formaba parte del siglo XX- tuvimos el primer susto doloroso. En aquel tercer mes del año estalló de manera atronadora la burbuja de las firmas tecnológicas, aquello que se conocía como "empresas puntocom", hundiendo los mercados de valores y los balances de muchas compañías. La simetría con la crisis actual es sorpresiva, porque en aquella lejana y casi olvidada catástrofe, el punto máximo de la bolsa tecnológica americana, el Nasdaq, se logró precisamente el 10 de marzo, justo veinte años antes de que el mundo entero empezara a deslizar alcantarilla abajo. Cuántas cosas que pasan en marzo...

El estallido de la burbuja puntocom hizo desaparecer del mapa a miles de empresas tecnológicas, la mayoría de las cuales sólo tenían la consistencia del humo que venían sus promotores, y nunca habían ganado dinero, ni tenían previsto de hacerlo en un periodo prudencial de tiempo. De hecho, los gurus de las finanzas se inventaron toda una serie de indicadores para hacerlas atractivas a los potenciales inversores, dado que con los parámetros de uso habitual no había por donde cogerlas. Pero la crisis no se acabó aquí, sino que este sólo fue el punto de ignición. Cómo que el mercado tecnológico estaba tan sobredimensionado, la gran mayoría de entidades del mundo financiero (fondo de inversión, compañías de seguros, etc.) se veían obligadas a invertir para tener una cartera en linea con el mercado.

Por este motivo, la volatilización de las firmas tecnológicas hundió de retruque a compañías aseguradoras y, en general, a cualquiera que hubiera invertido en aquel sector. El resultado de la crisis resulta familiar: miles de despidos, salarios a la baja, mercado bursátil hundido por mucho tiempo, etc. Por ejemplo, el índice español Ibex 35 cayó a plomo desde los máximos de marzo de 2000, en que estaba a los 12.000 puntos, hasta cerca de los 5.500 poco antes de 2003. Desde el estallido de la burbuja hasta recuperar sus máximos históricos, el Ibex35 transitó por un desierto de seis años y medio. Sólo en Estados Unidos, el primer trimestre de 2001 se produjo más de 400.000 despidos. Además, empresas que aparentemente tenían poca vinculación con la crisis tecnológica aprovecharon el ruido de fondo para "limpiar" sus plantillas haciendo despidos masivos poco justificables, como fue el caso de las francesas Danone y Marks & Spencer (esta, de matriz británica).

Crisis que cambian patrones

La crisis puntocom cambió algunos paradigmas del mundo empresarial, y como que se vio acelerada con todo lo que siguió a los atentados de la 11-S en los Estados Unidos, también modificó muchos patrones de nuestras vidas que ya asumimos como normales.

Costó años sacar la cabeza, pero cuando lo hicimos, sirvió para crear otra burbuja, la inmobiliaria, que tuvo un primer estallido en verano de 2007 y se acabó de autodestruir durante 2008. Mira por dónde, el irracional mercado inmobiliario español no se hundió por razones intrínsecas -seguramente estaba a punto de hacerlo- sino que el aguijón que pinchó el globo vino de Estados Unidos, donde los productos financieros complejos que tenían como base activos inmobiliarios actuaron de pieza inicial una larga cadena de fichas de dominó que, en su caída, chafaron todo lo que encontraban por delante.

Las consecuencias sociales y económicas serán peores que las de las dos crisis mencionadas antes

Si volvemos a dar un vistazo al Ibex35 comprobaremos cómo después de recuperar los históricos 12.000 puntos de marzo de 2000, siguió la escalada hasta marcar un nuevo récord histórico todavía vigente hoy en día situado a los 16.000 puntos. Esto sucedió a caballo de los años 2007 y 2008. El hundimiento posterior llevó el índice hasta los 6.000 puntos a medianos año 2012. Dos años más tarde se frenó la recuperación al nivel de los 10.300, y desde el entonces había mantenido una trayectoria anodina entre los 9.000 y 10.000 puntos, hasta llegar a la crisis que estamos sufriendo en estos momentos.

El tercero gran golpe que hemos recibido en las dos décadas que llevamos consumidas de siglo es el descalabro provocado por el virus SARS-CoV-2, que tiene la peligrosidad añadida de ser un enemigo invisible donde cada cuerpo humano es susceptible de ser un frente de batalla. Resulta imposible prever las condiciones en que encontraremos el mundo una vez se comience con un regreso gradual en la normalidad, pero lo que parece altamente probable es que las consecuencias sociales y económicas serán peores que las de las dos crisis mencionadas antes. De momento, el índice bursátil español se ha acomodado a la situación buscando la zona del 6.500 puntos, lo que implica una caída del 35% en sólo un par de meses.

Collejas y conciencia

En este siglo XXI, el mundo va cambiando a copia de collejas, y probablemente esta tercera será la que llevará inherente la modificación mental más relevante de todas. Sería deseable que tanto de sufrimiento sirviera, cuando menos, para delimitar un nuevo terreno de juego que excluya todos los vicios y defectos que hemos sufrido hasta ahora. Hemos comprobado que el talento sí que es necesario, que ser ciudadanos responsables sí que proporciona valor añadido y que aquello de que quien día pasa, año empuja porque los malos presagios nunca se materializan es rotundamente falso. Es la hora de valorar el trabajo bien hecho por encima del trabajo hecho deprisa y corriendo, es la hora de dedicar el tiempo que haga falta a las cosas importantes y que más vale hacer menos cosas, pero hacerlas bien. Un mundo que desprecia el nivel cultural de las personas y donde el civismo es poco más que un trastorno obsesivo compulsivo está destinado al fracaso.

El periodismo tiene que hacer una reflexión profunda y ser valiente. Aunque sea por las necesidades que creará la crisis, esperemos que se pueda hacer limpio de estructuras viciadas por la amiguismo, el partidismo y el nepotismo

El periodismo, en estado de shock desde hace dos décadas porque ha pasado de explicar el mundo a no entenderlo, tiene que hacer una reflexión profunda y ser valiente. Unos fenómenos enmascaran a otros, y en este caso la ola de internet con sus contenidos gratuitos esconde la falta de calidad de muchos medios tradicionales, que reaccionan a las caídas de ventas reduciendo todavía más la calidad que ofrecen, en un claro círculo vicioso de difícil resolución. En otras palabras, la bajada del consumo no sólo es imputable a la preeminencia del mundo virtual gratuito, sino a la toma de conciencia de muchos consumidores que han visto que la mercancía que les servían los medios no estaba elaborada con la profesionalidad y objetividad que ellos esperaban.

Como hay lectores y oyentes que esperan calidad, seguro que hay suficiente espacio de mercado para hacer un periodismo de alto nivel, fiable, que vaya más allá de la propaganda de trincheras y que aporte conocimiento. Para poner dos ejemplos que me tocan de cerca, echo de menos medios que expliquen tanto las finanzas como los deportes de una manera diferente, huyendo de lugares comunes y explicando los hechos de una manera entendedora y atractiva para mirar de captar a nuevos adeptos. Es decir, tomando de la mano al lector y no tomándole el pelo. Aunque sea por las necesidades que creará la crisis, esperamos que se pueda hacer limpio de estructuras viciadas por el amiguismo, el partidismo y el nepotismo, y se apueste por la profesionalidad y el talento. Estoy seguro que VIA Empresa quiere transitar por este camino, como lo lleva demostrando durante siete años. Pongamos fin a la fiesta de la banalidad.