El 40% de las personas que se consideran clase media hace tiempo que ya no forman parte, según el último Barómetro delCIS. Se han desclasado. Estamos hablando de grupos importantes de autónomos, comerciantes, propietarios de pymes, empleados cualificados, funcionarios, médicos, profesores, jóvenes con carrera, obreros cualificados, pensionistas.., que ni ingresan añalmente el dinero que aseguran la tranquilidad económica y el bienestar, ni pueden acceder a una vivienda en propiedad, ni salir a cenar a menudo, ni hacer vacaciones cada año, ni ser miembro de distintas asociaciones, ni mantener el estatus sociocultural tradicional... Esto, sí, la mayor parte de los impuestos continúan cayendo encima de sus espaldas. El rey no solo está desnudado: tiene mucho frío.
Las clases medias europeas se han caracterizado, desde sus orígenes después de la Segunda Guerra Mundial, para ser hegemónicas entre la clase obrera y los ricos y poderosos. Gracias a los incrementos extraordinarios de la productividad en la inmediata posguerra europea, este grupo social empezó a crecer en número de integrantes hasta representar prácticamente los dos tercios de la población, absorbiendo una parte importante del que antes formaba parte del proletariado. Se vieron favorecidas, por un lado, por la capacidad de obtener mayores ingresos individuales y familiares fruto de la expansión económica que espoleaba trabajos mejor remunerados, y, de otra, por el estado del bienestar que se desarrollaba, el cual facilita una mejor sanidad, formación, pensiones y servicios públicos. La centralidad y el progreso -in medio stat virtus- las convirtieron en el protagonista social, mimado por el poder, en la medida que sus componentes acaban poniendo y sacando los gobiernos. Tanto en el campo como, sobre todo, en las ciudades, este colectivo adquiere un nuevo estatus; sus miembros se presentan como el referente de la modernidad -viajes, vacaciones a la costa, coche, piso propio...-. En el estado español, la emergencia de las clases medias no se produce hasta la consolidación de los desarrollismo, hacia los 70, pero el impulso hace que en poco tiempo se puedan comparar las autóctonas con las europeas.
Los felices años 80 y 90 acontecieron décadas de consolidación de su papel principal social, político, económico. El zenit en nuestro país llega cuando sus miembros acceden a adquirir valores bursátiles en la época brillante del capitalismo popular.
Ingresos y prestigio, por tierra
El trasvase de una parte importante de las rentas salariales hacia las de capital se inicia a escala mundial a partir de los años 80. Este fenómeno le da la primera colleja al grupo consolidado. La segunda se producirá a comienzo del milenio. Por dos motivos fundamentales. El primero, porque la era low cost no solo abre camino a los precios rebajados permanentemente, que estrangula a los intermediarios más débiles, sino que afecta extraordinariamente a los salarios; la democratización en el acceso a determinados productos, que hasta entonces eran exclusivos de los opulentos, no esconde una nueva realidad: la banalización del puesto de trabajo y de su remuneración, en parte, porque la productividad no crece, en parte porque aumentan las exigencias y la preparación por el ejercicio de las funciones profesionales de los empleados. Y segundo, porque el estado del bienestar, la niña de los ojos de los gobiernos tanto de derechas como de izquierdas, deja de ser intocable para los primeros y las políticas sociales se desaceleran hasta límites insospechables.
Ahora el conglomerado es un sálvese quien pueda sin ninguna cohesión ni identidad con un nuevo común denominador: menos ingresos, menos conciencia de clase
La crisis del 2008, gestionada en España por la derecha, noquea las clases medias; y a pesar de los esfuerzos del gobierno de izquierdas para reducir en los últimos años el efecto de la pandemia del 20 y del impacto inflacionista del 22 encima de ellas, el resultado es que las clases medias quedan francamente debilitadas.
Si en algún momento del pasado, los sociólogos se referían a una unidad que se componía por un grupo de alto nivel, otro de medio y un tercero, bajo, ahora el conglomerado es un sálvese quien pueda sin ninguna cohesión ni identidad con un nuevo común denominador: menos ingresos, menos conciencia de clase. Es como el Big Bang, cuando estalló en mil trozos. Los mileuristas son los hijos putativos de este nuevo escenario donde antes había tranquilidad económica.
En medio del chasco por los ingresos reducidos y por el prestigio perdido, una parte de esta clase media acomodada abandona las posiciones social-demócratas o demo-cristianas -centristas en definitiva-, que cultivaron en los orígenes de su existencia. En efecto, este fue el sustrato sobre el cual se fundamentaron los Tratados de Roma y se continúa basando una parte del equilibrio de la Unión Europea.
La disgregación y la carencia de expectativas de futuro abocan a una parte de sus activos a sumarse a las teorías peligrosas de los populismos de derechas. Comulgamos con el autoritarismo; se muestran radicalmente opuestos a las élites gobernantes; luchan con todas las herramientas disponibles, legitimas o ilegítimas, para destruir las estructuras de poder actual; son excluyentes; y se apuntan al neoliberalismo radical, a la desregulación, al nativismo -predominio absoluto de los nativos sobre el resto-, a la xenofobia..., justamente la antítesis de lo que militaban hace un tiempo. Buscan unas nuevas señales de identidad en aquellos territorios que siempre habían excluido.
No es previsible una reavivada de las clases medias hasta lograr el mismo rol que interpretaron durante la segunda mitad del siglo pasado
Es tiempo de fragmentación. Esto es evidente. Tanto en política como en escala social. Pero la diversidad es un valor al alza. No creemos que cualquier tiempo pasado fue mejor, como decía Jorge Manrique, en el siglo XV; más bien somos de los que profesamos fe bastante ciega en el futuro. Desde esta perspectiva, en medio de los estragos, no es previsible una reavivada de las clases medias hasta lograr el mismo rol que interpretaron durante la segunda mitad del siglo pasado. Ahora bien, si al valor de la centralidad se le añade el de la diversidad, el progreso acaba haciendo maravillas. Al inmediato futuro de Europa -próspera, digital, sostenible y social-, la consolidación del consenso entre los dispares es capaz de facilitar un escenario más brillante que el actual para todas aquellas personas que se consideran que forman parte de las clases medias. Sin lugar a dudas, lejos de las veleidades de jugar de extremo.