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Edición genética en la Unión Europea. ¡Por fin!

Uno de los principales factores de complejidad en la producción de alimentos es la necesaria compatibilización entre una producción sostenible, pero a la vez productiva, asequible y viable

Imagen de un laboratorio | iStock
Imagen de un laboratorio | iStock
Barcelona
27 de Septiembre de 2023

Desde estas páginas se había defendido que había que abrirse a las posibilidades que ofrecen las biotecnologías y muy en concreto la edición genética. Finalmente, el pasado 5 de julio, la Comisión Europea publicó una propuesta de reglamento sobre plantas obtenidas mediante nuevas técnicas genómicas y sus alimentos y piensos. Este planteamiento modifica el reglamento de la Unión Europea 2017/625 que allana el camino a la utilización de esta biotecnología. Se trata de una buena noticia que tendrá que ser confirmada mediante la aprobación en el Parlamento Europeo.

Uno de los principales factores de complejidad en la producción de alimentos es la necesaria compatibilización, tanto como sea posible, entre una producción sostenible (amable con el entorno y no contaminante) pero a la vez productiva (capaz de atender los retos alimentarios), asequible (con unos precios moderados) y viable (remuneradora para los actores de su producción). Esta ecuación no es sencilla y con resultados que nunca se ajustan a los ideales desde los cuatro puntos de vista mencionados. Aun así, las nuevas biotecnologías de transformación genética pueden actuar a favor de la eficiencia productiva, de tal manera que con menos recursos se obtenga un mejor resultado.

También pueden conseguir que la producción tenga menos impacto ambiental. Igualmente, pueden reducir costes, facilitando que la alimentación sea más asequible en las rentas bajas. En general, una producción más eficiente suele ser a la vez más sostenible. Además, las avanzadas biotecnologías permiten orientar la transformación genética a un determinado objetivo concreto con voluntad de mejorar ciertos aspectos. Por ejemplo, se puede orientar a hacer resistente la planta a determinado parásito o a determinada dolencia, evitando el uso de biocidas. De lo contrario, se pueden conseguir plantas más resistentes a determinadas condiciones del entorno, cómo por ejemplo la sequía. O bien, puede incorporarse a las plantas determinada calidad de interés.

Las avanzadas biotecnologías permiten orientar la transformación genética a un determinado objetivo concreto con voluntad de mejorar ciertos aspectos

El uso de estas biotecnologías ha sido muy limitado en la Unión Europea, básicamente por la presión de las entidades ecologistas. Actualmente, su autorización es posible, pero después de unos estudios tan exhaustivos y rigurosos que solo los gigantes empresariales pueden asumirlos. Además, su posible aplicación se dilata mucho en el tiempo (doce años, orientativamente) para poder llevar a cabo las pruebas requeridas. Para entender el contenido de la nueva propuesta de reglamento hay que distinguir básicamente dos líneas de transformación genética. Por un lado, los organismos genéticamente modificados (OGM) y, de otra, lo que se ha denominado edición genética o técnica CRISPR (Clustered Regularly Interspaced Short Palindromic Repeats). Las obtenciones de OGM provienen de procesos con altos componentes aleatorios. Este factor aleatorio es, sin ningún tipo de duda, un factor de riesgo que, para evitarlo, exige pruebas exhaustivas y dilatadas en el tiempo. De alguna manera se intenta, con este rigor en las pruebas de evaluación, evitar actuar como aprendiz de brujo. Por el contrario, la edición genética actúa exclusivamente sobre un determinado gen, ya sea insertándolo, eliminándolo o sustituyéndolo por otro.

La innovación que supuso el desarrollo de la tecnología CRISPR daba seguridad para obtener los objetivos que se pretendían, puesto que se partía sabiendo qué era el gen específico que podía contribuir a la solución sin afectar el conjunto de la planta. Era una mejora de la evaluación de la cual era más sencilla, requería menos tiempo y permitía que muchos más laboratorios pudieran abordar estos desarrollos. Era, pues, una tecnología más próxima. Aun así, una sentencia del Tribunal de Justicia de la Unión Europea, de julio de 2018, consideró que las plantas tratadas con técnicas de edición genética eran equivalente a los OGM. Gracias a la sentencia, Europa se distanció de la mayoría de los países occidentales, de América Latina y Australia (con la excepción de Nueva Zelanda). En Europa se frenaban unos desarrollos que, sin duda, son los primeros pasos de la gran revolución biotecnológica del siglo XXI. Incluso hay una seria incoherencia, puesto que plantas transgénicas que no se pueden cultivar en Europa se pueden importar del extranjero.

La raza humana ha multiplicado la esperanza de vida porque ha utilizado antibióticos y sofisticadas medicinas creadas en el laboratorio

Con esta nueva propuesta de reglamento en la Unión Europea se abren las puertas a corregir este retraso. Los potenciales de estas técnicas biotecnológicas son extraordinarios. Obviamente, requieren un riguroso seguimiento y control desde la ciencia y desde los servicios públicos correspondientes. Pero los ya muchos años de convivencia con estas tecnologías ha validado sobradamente su seguridad, además de la oportunidad y utilidad ante el cambio climático. Es claramente una herramienta de la intensificación sostenible de la cual nos hablan tanto la FAO cómo el IPCC. Los argumentos en contra parten del miedo o del dogma que idealiza el hecho natural. Es un argumento débil. La raza humana ha multiplicado la esperanza de vida porque ha utilizado antibióticos y sofisticadas medicinas creadas en el laboratorio, la misma insulina se obtiene de procesos biotecnológicos. Frente a la simplicidad dogmática, es preferible la valentía de asumir la complejidad, "poniendo el objetivo de futuro en la agenda del presente", tal como afirma Xavier Marcet.

Como hecho emblemático de esta controversia sobre el uso de plantas nacidas de la transformación genética es el arroz dorado. Este arroz es una variedad lograda por ingeniería genética con el fin de mejorar la aportación de vitamina A en áreas donde la falta de esta vitamina provoca severos problemas de ceguera nocturna y mortalidad. A pesar del indudable valor sanitario de este arroz, la oposición de movimientos ecologistas, entre ellos Greenpeace, frenó durante años su comercialización. Ante esta oposición a un recurso alimentario que podía salvar miles de personas de la muerte o la dolencia, un grupo de 109 premios Nobel firmaron, en 2020, un manifiesto donde defendían la autorización de la producción de este arroz diciendo: "la oposición basada en las emociones y el dogma y contradicha por los datos tiene que acabarse". La Unión Europea parece que quiere atender este consejo.