Egipto y el fracaso de Nasser

Ningún intento de modernización ha triunfado en Egipto, a pesar de Nasser, el último gran revolucionario del país

Vista panorámica de la ciudad de El Cairo con las Grandes Pirámides al fondo | iStock
Vista panorámica de la ciudad de El Cairo con las Grandes Pirámides al fondo | iStock
Xavier Roig VIA Empresa
Ingeniero y escritor
16 de Marzo de 2025

Cuando alguien menciona la palabra Egipto inmediatamente provoca, entre quienes la escuchan, la imagen de las pirámides, de los templos colosales, de los jeroglíficos, de las figuras encorvadas que siempre muestran la parte fácil de dibujar... Pero el país actual es muy diferente. No es más que un país árabe instalado en una porción de territorio que una civilización -que no tuvo nada que ver con la actual población- ocupó durante 3.000 años hasta que, a comienzos de la era cristiana, aproximadamente, fue conquistada por los romanos.

 

Viajar por el Nilo, tranquilamente, lejos de las aberraciones turísticas, en un barco pequeño, es muy agradable. Permite relajarse y llegar a lugares que nos dicen mucho de aquella gente. De su nivel de progreso. Fue una civilización opulenta, fruto de la riqueza del territorio. El Nilo se desbordaba periódicamente y dejaba un sedimento de limos y otros materiales nutrientes que permitían obtener productos en cantidades fabulosas sin esforzarse demasiado. Hablo del aspecto físico. Este esfuerzo mecánico humano ahorrado -unos cuantos meses cada año, mientras duraba la inundación- se empleaba para la construcción de templos, de tumbas y de otras infraestructuras.

Cuando uno visita las construccioones en piedra, la pregunta es inminente: ¿no tenían trabajo aquella gente? La verdad es que había que ocupar a la población durante los meses de inactividad, cuando las aguas del Nilo hacían que las tareas agrícolas se volvieran imposibles. Todo se fundamenta en el principio universal que dice que una población ociosa es proclive a los disturbios y las reclamaciones. El hecho es inevitable. A veces la ociosidad es tranquila, otras la cosa se vuelve más inquietante.

 

El caso es que la vida en el antiguo Egipto transcurría relativamente agradable. La esclavitud no era lo que pensamos que era, y la gente estaba relativamente bien alimentada. Los que trabajaban en temporada -cuando las tierras quedaban anegadas- tenían compensaciones por el trabajo realizado. Sin duda no disfrutaban de los derechos laborales actuales, pero no tenían que soportar una atmósfera salvaje como nos han hecho creer las películas de Hollywood. Las guerras eran escasas y a menudo provenían del sur -los nubios podían acceder fácilmente y las olas migratorias se integraron con los egipcios a lo largo de los siglos-. Los ataques por la parte derecha e izquierda eran escasos, ya que los desiertos hacían de colchón protector. Algunos ataques con barcos por el Mediterráneo, sí. Pero nada determinante hasta que alrededor de la era cristiana llegaron los romanos. La civilización egipcia transcurrió de forma alargada y estrecha, es decir, arrimada a la forma del Nilo.

“No disfrutaban de los derechos laborales actuales, pero no tenían que soportar una atmósfera salvaje como nos han hecho creer las películas de Hollywood”

De hecho, lo mejor que se puede hacer para visitar lo que queda de aquella civilización es navegar tranquilamente por el Nilo, en una embarcación pequeña (una dahabia). No es del todo el sueño del viajero audaz, pero la atmósfera es muy agradable. El resto de medios, que no sean el precario ferrocarril o la carretera, constituyen una aberración que solo el negocio turístico sin escrúpulos -fruto de unos turistas aturdidos por la frivolidad- puede generar. Les hablo de los enormes barcos con cientos de pasajeros que contaminan el Nilo entre Karnak y Asuán. El espectáculo es realmente dantesco y constituye una demostración de los niveles de prostitución colectiva a los que puede llegar un país que solo obtiene ingresos por la venta de los encantos que generaron los que, antes, habían poblado el territorio.

La sociedad egipcia actual es fruto del arabismo instalado desde la islamización sunnita del norte de África, en el siglo VII. Que, si bien contó con cierto brillo hasta el siglo XV, posteriormente ha servido, únicamente, para crear una sociedad frustrada e infectada por el fatalismo. La pobreza es extrema y uno puede detenerse y visitar determinados poblados cuyo nivel no conocemos desde la Baja Edad Media. Aldeas con casas de adobe, con calles de polvo o anegadas, viviendas donde se mezcla todo: comida con animales y excrementos, etc. Al llegar a El Cairo, el visitante podrá observar, de manera sobrecogedora, lo que no debe ser. Recuerda a lo que escribió alguien, ahora no recuerdo quién, que imaginaba la tierra como el infierno de otro mundo. Es triste, pero si alguien me pide la definición de El Cairo de hoy -diferente, seguro, del que conoció de pequeño y de joven Naguib Mahfuz- diré que es un conjunto de edificaciones espantosas y siniestras donde se apiñan diez millones de personas.

Vista aérea de El Cairo y el Nilo, Egipto | iStock
Vista aérea de El Cairo y el Nilo, Egipto | iStock

Ningún intento de modernización ha triunfado. Lo han intentado muchos. Dictadores de derechas y de izquierdas. Nasser fue el último gran revolucionario del país que creyó conveniente arrastrarlo al socialismo de la URSS. Dejó algunas huellas como es la presa de Asuán que creó un enorme embalse de más de 200 kilómetros de largo y que ahora lleva el nombre de Lago Nasser. Fue un gobernante que creyó posible crear una liga de países no alineados -ni a favor de los Estados Unidos ni de la URSS-. Todo se demostró inútil. Porque la plaga que se come el país es el arabismo impregnado de una religiosidad depredadora -sin importar el régimen político-. Y a pesar de que Nasser propugnaba una determinada forma de laicismo y se burlaba de las pretensiones de los Hermanos Musulmanes que querían que las mujeres llevaran el hijab obligatoriamente, hoy en día es difícil encontrar una egipcia que no lo lleve. Nada que hacer.

El imperio egipcio vivió bien. Una superficie de más de 40.000 km² fácilmente cultivables y de tierra rica daba para alimentar a los 4 millones de personas que lo formaban. Evidentemente, no sirven ahora para alimentar a 115 millones. En los años sesenta, Nasser vio una ventana para luchar contra el fatalismo arabista. Venían tiempos de prosperidad para quien quisiera aprovecharlo. Egipto tenía, entonces, una renta per cápita superior a la de Corea del Sur. Hoy, la renta de un ciudadano coreano del sur es de 44.300 dólares al año. La de un egipcio no llega a 13.000.