Cuando mueren los maestros, como por ejemplo lo fue por mí Josep Martí Gómez a mis inicios en periodismo, mi carrera anterior, se me pega el tedio del spam. Pilita Clarck lo definió en el Financial Times como aquello no deseado que llega, quieras o no quieras. No sabes de donde viene, pero siempre aterriza. Hace más de medio siglo que existe el correo electrónico, y casi veinte que Bill Gates dijo que en dos años se resolvería, a pesar del cual las empresas tienen que continuar dedicando una partida nada despreciable a instalar filtros para abatirlo, y los particulares, cada cual según su disponibilidad, también. Ni unos ni otros han obtenido demasiado éxito. Son los efectos colaterales de la estructura de internet. ¿Y si nos hicieran pagar para recibir noticias? -se preguntaba Pilita Clarck-.
El coche y el espacio urbano
Con esto de la información todos vamos muy despistados. A cada huella internáutica damos el derecho a los compradores de los datos generados que nos envíen todo lo que deseen. En definitiva, internet es una paperina exquisita llena de agua que se derrama por los cuatro lados. Fuentes y fuentes, contaminadas o no, siempre intencionadas. El propósito de toda información ya se da por supuesto; el proceso de contaminación y sus efectos, no tienen ninguna justificación. Esto es el spam persistente que no cesa.
Todo el mundo tiene claro qué pasará en quince o veinte años, a pesar de que no hemos sido capaces de consensuar el modelo de transición hacia el nuevo escenario
El otro día, el alto directivo de una firma automovilística me decía que el sector está dispuesto a invertir decenas de miles de millones de euros en el coche eléctrico, pero que, aunque haya sensibilidad social respecto a la sostenibilidad del planeta, no todo el mundo va por el mismo camino. Guille López, líder de l'Eixample Respira, identificaba las ciudades del futuro con muchos menos coches, todos automáticos, eléctricos y sociales, moviéndose por el espacio urbano, ocupado entonces masivamente por las personas y no por los vehículos como por ejemplo. Sin los costes sanitarios de la contaminación. Sin la lucha por el uso del espacio público a las aceras, al pasar la calle... Sin su utilización al servicio del aparcamiento. Sin las congestiones de tráfico. Sin el ruido... Miles de millones dispuestos para el coche eléctrico cuando se necesitarán muchos menos vehículos en el futuro, por un lado; sensibilidad medioambiental generalizada, por otra. Mientras tanto, la realidad de nuestras ciudades es el desmadre. Hay foco. Todo el mundo tiene claro qué pasará en quince o veinte años, a pesar de que no hemos sido capaces de consensuar el modelo de transición hacia el nuevo escenario. El resultado es que la función y el uso del coche corresponde al siglo pasado; las ciudades se continúan construyendo, si hace o no hace, dentro de los mismos parámetros urbanísticos; y todos los esfuerzos de cara al futuro van a destiempo y producen desazón. Correo basura.
La ciudad y los turistas
La nueva normalidad parece que no arranca como muchos querrían: volver a rellenar las calles de riadas de turistas, que entran en los establecimientos de todo tipo, gastan dinero en las tiendas, llenan taxis, visitan los museos, los monumentos, y compran tickets para testificar Can Barça. El concepto de nueva normalidad es redundante; quién lo ha puesto en la boca no se lo creía. Los ciclos económicos nunca son rectilíneos. Los clientes modifican sus hábitos, los valores, los intereses por unos u otros productos; las tecnologías se envejecen y se introducen de nuevas constantemente; las relaciones y la representación sociales se modifican; y las emociones y los sentimientos -por ejemplo, el miedo ante el venidero de la pandemia- evolucionan más lentamente de lo que parecería. Se trabaja en una visión centrada en el mismo turista que vendía, en el mismo número de turistas de siempre (y si puede ser creciente, mejor).
Atraer los visitantes, después de la catástrofe pandèmica exige mucho más que estar sentado en la puerta esperando el alud de turistas. Requiere la mejora constante del destino, las tiendas, los monumentos...; el uso productivo de las nuevas herramientas tecnológicas; y ser capaces de gestionar directamente los clientes creando los lazos de verdaderas comunidades virtuales y presenciales tanto de los turistas del hinterland, que son los que ha salvado la casa, como los de isòcrones más lejanas. Todo esto ayuda a generar la confianza en la ciudad y fidelizar a los visitantes antiguos y nuevos. Frente esta estrategia, ¿qué hacemos? Pues estamos viendo como los restauradors, los hoteleros y muchos servicios turísticos, a medida que avanzan los días, incrementan los precios para recuperarse económicamente -dicen- de las primeras fases de la pandemia. Volvemos al chicle del revenue management: máximo beneficio en cada situación, cliente más adecuado, y momento y canal justo más oportunos.
El viejo maestro de la crónica urbana y de la vida, haciendo el pícaro, diría que esta es la vida y que hay que narrarla, desde la óptica de los ganadores y de los perdedores
Tendríamos que estar desarrollando campañas para recuperar a los que nos conocen, demostrarles a estos y a los que no han venido nunca que somos una ciudad visitable, atractiva y amable, tirando promociones de nuestros encantos, y enganchándolo todo con precios excitantes. Lo que se nos ocurre es aumentar los precios. Spam.
Por eso, cuando muere un periodista como Josep Martí Gómez, del que tanto has aprendido a ver y vivir la vida, y también el oficio, te das cuenta que esta mala noticia, el discurso sobre el coche o la nueva normalidad y el retorno de los turistas, son spam, puro spam. Con la pipa en la boca, firmando con su nombre entero o dejando el artículo anónimo, en señal de protesta, el viejo maestro de la crónica urbana y de la vida, haciendo el pícaro, diría que esta es la vida y que hay que narrarla, desde la óptica de los ganadores y de los perdedores.