El décimo aniversario de VIA Empresa que hemos celebrado estos días ha dado pie a reflexiones sobre lo más importante que ha pasado en el mundo económico en esta década. Hacer balance y distingir los fenómenos más trascendentes siempre resulta complicado cuando no se tiene mucha perspectiva temporal. Pero ante las urgencias coyunturales y comunicativas de cada día, merece la pena pararnos de vez en cuando y mirar con las luces largas. Siempre dando por sentado que hará falta que pase más tiempo antes de establecer un relato definitivamente aceptado sobre cuáles son los grandes fenómenos y tendencias que se han descluido durante un determinado periodo. En este caso, los diez años que van desde la aparición de la publicación hasta ahora. A continuación, pues, un ensayo de perspectiva histórica forzosamente esquemático y comprimido.
Las bondades de la globalización
Quizás el fenómeno más relevante de estos últimos diez años ha sido poner en cuestión las bondades de la globalización. Una globalización que no aparece de un día por otro, pero que sí que se cierra y se acelera hace poco más de veinte años, cuando se produce la entrada de China en la Organización Mundial de Comercio y se liberalizan los intercambios con el autodenominado Imperio del Medio. Del medio del mundo, donde tradicionalmente se han considerado ubicados.
La globalización generó, de momento, un gran consenso positivo en todo el mundo occidental. Se cumplía aquel principio liberal de un mundo sin barreras, que permitía la máxima eficiencia a la función de producción: se producía allí donde era más eficiente -sobre todo, más barato- y se distribuía en todo el mundo. Los elevados crecimientos de las economías emergentes propiciaron el acrónimo BRICS (recordamos: Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), como paradigma de destino de inversores y capitales que podían obtener rentabilidades mucho más elevadas que en las maduras economías occidentales. Los consumidores occidentales también estaban satisfechos por poder adquirir manufacturas de todo tipo a más buen precio que ayudaban a contener la inflación y favorecían el estancamiento de los salarios reales que, a la hora de adquirir productos de consumo, incluso ganaban poder adquisitivo.
El desengaño occidental
La crisis financiera mundial que estalló el 2008 estalló no solo por la codicia de unos cuántos -que esta es una variable permanente-, sino sobre todo gracias al ambiente de euforia económica del momento y la especialización financiera de gran parte de la economía occidental, que había ido dejando la industria manufacturera en manos de los países emergentes. De repente, gran parte de la población occidental -clases medias y trabajadores cualificados- se dio cuenta de que era más pobre de lo que se pensaba y que, sobre todo, sería todavía más pobre en el futuro. Las medidas restrictivas que impusieron las economías occidentales -empezando por Europa- agravaron todavía más la situación en el corto plazo y en las expectativas inmediatas.
En Europa, en 2016 -ya dentro de estos últimos diez años- tuvimos un Brexit como solución mágica para la mayoría de los británicos para volver al bienestar de tiempos pasados. En el mismo 2016, Donald Trump ganó las elecciones presidenciales norteamericanas a partir del malestar y el empobrecimiento de amplias capas de trabajadores cualificados blancos, que se habían quedado sin trabajo por la competencia de las manufacturas chinas y la deslocalización de las factorías americanas. Fue Trump quién encabezó durante su presidencia las primeras críticas relevantes a los efectos de la globalización, personificadas en el nuevo enemigo exterior, China. Y fue también Trump, con mucho menos éxito de lo que él se pensaba, pero con unos resultados superiores a los que todo el mundo le auguraba, que afanó activamente para devolver a los Estados Unidos parte de la capacidad productiva que se había deslocalizado.
La crisis financiera mundial que estalló en 2008 estalló no solo por la codicia de unos cuántos
La fragilidad en evidencia
El siguiente gran impacto mundial de los últimos diez años ha sido el Covid-19. La memoria es corta, sobre todo por aquello que no nos gusta, como son los veinte millones de muertos que ha generado en todo el mundo, como acaba de recordar la OMS, ahora que ha levantado el estado de alerta mundial. Sobre todo hasta la aparición de las vacunas, la sensación de desconcierto y de fragilidad se extendieron por todo el mundo como no había pasado en décadas. El alcance mundial y la rapidez con que se extendió la pandemia eran también fruto de la globalización. Y el origen provenía, precisamente, de China, el gigante amenazante para muchos que primero mostraba la puntilla de los pies de barro, después acontecía admirada por la firmeza de su reacción y, finalmente, despreciada por la rigidez y el orgullo nacionalista de sus dirigentes.
Lo que queda de los cambios augurados durante la pandemia
Muchos cambios en el comportamiento de la sociedad que se produjeron durante la pandemia se auguraba que serían permanentes. Al final, las inercias son muy poderosas y muchos de los cambios casi no se han consolidado. Aun así, algunas tendencias de fondo se han intensificado. La crítica al modelo de globalización vigente ha sido uno de ellos. Trump perdió la presidencia en el 2020. Por poco y amenaza de volver. Pero buena parte de su discurso -China como enemigo exterior y la necesidad de revertir determinados aspectos de la globalización- pervive, ni que sea de forma más modulada.
Varios fenómenos han contribuido a dotar de nuevas razones la crítica occidental al modelo actual de globalización. Primero, el desabastecimiento de productos básicos -desde las mascarillas quirúrgicas hasta los chips- hizo mucho agujero en la opinión pública occidental. Después, la rotura de las cadenas de suministro, que se han revelado como complejas y frágiles: desde el bloqueo durante días del canal de Suez por un buque de gran tonelaje hasta el desbarajuste con puertos, barcos y contenedores a raíz de la pandemia. Estas roturas han provocado serios problemas en la industria occidental que todavía nos queda.
Finalmente, el encarecimiento repentino de muchos de estos productos y suministros. Desde los fletes de los barcos de carga, hasta la energía y muchas materias primeras, pasando por los cereales y otros productos alimentarios.
El desafío ruso
El desafío ruso, apenas saliendo de la pandemia donde Europa y el mundo occidental parecían debilitados, ha hecho todavía más evidente los riesgos del modelo actual de globalización. Si la Europa encabezada por Alemania había apostado por integrar el oso ruso de acuerdo con el estrechamiento de lazos comerciales, esta estrategia se ha revelado errónea porque ha aumentado la confianza de Putin que podía estrangular los europeos usando sus exportaciones energéticas, de cereales y otras materias primeras.
¿La descarbonización retardada?
Mientras tanto, la pandemia y la sucesión de varios fenómenos meteorológicos extremos había acentuado la sensibilidad de la opinión pública occidental sobre el cambio climático. La respuesta oficial a la dependencia energética de Rusia había sido reforzar las energías renovables como fórmula mucho más autosuficiente. Aun así, Alemania, a pesar de culminar el cierre de las centrales nucleares largamente previsto, se ha visto obligada a aumentar el consumo de carbón para generar electricidad.
La apuesta francesa por las nucleares ha empujado que esta energía y el gas natural sean calificados por Europa de energías de transición- y ahora mismo la Comisión Europea apunta que hay que retardar el proceso de descarbonización. Desde la poderosa industria de automoción europea hasta los campesinos holandeses, las reticencias a cambios tan ambiciosos y acelerados, como preveían los legisladores europeos, han ido en aumento. Y más ahora, que se ha solucionado mejor de lo que se esperaba las restricciones energéticas con Rusia, ni que sea a base de aumentar la dependencia del gas licuado norteamericano y pagarlo bastante más caro que el gas ruso de los gasoductos.
Una globalización dual
Llegados aquí, hay que preguntarnos en qué quedará todo este cuestionamiento de la globalización. Si no nos pasará como con la descarbonización que hasta ahora ha liderado Europa. Al final, el negocio es el negocio y no entiende mucho de planteamientos más allá del corto plazo. Si hablar con perspectiva del pasado reciente, predecir el futuro es todavía más arriesgado. Pero si hemos considerado que el fenómeno central de estos últimos diez años eran las consecuencias problemáticas del actual modelo de globalización para la población y la economía occidental, es porque consideramos que todo ello acabará haciendo virar este voluminoso transatlántico de la economía mundial que ha adquirido una elevada velocidad y que tiene que vencer poderosas inercias.
Si la Europa encabezada por Alemania había apostado para integrar el oso ruso de acuerdo con el estrechamiento de lazos comerciales, esta estrategia se ha revelado errónea
Según mi parecer, que nadie crea que volveremos a ningún tipo de régimen semiautárquico, ni que sea bajo la bandera de la soberanía -alimentaria y energética- que muchas voces pretendidamente progresistas defienden. Incluso ahora mismo, no reconocer las ventajas competitivas del resto del mundo y empecinarse a contar solo con los propios productos le ha costado a la poderosa China -a propósito de las vacunas- un retraso en la erradicación de la pandemia y en la recuperación de la economía.
Aun así, parece evidente que iremos primero hacia un nivel de dependencia exterior más limitado en aquellos productos básicos o estratégicos, desde los alimentarios a las tierras raras, desde la energía a los productos con tecnología más avanzada. Habrá una reindustrialización matizada y moderada. Este nosotros implícito del último párrafo se refiere a Europa y, de forma más matizada, al amigo americano y el mundo anglosajón en general. Probablemente, en los próximos diez años iremos a una globalización dual en cuanto a ámbito geográfico.
No volveremos a la política de bloques de la Guerra Fría, pero Occidente y China encabezarán estas dos grandes regiones mundiales. Se añadirán los países que cada uno que sea capaz de atraer hacia su polaridad, empezando por Rusia y la India. Esta dualidad también se extenderá a la profundidad de las relaciones comerciales y empresariales: más intensas en el mismo círculo e importantes pero menos estratégicas respecto del círculo competidor. Esta es una hipótesis que, en caso de confirmarse, no gustaría demasiado en China ni, más cerca, en países como Alemania, que han basado su estrategia durante las últimas décadas en ser un actor principal en el actual modelo de globalización. Tendremos que revisar todo ello, al menos cuando VIA Empresa haga veinte años.