Me siento un poco Gringe cuando lo asumo, pero hace años que la Navidad ni me va ni me viene. Es un trámite, algo que hay que pasar. Una época más. Me hace más gracia recoger hojas de otoño y secarlas que ir a comprar regalos para la familia cuando se acerca el final del año: celebrar el otoño es una fiesta bonita que me llena de alegría, celebrar la Navidad es un momento tenso y frustrante en el que tienes que quedar bien con todo el mundo y, con suerte, saldrás con unos bonitos calcetines nuevos.
No seré yo quien diga que la Navidad ya no es lo que era, porque para muchas personas aún es una fiesta muy especial. Y me gusta ver que es así. El otro día, una compañera de trabajo me comentaba que tenía sentimientos encontrados por el hecho de que tenía muchas ganas de volver a casa por Navidad, a Carolina del Norte, porque hacía mucho tiempo que no veía a su familia y los echaba de menos, pero también sabía que pasaría mucha vergüenza si su madre la hacía participar en un concurso vecinal de representaciones teatrales y musicales. Nos explicó que su padre se disfraza de Elvis Presley cada Navidad y hace su propio show, y que, aunque de pequeña le daba mucha vergüenza, ahora se le enternece el corazón solo de pensar en el momento en que hace reír a todas las personas de la sala. Recuerdo escucharla y pensar que la última vez que alguien hizo una representación musical en mi casa fuimos mi hermana y yo, y acabó con gritos de adultos y llantos de niños. En mi casa siempre hemos sido muy de shows, pero no tanto de disfrazarnos.
Mis Navidades mágicas pasaron hace muchos, muchos años, cuando mi madre desmontaba cuidadosamente todas las piezas de los Playmobils y nos las ponía bonitas para que pudiéramos jugar con ellas cuando nos despertáramos, y cuando mi padre tenía paciencia para hacernos decorar el árbol juntas. Esas Navidades son historia, y hace mucho que ya no tenemos ni siquiera un recuerdo nítido de lo que es la ilusión de la Navidad. Ahora, las Navidades son una corriente de tensiones donde adopto la mentalidad de “quien días pasa, años empuja”.
Ahora, las Navidades son una corriente de tensiones donde adopto la mentalidad de “quien días pasa, años empuja”
Hace años que conceptualizo la Navidad como un spleen del capitalismo, como lo que Walter Benjamin llama “aquello que anula el interés y la receptividad en la modernidad”, como explica en su obra Sobre algunos temas de Baudelaire. La Navidad es un momento en el que quedamos embriagados por los excesos de comida, celebraciones, luces y regalos, pero tenemos y mantenemos una cierta sensación de melancolía por dentro: todos somos conscientes de que ni todo es perfecto ni somos completamente felices, pero decidimos taparlo con las banalidades de una celebración familiar y la felicidad por nuestra mezcla de tedio, desgana y desesperación ante la vida y el mundo moderno.
Otra persona que entendió muy claramente esto, que durante la Navidad solo son felices quienes encajan dentro de los parámetros de la normalidad, es Charles Dickens. Sus cuentos de Navidad son de las mejores lecturas sobre lo que le ocurre a aquellos que no tienen lo que “se debe tener” durante las fiestas, y sobre cómo pueden, aunque sea a partir de una caja de cerillas, encontrar un poco de luz en esos momentos en los que el día es tan corto y las calles tan complicadas. Hans Christian Andersen, por su parte, nos abrió a la crueldad que puede suponer la Navidad con la preciosa historia de la niña que vendía cerillas.
Otra persona que entendió muy claramente esto, que durante la Navidad solo son felices quienes encajan dentro de los parámetros de la normalidad, es Charles Dickens
Escribo este artículo a medias cuando mis amigos están terminando de preparar un plato de pasta italiana para ocho personas, y acomodamos a las personas que van llegando y dejan en la mesa hummus, vino y otras cosas para picar. Tres están sobre mi cama hablando del día de mierda que han tenido, dos en la mesa, hablando del trabajo, y cuatro haciéndose estorbo cerca de los fogones, todos contribuyendo a hacer esa situación aún más caótica de lo que era cuando decidimos hacer esta cena hace unas horas. Kath Weston, en 1991, acuñó el concepto de las familias elegidas (en inglés, chosen families), que revolucionó la concepción de las comunidades en los espacios queer como un sustituto de la familia. Evidentemente, como todo buen concepto académico, se ha discutido enormemente sobre si la idea de familia debe transformarse o debe erradicarse. Pero, como mi amigo Albert explica en su primer artículo, citando la preciosa película Paris is Burning (1990), “las familias elegidas son una cuestión de un grupo de seres humanos en un vínculo mutuo”.
De la misma manera que la idea de familia se puede modelar y adaptar a los tiempos que corren, creo que Navidad y la sobreexcitación que tenemos por esta época también se puede convertir en algo más significativo para aquellas que no marcamos todas las casillas
De la misma manera que la idea de familia se puede moldear y adaptar a los tiempos que corren, creo que la Navidad y la sobreexcitación que tenemos por esta época también se puede convertir en algo más significativo para aquellas que no hacemos tick a todas las casillas. Podemos celebrar muchas cosas, pero no es necesario que sea ese momento en el que sientes, por alguna razón, que tienes que estar bien y ser feliz en el contexto que tengas y en las circunstancias en las que estés. Que puedas ser feliz durante la Navidad, pero que no sea obligatorio.