El pesimismo sin límite se ha instaurado entre los restauradores barceloneses. Cuando hay crisis económicas, es habitual que todos los sectores se sientan abandonados por las administraciones; todos quieren más ayudas e incentivos. Pero los cálculos que hace el Gremi de Restauració de Barcelona son especialmente catastróficos: la recesión provocada por la covid-19 puede hacer desaparecer a más de la mitad de bares y restaurantes de la ciudad. El director de la asociación, Roger Pallarols, avisa de que los establecimientos más afectados son los que están situados en el centro, inmerso en una "desertización" por la falta de turistas, mientras que los de barrio -centrados en el cliente local- tienen más números de sobrevivir. Es complicado pensar un pronóstico peor: "Si seguimos así, la crisis que se preveía de dos o tres años, en nuestro caso durará más de una década".
¿En qué estado se encontraba la restauración de Barcelona antes de que llegara el coronavirus?
Ya hacía dos o tres años que las cosas no iban bien. Los buenos números a los que estábamos acostumbrados ya no llegaban. Seguramente era por una cultura errónea que alimentaba la turismofobia, trabas a las inversiones, a las terrazas, por no creer en los pros del éxito -hace muchos años que hablamos sólo de los contras-, y también es verdad que todo el contexto político convulso que hemos vivido en Catalunya no ha ayudado a crear un clima de estabilidad. En definitiva, teníamos una situación de decrecimiento y pérdida de éxito importante. El golpe de la covid-19 lo que hace es hundirlo de repente.
¿Cuál es la situación actual?
Estamos en una situación crítica. Esperábamos un verano malo y, lamentablemente, ha sido peor. El que probablemente es el principal sector de la economía barcelonesa se encuentra en una debilidad extrema y un riesgo de volumen de desaparición empresarial y de ocupación sin precedentes. Ahora ya no es un pronóstico: calculamos que un 15% de bares y restaurantes han cerrado y ya no volverán a abrir, unos 1.400 locales de los 9.000 que había antes de la pandemia. Una desaparición empresarial como la que estamos viviendo en una ciudad en que la restauración tiene un peso tan importante compromete la reactivación de la economía. La situación no puede ser más crítica y dramática.
Pero la crisis acaba de empezar. ¿Prevéis que todavía cerrarán más bares y restaurantes?
En una encuesta reciente, un 40% de los establecimientos que han vuelto a abrir manifiesta que tiene sobre la mesa el cierre si las circunstancias no mejoran. Por lo tanto, podríamos llegar a vivir la desaparición de más de la mitad de los locales de restauración de la ciudad. Pero de los que manifiestan que seguirán abiertos, casi seis de cada 10 aseguran que tendrán que recortar personal para ser viables.
¿No han solucionado nada los ERTE en el sector de la restauración?
Los ERTE solucionan una parte. Nosotros tenemos dos grandes gastos: los trabajadores y el inmueble. La equivocación de los ERTE es tardar tanto en anunciar que los alargaremos, si hace falta, hasta que se recupere el consumo. En el caso de Barcelona será más tiempo que en Valladolid o Lleida, por el tema de la demanda externa. Además, se tiene que repensar quién asume las cuotas de la Seguridad Social, que los empresarios han ido cubriendo cada vez más. Pero también se debe superar el infantilismo de bloquear el despido durante los seis meses posteriores, porque tenemos que empezar a asumir que durante una temporada no generaremos el empleo que generaríamos en épocas normales. Esto lo que hace es que las empresas que no han recuperado la normalidad entren en colapso y haya todavía más concursos.
"Yo diría que se ha portado mal todo el mundo; la cadena de solidaridad a la que instó Sánchez es obvio que no ha funcionado"
Y en cuanto a los alquileres, ¿se han portado bien los propietarios?
Yo diría que se ha portado mal todo el mundo. La cadena de solidaridad a la que instó el presidente Sánchez es obvio que no ha funcionado. Los propietarios no se hacen cargo de la parte de la crisis económica que les corresponde y las administraciones han mirado hacia otro lado o incluso han protegido sus intereses. Hacen falta decisiones drásticas de intervención del mercado de alquiler para obligar a renegociar las cuotas y adaptar el gasto a la nueva situación. Es impensable que un restaurador tenga que estar obligado a pagar un alquiler cuando la actividad por la que ha alquilado el inmueble primero le han dicho que no la puede ejercer, después que lo puede hacer con enormes restricciones y, además, ahora se encuentra un mercado totalmente alterado.
¿Qué medida cree que sería adecuada para resolver este problema?
Es obvio que se tiene que articular un mecanismo legal, y esto lo pueden hacer el Gobierno español o el catalán pasado mañana modificando el código civil. Se tendría que introducir un obligación que en causas de fuerza mayor se tengan que renegociar las condiciones del contrato para adecuarlo a la situación actual con criterios objetivos y, en el supuesto de que no se llegue a un acuerdo, sea la justicia quien congele las cuotas de alquiler. Lo más grave es que la renegociación se producirá porque el mercado la impondrá. La única diferencia es que entremedias habremos destruido muchas empresas. La crisis en la que estamos inmersos no es de trabajadores, es de empresas. Quien ha entrado en las UCI literalmente es el tejido empresarial, y si no se hace todo lo posible para proteger a las empresas, entraremos en una crisis mucho más profunda.
Qué otras medidas reclama el Gremi, además de retocar las condiciones de los ERTE y reducir los precios del alquiler de locales?
No ha habido ayudas económicas específicas para el sector, pero en el fondo, más que ayudas directas los restauradores quieren condiciones adecuadas para poder sobrevivir. ¿Cómo se hace? Con reducciones fiscales, más ocupación del espacio público, abordando los alquileres y los ERTE de manera adecuada, y frenando el ritmo de desorientación y desconcierto en el que nos ha sumido la Generalitat desde que está al cargo de la pandemia con muchas restricciones que no tienen base científica y lo único que hacen es debilitar a empresas ya muy tocadas.
"Queremos reducciones fiscales, más ocupación del espacio público, abordar los alquileres y los ERTE de manera adecuada y frenar el ritmo de desorientación que provocan las restricciones sin base científica"
A principios de septiembre, un comunicado del Gremi aseguraba que las restricciones "nos obligan a desobedecer". ¿Se ha llegado a este punto?
Sí, sin duda. Las últimas restricciones son inasumibles. Hablamos de negocios mayoritariamente pequeños que llevan meses acumulando deuda. La única salvación era la terraza, donde ya se había introducido la distancia física. Por lo tanto, reducir el aforo de las terrazas es inasumible. Al final, cuando lo que tienes sobre la mesa es sobrevivir, la desobediencia se convierte en un acto moral. Cuando vamos a restricción por semana y esto te impide sobrevivir no tienes otro remedio que optar por desobedecer.
Pero al fin y al cabo, son restricciones por motivos sanitarios...
Que en el mes de marzo enganchara las administraciones desconcertadas, todos somos capaces de entenderlo, pero la velocidad con la que la Generalitat ha perdido el control de la pandemia cuando ya sabíamos que el precio de los rebrotes no lo podemos pagar, es preocupante y requiere de muchas explicaciones. Se han señalado injustamente sectores como el de la restauración que mayoritariamente ha hecho los deberes y ha cumplido las restricciones de distancia, de aforo y las condiciones de higiene, y ha ido sumando nuevas restricciones perjudicando todavía más un sector ya afectado. Es evidente que tenemos que convivir con la covid-19 y, por lo tanto, tenemos que controlarlo a nivel sanitario con los recursos suficientes, y a la vez no cometer el riesgo de volver a parar la economía. Sobre todo teniendo en cuenta que la restauración no ha generado rebrotes, por lo tanto, lo único que hacen las restricciones es multiplicar la desaparición empresarial.
Sí ha habido medidas que han intentado contrarrestar estas limitaciones.
Podemos ampliar las terrazas gracias a un acuerdo con el ayuntamiento que ha ido con una lentitud muy mejorable. Es público y notorio que hemos estado en desacuerdo con el Ayuntamiento de Barcelona en muchas decisiones, pero el acuerdo al que hemos llegado va en dos sentidos: quienes no tenían mesas y sillas en la calle pueden poner y los que ya tenían, pueden ampliar la terraza. Esto, sumado a una reducción drástica de la tasa de terrazas en un 75%, son las medidas más eficientes a la hora de dar ayuda directa al restaurador.
"Las zonas premium han pasado de la noche a la mañana a ser débiles"
¿Cuáles son los establecimientos más afectados?
Quien peor está viviendo esta crisis son las ciudades de éxito, las grandes ciudades atractivas internacionalmente y que recibimos turismo extranjero en condiciones de normalidad. Tenemos una oferta que depende de un lado del consumo interno, que funciona al ralentí producto de las restricciones, de la prudencia y de la crisis que impacta en el poder adquisitivo de las familias, y por otro, del consumo externo, que literalmente no existe. El riesgo de desertización de aquellas zonas de la ciudad con una oferta dirigida prioritariamente al público visitante es un riesgo más que elevado: las zonas premium han pasado de la noche a la mañana a ser débiles.
¿El cliente local tiene ganas de salir, hacer vida social y consumir?
Tiene ganas, pero también es prudente. Las administraciones no se le ponen fácil: le dicen que a la una de la noche lo enviarán a casa, que si no es necesario, no se mueva... Estamos instalados en una economía de guerra, de subsistencia. En Barcelona hay un problema objetivo: faltan clientes. La restauración de barrio, con muchas dificultades puede ir tirando de aquella manera, pero la restauración más céntrica necesita que la ciudad recupere la actividad. Esto también está pasando en Londres, París, Berlín, Roma...
¿Con qué perspectiva encara el futuro el sector de la restauración?
Será una recuperación muy lenta. La crisis en forma de "V" era una utopía simpática. En el mejor de los casos iremos a una "L" lenta. Es una crisis que depende de la rapidez de la ciencia en aportar una solución, pero también de cómo protegemos a las empresas. Así como lo estamos haciendo ahora, la crisis que se preveía de dos o tres años, en nuestro caso durará más de una década.