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Europa, en tiempos de reflexión: el reto de un modelo tecnológico propio

En un mundo donde la tecnología define cada vez más las relaciones de poder, quedarse atrás no es una opción

Europa se encuentra en un punto de inflexión decisivo | iStock
Europa se encuentra en un punto de inflexión decisivo | iStock
Jordi Marin | VIA Empresa
Experto en transformación digital e innovación
10 de Abril de 2025

En un momento de crisis global que nos obliga a repensar estrategias y modelos económicos, Europa se encuentra en un punto de inflexión decisivo. La necesidad de replantear su papel en la escena global es más urgente que nunca, y una manera de hacerlo es analizando su capacidad para generar innovación. En este sentido, el mundo de las startups tecnológicas ofrece un termómetro claro del potencial futuro de una economía. Comparar lo que sucede en Europa con lo que ocurre en Estados Unidos nos permite ver con claridad qué falla y, sobre todo, dónde podemos mejorar.

 

La diferencia entre ambos continentes es, de hecho, notable. Mientras en Estados Unidos han nacido auténticos gigantes como Apple, Google, Microsoft, Nvidia, Amazon, Meta o Tesla, en Europa cuesta encontrar nombres comparables. Spotify, ASML o SAP son casos de éxito destacables, pero no pueden competir en volumen, impacto global ni capacidad de escala con las grandes firmas norteamericanas. Esta realidad invita a una reflexión profunda: ¿por qué Europa no es capaz de generar empresas tecnológicas de gran escala con la misma frecuencia?

Las causas son múltiples e interrelacionadas. Una de las más evidentes es la fragmentación del mercado europeo. Mientras Estados Unidos cuenta con un mercado interno homogéneo de más de 300 millones de personas, Europa está dividida en 27 estados, con diferentes idiomas, normativas, sistemas fiscales y modelos legales. Esta diversidad, que culturalmente es una riqueza, representa un reto para las empresas que quieren crecer rápidamente. Lanzar un producto de manera simultánea en toda Europa es mucho más complicado que hacerlo en Estados Unidos, y esto afecta directamente la capacidad de escalabilidad de las empresas emergentes.

 

Además, la cultura de la inversión es también muy diferente. En Estados Unidos, el capital riesgo apuesta con fuerza por proyectos con alto potencial, asumiendo riesgos importantes a cambio de grandes retornos. En Europa, en cambio, aún predomina una mentalidad más conservadora que prioriza la seguridad por encima del crecimiento acelerado. No es casualidad que en 2023, el capital riesgo movilizado en Estados Unidos triplicara al de Europa. Esto se traduce en menos recursos disponibles para las empresas emergentes y, a menudo, en una necesidad de venderse antes de tiempo, como ocurrió con DeepMind, que acabó en manos de Google.

Mientras Estados Unidos cuenta con un mercado interno homogéneo de más de 300 millones de personas, Europa está dividida en 27 estados, con diferentes idiomas o normativas

Otro elemento a considerar es la regulación. Europa ha sido pionera en la protección de los derechos digitales, con leyes como el GDPR, la Digital Markets Act o, recientemente, la IA Act. Estas normas tienen objetivos loables e importantes, como proteger la privacidad o evitar monopolios, pero también pueden limitar la capacidad de maniobra de las empresas más jóvenes, que a menudo no tienen los recursos para adaptarse con agilidad. Esta tensión entre seguridad e innovación aún está pendiente de resolverse.

También hay que hablar del ecosistema. Silicon Valley no es solo un territorio: es una cultura, una red de universidades, inversores, empresas y talento que se retroalimentan y crean un entorno propicio para la disrupción constante. En Europa hay ciudades como Berlín, París, Barcelona o Estocolmo que aspiran a jugar este rol, pero ninguna de ellas tiene aún el peso ni la coordinación necesaria para competir de manera global. De hecho, muchas startups europeas acaban trasladando su sede a Estados Unidos para acceder a financiación y oportunidades de crecimiento.

Faltan referentes en Europa que generen un efecto arrastre dentro del ecosistema emprendedor

Todo esto nos lleva a una situación en la que, a pesar de contar con talento, infraestructuras y buenas ideas, Europa no logra consolidar un modelo que dé lugar a los próximos gigantes tecnológicos. Los casos de éxito, como Spotify, Revolut, Adyen o ASML, son más bien excepciones que la norma. A menudo faltan referentes que generen un efecto arrastre dentro del ecosistema emprendedor.

Sin embargo, no todo son sombras. Europa tiene activos clave para liderar sectores estratégicos. ASML, por ejemplo, es esencial en el mundo de los semiconductores. En movilidad sostenible, empresas como Rimac o el peso de los fabricantes alemanes muestran un altísimo potencial. En fintech, plataformas como Wise o N26 han redefinido la banca digital. Y en inteligencia artificial, Stability AI compite de tú a tú con grandes nombres americanos.

Para transformar este potencial en resultados reales, Europa debería apostar por políticas más ambiciosas. Sería necesario crear un mercado digital verdaderamente unificado, con normativas más claras y comunes. También habría que incentivar el capital riesgo, con ayudas públicas y ventajas fiscales para quienes apuesten por la innovación. Igualmente importante es reducir la burocracia y promover hubs tecnológicos conectados y coordinados entre países.

En definitiva, la cuestión no es si Europa puede competir con Estados Unidos en el terreno tecnológico. El verdadero reto es si está dispuesta a hacer los cambios estructurales, culturales y políticos necesarios para hacerlo. En un mundo donde la tecnología define cada vez más las relaciones de poder, quedarse atrás no es una opción. Es hora de romper la inercia y construir un ecosistema propio, fuerte y competitivo, capaz de generar los líderes globales del mañana.