Si todo el mundocompra en China, sin duda todo el mundo se habrá visto afectado por las múltiples incidencias que han ido interrumpiendo drásticamente las cadenas de suministro alrededor del planeta, ¿verdad? Y, por lo tanto, eso quiere decir que muchos empresarios y directivos se estarán planteando abandonar la idea de que la lejana China representa la panacea para quien busque competitividad, ¿correcto?
Vayamos por partes. Sí, sin duda, quien se dedique a actividades comerciales o industriales a escala internacional se habrá visto muy afectado por uno o varios de los factores que a estas alturas todos conocemos: la pandemia, el aumento de los costes de transporte, la falta de materias primas, componentes y/o productos terminados, etc. A quien tenga una actividad mínimamente relacionada con todo esto, le habrá parecido la ‘tormenta perfecta’. Y no se equivoca mucho, pues es una situación sin precedentes.
Y se trata, además, de un escenario que requiere de acción: hay materias primas (litio para baterías de coches eléctricos, por ejemplo) y componentes (microprocesadores, por ejemplo) cuya situación actual ha obligado a los gobiernos occidentales a tomar cartas en el asunto. Tanto Europa como EE.UU. dependen sencillamente demasiado de fuentes externas como para sentirse, estratégicamente hablando, ‘cómodos’ con los suministros de algunos productos/materias. Es por eso que, tanto en Bruselas como en Washington DC, se han desarrollado y se están implementando planes de actuación tan drásticos como costosos para poder reconducir estos desajustes potencialmente muy perjudícales para las industrias y, en general, los mercados y el público en Occidente.
Para la mayoría de los productos que compramos en grandes cantidades, tal vez sacar la carta del reshoring o, como mínimo, el nearshoring, no parece muy práctico
Pero también hemos de ser realistas: para la inmensa mayoría de los productos que compramos en grandes cantidades, transportados en barcos portacontenedores gigantescos, tal vez sacar la carta del reshoring (recuperar la producción hacia los países donde se consumen, léase los mercados occidentales) o, como mínimo, el nearshoring (no traerla a casa pero llevarla a zonas cercanas como, en el caso de España, Europa del Este, Turquía o Marruecos) no parece muy práctico, ni realista, ni… competitivo.
Durante un seminario ofrecido en el contexto de un evento reciente de AERCE (Asociación Española de Profesionales de Compras, Contratación y Aprovisionamientos), pude efectuar una encuesta sencilla (aunque, sin duda, con un valor estadístico modesto): ante la pregunta de quiénes compraban en la actualidad en China, la casi totalidad de los aproximadamente 150 asistentes levantaron la mano. Casi todos la volvieron a levantar, nuevamente, cuando les pregunté cuántos de ellos habían tenido dificultades con estas compras durante los últimos años. Fue al indagar sobre cuántos profesionales de las compras presentes habían estado probando mercados alternativos para sus aprovisionamientos en China cuando apenas un 15 o un 20% contestaron de manera afirmativa. Para finalizar, al preguntar a este colectivo más reducido cuántos de ellos habían tenido éxito con estas iniciativas ‘desviadoras’… ya pocas manos seguían en alto.
Insisto en la reducida validez estadística de la encuesta, pero es inevitable ver en ella reflejada una realidad de alguna forma. Efectivamente, China se encuentra muy lejos, y eso hace que los costes de transporte (ya no tan altos como hace un año, pero aún muy superiores al año 2019) sean un obstáculo real para diversos productos o incluso sectores. Las fuertes subidas de los costes de la mano de obra en China desde principios del siglo XXI también son un reto para muchos compradores (aunque en general suelen ir de la mano de sendos aumentos en la productividad industrial local). Además, la política de COVID Cero implementada con mano dura por el gobierno chino ha tenido un impacto (y podrá seguir teniéndolo durante, al menos, el resto de 2022) sin precedentes en las cadenas de suministro nacionales e internacionales. Otro factor a tener en cuenta es el posible creciente colectivo de empresarios y directivos occidentales con dudas de carácter político sobre la asertividad del gobierno chino a nivel regional y global.
Pero nada de esto cambiará – al menos a corto e incluso medio plazo – que, a lo largo de las últimas décadas, se ha desarrollado en China una actividad industrial nunca antes vista, creando el concepto al que hacemos referencia en el título de este artículo: la ‘fábrica del mundo’. A los lectores que no hayan estado nunca en China tal vez les costará imaginar la escala de lo que esto significa, pero un simple viaje virtual por portales como Alibaba.com ya permite hacerse una idea de dos de las principales características de la industria del gigante asiático: primero, que hay fábricas en China para prácticamente todo lo que uno se pueda imaginar (casi cualquier artículo de consumo o cualquier componente o subconjunto); y, en segundo lugar, que no es que existan un par o tres de fábricas por producto, sino que pueden haber literalmente centenares o incluso miles de fábricas competiendo entre ellas, produciendo artículos parecidos dirigidos a segmentos de mercado similares.
Un solo mercado capaz de reemplazar la oferta industrial de China, evidentemente, no existe
Por supuesto, hay sectores que se han ido desplazando paulatinamente hacia otros países, como por ejemplo el textil y parte del de la electrónica, que se han ido parcialmente hacia Bangladesh o Vietnam, respectivamente (a menudo de la mano de empresarios chinos). No obstante, la realidad es que la capacidad industrial (y el tamaño del propio mercado chino) y la innata competitividad y asertividad comercial del empresario chino hacen prever que los mercados alternativos no lo tendrán fácil para tomar el relevo manufacturero de China. Pero entonces, ¿cuáles serán las alternativas de las que disponen las empresas occidentales?
De entrada, un solo mercado capaz de reemplazar la oferta industrial de China, evidentemente, no existe, cosa que nos obliga a realizar un análisis que, efectuado en detalle, sin duda se saldría del ámbito del presente artículo. Para el textil ya he mencionado Bangladesh, país que ha ido escalando fuertemente en los rankings de renta per cápita gracias al desarrollo de su industria de ropa y artículos relacionados. También buena parte del Sureste Asiático ofrece igualmente claras ventajas que, de hecho, ya están siendo aprovechadas por las grandes multinacionales. Más cercanas a Europa, tanto Turquía como Marruecos (y, por qué no, parte de la África subsahariana) tienen todas las cartas para llevarse un trozo del pastel que China poco a poco tendrá que abandonar en la producción de textil.
Para productos de mayor valor añadido (incluido, pero no limitado a la electrónica) otros países del Sureste Asiático y de Europa del Este son buenos candidatos, pero la distancia (y, por tanto, el coste de transporte) y el aumento de costes (salariales y otros) son, respectivamente, serios obstáculos para un despegue a gran escala. La India se posiciona también como una alternativa con gran potencial, pero su propia complejidad política y burocrática es uno de los factores que hacen que este mismo potencial aún no se haya materializado plenamente.
Y así podríamos seguir para llegar a la conclusión de que sí, China va perdiendo competitividad (o ¿atractivo?) como mercado prioritario para la fabricación de la inmensa mayoría de los artículos que utilizamos a diario (y sus respectivos componentes y subconjuntos). Pero, como hemos visto, la realidad es que, a corto y medio plazo, China seguirá siendo la ‘fábrica del mundo’, y más una vez se tranquilicen las aguas turbulentas que tanto afectan en la actualidad a los mercados internacionales.