Es tradicional en nuestra casa, en Catalunya, que cuando las empresas necesitan dinero confundan la necesidad transitoria con la necesidad estructural. Cuando se requieren fondos para superar un período relativamente corto, lo más normal es acudir a un banco. Se obtiene un préstamo y adelante. Ahora bien, la idiosincrasia catalana lleva a utilizar este mecanismo para solucionar necesidades estructurales de capital, de capital social, quiero decir. En definitiva, usamos un método que no corresponde. ¿Los motivos? Varios, pero no están desvinculados de las obsesiones típicas catalanas: no querer compartir la empresa con nadie. Porque lo más natural, en caso de necesidad de capital, sería buscar un socio. Permanente o temporal.
En general, cuando un empresario quiere crecer (construir nuevas instalaciones, establecer acuerdos de expansión, etc.) debe plantearse un incremento de capital. Básicamente, hay tres maneras. Con recursos propios, lo que significa no haber distribuido beneficios y guardar ese dinero para hacer caja. La segunda opción consiste en buscar un socio que aporte capital. La tercera —la menos deseable— consiste en pedir un préstamo bancario que, como he dicho, es la manera más habitual dentro del mundo empresarial pequeño y mediano catalán. Como en Catalunya al empresario pequeño y mediano le gusta, en general, distribuir beneficios (tiene que "comprarle el piso a la hija", por decirlo de forma directa) y no le gusta compartir nada con terceros, el abuso del uso del préstamo bancario se ha convertido en un clásico.
Este vicio -que en nuestra casa se convierte en una caricatura- es un hecho bastante habitual en toda Europa. Con la diferencia de que en la mayoría de países de la Unión Europea (UE) hay competencia bancaria interna, mientras que en España no -nos la cargamos, especialmente los catalanes-. Y, entonces, la pregunta que salta inmediatamente es: ¿acaso en la UE no hay suficiente dinero disponible para invertir en empresas? Porque a menudo se apela a los bancos dinero privado y, lo hay, en exceso.
Como en Catalunya al empresario pequeño y mediano le gusta, en general, distribuir beneficios y no le gusta compartir nada con terceros, el abuso del uso del préstamo bancario se ha convertido en un clásico
En el año 2022, los ahorros de los particulares en la UE eran de 1.390 mil millones (1.390.000.000.000) de euros, mientras que en los Estados Unidos eran de 840.000 millones de euros. Por contra, el rendimiento, en valor absoluto, que los ahorradores estadounidenses recibieron de ese dinero fue muy superior al recibido en Europa. Y este hecho conviene no menospreciarlo, ya que este rendimiento forma parte del crecimiento del PIB. El crecimiento económico de los Estados Unidos tuvo lugar, en gran parte, gracias al rendimiento que esos 840.000 millones generaron. Podríamos decir que la UE no sabe, o no puede, optimizar el uso de la enorme capacidad financiera que tiene, la más grande del mundo. Este hecho causa disfunciones, ya que esta falta de agilidad financiera afecta a la productividad (hay que recordar que parte de la productividad proviene de una inversión importante en capital).
Antes decía que los catalanes tendemos en exceso a acudir a los bancos para financiar necesidades de capital a largo plazo. Pero, claro, ¿cuál es la alternativa práctica? No existe un buen mercado de fondos de inversión profesionalizados que entiendan del oficio de la empresa que necesita capital. Los bancos españoles, fuera del mercado hipotecario, no tienen ni idea de cómo funcionan las empresas. Hay un largo historial de bancos entrando en consejos de administración que han conseguido hundirlo todo. Además, la regulación bancaria sigue estando fragmentada en la UE.
Si los miles de bancos existentes en la Unión pudieran operar en todo el territorio, sin las trabas burocráticas de los estados —que exigen diferentes criterios para medir el riesgo—, la situación se suavizaría. En la UE hay bancos, pequeños pero muy eficientes, que podrían invertir en empresas innovadoras de otros Estados miembros, ya que tienen mecanismos y conocimientos para transferir, de manera segura y fiable, la deuda a instituciones subsidiarias.
No hay un buen mercado de fondos de inversión profesionalizados que entiendan del oficio de la empresa que necesita capital
Pero las carencias en inversiones no solo son privadas. El estímulo de muchos sectores, especialmente los ligados a la nueva economía, requiere infraestructuras que los estados no pueden abordar. ¿Qué le cuesta a la economía europea, especialmente a los fabricantes de coches, el hecho de no tener cargadores de vehículos eléctricos en cada gasolinera? Esta es una tarea que solo el estímulo público puede poner en marcha. Y eso requiere poder endeudarse a escala europea y colocar bonos (letras del tesoro o cualquier nombre que se le quiera dar). Es decir, emitir deuda donde los garantes, los responsables finales de su retorno, sean la UE en su conjunto. El dinero para comprarlos está ahí (¡recuerden, 1.390 mil millones de dinero ahorrado!) y todo el mundo querría recibir más intereses por sus ahorros. Cabe decir que este mecanismo requiere una enorme confianza en la buena gobernanza de los Estados miembros y, como se pueden imaginar, no es fácil confiar en un país donde se practica la corrupción incluso en las mascarillas que nos pagó la UE, y que institucionalmente desborda de arriba a abajo —un rey emérito fugado de la fiscalidad española—.
En definitiva, los recursos están ahí. Lo que falta es la interferencia de los estados miembros de la UE. Algunos por inconsciencia y visión a corto plazo. Otros por desconfianza en algunos de los otros socios. En cualquier caso, solo una Comisión Europea fuerte, que plantee los términos con la crudeza que la situación requiere, parece la única salida a un problema que afecta especialmente a los catalanes, como europeos que somos. Como siempre, la solución a nuestros problemas no vendrá nunca del sur ni del oeste. Este principio deberíamos llevarlo impreso en letras mayúsculas. De hecho, es el único tatuaje que personalmente, en caso de necesidad, estaría dispuesto a hacerme.