Entre los años 70 y 90 Catalunya tuvo un crecimiento muy fuerte de polígonos industriales para dar salida al crecimiento industrial con una visión de ordenar y localizar la actividad económica en las afueras de las ciudades.
Las grandes industrias verticales iban cayendo y aparecía un modelo que externalizaba todo lo que no era el core de las compañías. Fábricas que tenían conserjes, chóferes, jardineros, informáticos y todo tipo de oficios de actividades complementarias empiezan a desprenderse de muchos puestos de trabajo no esenciales que se iban reconduciendo hacia la creación de nuevas empresas de servicios en las industrias.
Teníamos, pues, una demanda importante de naves industriales donde se ubicaban estas actividades y también muchas nuevas empresas extranjeras y multinacionales que habían escogido Catalunya como un buen lugar para instalarse en el sur de Europa. Ofrecíamos mano de obra calificada, sueldos bajos, buenas comunicaciones, proximidad con la Europa central y seguridad jurídica. En definitiva, un exitoso cocktail que motivó al Gobierno de la Generalitat a crear, en 1980, el Instituto Catalán del Suelo (INCASOL) para promover superficies públicas para generar nuevas viviendas y polígonos industriales por todo el país.
Las cadenas de valor se juntaban a partir de los años 80 siguiendo la estela de la japonesa Toyota al conceptualizar un nuevo sistema de organización de la producción de las fábricas llamado Just in time, con el objetivo de contar exclusivamente con la cantidad necesaria de producto, en el momento y lugar exacto, eliminando todo elemento que no aportara valor en el proceso productivo. Esto era posible gracias a un comercio libre, global y con facilidad de transporte internacional. Estas facilidades hicieron que, partir de los años 90, empezaran también las deslocalizaciones de una parte de nuestra industria hacia terceros países con costes de producción más atractivos que los nuestros. Esto supuso una nueva adaptación del modelo industrial que no demandaba plantas industriales tan grandes ya que una parte importante de la producción se producía en el oriente.
Modelos urbanísticos
Cada década define unos modelos urbanísticos y constructivos concretos que se ajustan a las funcionalidades que se requieren en cada momento. Así, en los 80 y 90, se apostaba por alejar la actividad económica del centro de las ciudades creando espacios nuevos donde la movilidad y la emisión de CO2 para llegar a los centros de trabajo no era una prioridad. A partir del cambio de siglo, aparece una nueva corriente que pretende acercar el trabajo a la residencia habitual, se plantea devolver la actividad económica más light, servicios y pequeña industria en el interior de las ciudades evitando desplazamientos. A partir de ese momento la demanda de naves pequeñas en las afueras se estanca y se rehabilitan antiguos espacios industriales de los centros urbanos.
Hasta el año 1985, a la mayoría de las naves construidas se les puso una cubierta de fibrocemento o amianto al ser un material que se consideraba económico y eficiente pero que, a partir de ese momento, se prohibió su uso por ser un producto claramente cancerígeno. Así, a fecha de hoy, hemos heredado unos 40 millones de metros cuadrados de cubiertas hechas con este material que deberá cambiarse en los próximos años. Las cubiertas de uralita actualmente son un problema para las empresas que aspiran a la ISO ambiental 14.000 o que desean realizar algún tipo de actividad económica clasificada para industria. Por decirlo bien claro, ninguna multinacional alquilará una nave con una cubierta de amianto.
"Hay que repensar qué modelos de polígonos, parques industriales logísticos y distritos industriales queremos para los próximos 40 años"
Pero de toda esa expansión y modelo urbanístico ya han pasado más de 40 años y hay que repensar qué modelos de polígonos, parques industriales logísticos y distritos industriales queremos para los próximos 40 años. Los operadores inmobiliarios ya hace días que se quejan de que carecen de naves industriales adaptadas a la demanda actual y de que, a pesar de tener unos 140 millones de metros cuadrados de naves industriales en Catalunya, gran parte de esta oferta no da respuesta a las necesidades industriales y logísticas actuales. También se quejan y con razón del mal estado de muchos de estos polígonos recepcionados por los ayuntamientos. El nivel de inversión que se realiza es ridículo y así lo manifiestan los propios responsables políticos de todos los municipios. ¿Cómo hemos llegado a ese punto? ¿Qué habría que hacer para volver a generar una oferta atractiva y suficiente en el sector económico y dejar de tener una Catalunya poligonera?
Tenemos pues un gran problema: los polígonos industriales no votan en las elecciones locales y, por tanto, ¿por qué perder el tiempo arreglándolos? Los grandes contribuyentes de las arcas públicas locales con el IAE y el IBI son menospreciados permanentemente y el porcentaje de retorno en inversión de mantenimiento no llega al 10% de lo que aportan, eso sí, los constantes discursos públicos a favor de la reindustrialización y de la creación de empleo suenan a un mantra vacío de contenido que se repite década tras década. Debemos, pues, reinvertir en las zonas industriales con urgencia.
El just in time como lo conocíamos ha entrado en crisis en los últimos años. La geopolítica nos ha enseñado que un barco atravesado en el canal de Panamá o de Suez puede colapsar las cadenas de suministro de la economía mundial. El modelo de deslocalizaciones está en revisión y, para garantizar los suministros, se han multiplicado las demandas del sector logístico para cubrir la última milla. Por lo general, percibimos la logística como un predador de espacio industrial con bajo valor añadido y bajo empleo y, por eso, encontramos tanta resistencia a la hora de aceptar los cambios de usos de los polígonos, pero la realidad viene desmintiendo esta creencia y la logística ha venido para quedarse durante bastantes años. Debemos, pues, revisar los planes de usos y las alturas de las naves.
Necesitamos unos 3.000 millones de euros para cambiar las cubiertas de uralita, pero tenemos una gran oportunidad colocando placas fotovoltaicas
¿Qué debemos hacer con cerca de un 30% de naves con uralita? Necesitamos unos 3.000 millones de euros para cambiarlas, poca broma, pero tenemos una gran oportunidad colocando placas fotovoltaicas que ayuden a amortizar estas inversiones. Necesitamos un mayor esfuerzo público privado para estimular esta sustitución de cubiertas si queremos recuperar espacios industriales utilizables y contribuir a la descarbonización.
Debemos hacer un esfuerzo por ambientalizar estos espacios, integrarlos en el espacio público, hacerlos más agradables, sostenibles y atractivos para captar inversiones y que los usuarios tengan una percepción mucho más positiva de su entorno laboral. Necesitamos que los ayuntamientos reciban todos los polígonos, hay que promover mancomunidades de servicios, fomentar el asociacionismo empresarial, adecuar las infraestructuras de telecomunicaciones y la llegada de la fibra óptica, elaborar planes de movilidad, generar servicios de autobuses lanzadera, crear carriles bici para favorecer la movilidad desde los centros urbanos hasta los puestos de trabajo, necesitamos muchas cosas y tenemos poco tiempo para hacerlo.