Desde Girona: ir de viaje a casa

Las reglas del juego deben ser claras, y necesitamos propuestas valientes para impulsar un turismo sostenible, justo y que sea provechoso en el largo plazo

Girona es la decimocuarta mejor ciudad pequña del mundo, según Monocle | iStock
Girona es la decimocuarta mejor ciudad pequña del mundo, según Monocle | iStock
Girona
12 de Mayo de 2024

Cuando vives en el extranjero, volver a casa también puede ser una forma de viajar. Más aún si, como yo, no paras de viajar y echas de menos un poco de estabilidad. Volver a casa, pasar unos días entre trabajo, visitas familiares y amigos ayuda a recordar las cosas que te gustan del sitio que te parió y te vio crecer. También te hace entender por qué tu nido es visto como un destino vacacional por parte de tus compañeros actuales de carril bici.

En Ámsterdam, cuando hablas de Catalunya, de la Costa Brava o de Girona, los ojos se les abren como naranjas. Todos han estado alguna vez en la vida, tienen recuerdos de infancia, de viajes con amigos o de vacaciones en pareja. Algunos incluso tienen una segunda residencia en algún pueblo perdido del Empordà. Me hace gracia, cuando identifican a mi país como un lugar de vacaciones, pero también me genera cierta tristeza, porque a pesar de comprender por qué les gusta, creo que tenemos mucho más que ofrecer que un lugar bonito con Sol, playa y buena compañía. Según datos oficiales, Girona, mi casa, registró 8,5 millones de turistas durante la temporada del 2023, que crearon 27,7 millones de pernoctaciones. La zona más visitada fue Costa Brava con más de 7,4 millones de turistas, seguida de la zona pirenaica con más de 1 millón. Los holandeses, mis actuales conciudadanos, son una de las poblaciones que más visitan la zona, sólo superados por los turistas nacionales y los franceses, y un turismo americano incipiente, pero que crece con fuerza, que sólo en los últimos 5 años ha aumentado más de un 32% sólo en la provincia de Girona.

Ante este turismo de masas 'fast' ha surgido la alternativa del 'turismo exquisito', de lujo, gastronómico, centrado en el territorio, el patrimonio, el deporte y las prácticas de bienestar que caracterizan a la cultura mediterránea

Cuando vuelvo a casa ahora veo muchas reformas y una ciudad transformada para atraer al turista y vender las bondades del lugar, pero se han generado dos dinámicas que, si bien tienen elementos salvables, ponen en peligro el territorio tal y como hemos conocido a quienes, como yo, hemos nacido y crecido entre el Mediterráneo y los Pirineos. La primera tendencia es la del turismo de bajo coste y grandes masas, que ha transformado el territorio en las últimas décadas y ha cometido verdaderas barbaridades en el paisaje de la provincia. Rascacielos junto a pequeños pueblos, parques acuáticos y atracciones, hoteles baratos y de calidad dudosa o locales de fiesta y ocio nocturno para turistas jóvenes de otros lugares de Europa son realidades que, si bien hemos normalizado, forman parte de una estrategia comercial de adaptación del territorio a todo tipo de demanda turística que pueda ser respondida. Así, la morfología de la sociedad gerundense se vendió y redujo rápidamente a cambio de la satisfacción del visitante, quien tenía el mango por la sartén cuando se trataba de formular nuevas actuaciones o necesidades turísticas. Estas prácticas tuvieron su boom antes de la crisis, hace ya algunas décadas, pero sigue lastrando las mentalidades de muchos propietarios y comerciantes del sector, que ven el dinero rápido de los turistas como una oportunidad lucrativa rápida y efectiva.

La Catedral de Girona ha estat un dels escenaris de Joc de Trons | iStock
La Catedral de Girona ha sido uno de los escenarios de Juego de Tronos | iStock

Sin embargo, existe una segunda tendencia que, si bien se ha formulado como una solución, requiere pies de plomo. Ante este turismo de masas fast ha surgido la alternativa del turismo exquisito, de lujo, gastronómico, centrado en el territorio, el patrimonio, el deporte y las prácticas de bienestar que caracterizan a la cultura mediterránea. Así, en Girona, últimamente, se ha promovido un turismo mucho más sostenible, mucho menos de masas y más de grupos selectos, que vienen a aprender de la cultura del lugar, a comer, a disfrutar pero sin hacer mucho ruido. Un turismo rico, de clase social acomodada, dispuesto a dejarse grandes cantidades de dinero, pero que no deja de ser un turismo de nicho que sólo una cierta clase social puede permitirse. Lo que este turismo comporta, de paso, no son las molestias que genera el primero en las vidas cotidianas de las personas locales, sino un encarecimiento de los precios de servicios como la restauración o la vivienda, que está orientado al turismo, pero también responde a las necesidades de la población local. Así, la alternativa trae también problemas, y nadie se escapa a los costes colaterales de abrir nuestro país al mundo.

Reducir el número de visitantes, ofrecer servicios de mayor calidad o prohibir prácticas nocivas por el entorno son algunas medidas que no sólo se han aplicado en Girona, también en Ámsterdam

Si el turismo masivo nos ha enseñado que no podemos prostituir nuestras playas, recursos ni espacios naturales, el turismo exquisito nos ha mostrado que debemos hacerlo con conciencia social. Promover un turismo sostenible es un gran paso adelante, pero debe serlo tanto medioambientalmente como socialmente. Reducir el número de visitantes, ofrecer servicios de mayor calidad o prohibir prácticas nocivas por el entorno son algunas medidas que no sólo se han aplicado en Girona, también en Ámsterdam, donde vivo ahora, donde se recomendaba a los turistas que vienen con la voluntad de hacer jolgorio en el Distrito Rojo que “no vinieran a Amsterdam”. Después de dos inviernos enteros en la capital holandesa entiendo perfectamente que en la que tengan unos días de vacaciones esta gente quiera venir a nuestro país, porque no sólo tenemos un Sol que no valoramos, también un paisaje y una cultura envidiable. Sin embargo, las reglas del juego deben ser claras, y necesitamos propuestas valientes para impulsar un turismo sostenible, justo y que sea provechoso en el largo plazo tanto para las personas que visitan, las que reciben y las que, cuando tienen tres días de fiesta , vuelven a casa para regar las raíces.