Una globalización mal gestionada: el caldo ideal para la extrema derecha

El discurso de protección interna ya trasciende a los mismos promotores iniciales y es asumido progresivamente por el resto de dirigentes, sea Biden o la Comisión Europea

La diputada de la Asamblea Nacional de Francia y candidata a la Presidencia de la República, Marine Le Pen | EP La diputada de la Asamblea Nacional de Francia y candidata a la Presidencia de la República, Marine Le Pen | EP

Un fantasma recorre Europa, y no es el del comunismo, como decía Marx, sino el de la extrema derecha. Incluso, las bolsas bajaron ostensiblemente el día después de las elecciones al Parlamento Europeo. Al capital no le gustan los sobresaltos, aunque a medio plazo la influencia de la extrema derecha lo pueda favorecer.

Pero más que las oscilaciones bursátiles, ha sido significativa la decisión de la Comisión Europea de este mismo martes de establecer un arancel a los vehículos eléctricos chinos de hasta el 36%. Europa no ha hecho más que seguir las huellas marcadas por el gobierno norteamericano de Biden, que así da continuidad a la cruzada antichina de Trump en nombre de la defensa de la industria estadounidense. Y ahora, de la europea.

Cambio de paradigma en Europa

La Xina seria de nou la primera potencial mundial l'any 2030 | iStock
China sería de nuevo la primera potencial mundial en 2030 | iStock

Los aranceles a los vehículos eléctricos chinos parecen iniciar un cambio de paradigma en Europa: la primera prioridad ya no es descarbonizar y sustituir rápidamente los vehículos de combustión por los eléctricos que, cuanto más baratos, mejor. Por delante ahora pasa asegurar la continuidad de la poderosa, pero con los pies de barro, industria automovilística europea y de todos los puestos de trabajo que de ella dependen.

Més info: Bruselas anuncia aranceles de hasta el 38% a los coches eléctricos chinos

Durante un puñado de años, desde Europa se ha querido hacer de la necesidad virtud. Se ha argumentado que el Viejo Continente debía ser líder en las políticas contra el cambio climático -que, seguramente, le afecta más que a ninguna otra gran región mundial- porque así podría encabezar la nueva generación de productos manufacturados para la descarbonización. Pero ahora vemos que las cosas no van bien así. En poco más de veinte años, desde que Occidente abrió las puertas a las manufacturas chinas, hemos pasado de comprarles bienes de consumo de baja calidad a baterías, placas solares y, ahora, vehículos eléctricos.

Nos han pasado la mano por la cara, entre otras cosas porque los grandes líderes europeos de la automoción, en lugar de avanzar en la electrificación, se entretenían inventándose gadgets para superar de forma engañosa los controles oficiales sobre las emisiones de sus motores diésel. Pero evidentemente, no es solo, ni básicamente, esto. La maquinaria productiva china, fuertemente centralizada, cuando decide abordar una nueva línea de producción innovadora, lo hace de forma masiva y eficiente. Por eso, ahora mismo, China sigue siendo el primer generador mundial de CO2 -en buena parte porque continúan utilizando masivamente el carbón para producir electricidad- y al mismo tiempo son líderes en volumen, reducción de costos y tecnología en todos los productos dedicados a disminuir el impacto ambiental de la producción y el consumo. Luego volveremos a esto.

Una globalización mal gestionada

El Consell d'Europa amb les banderes dels estats membre de fons | ACN
El Consejo de Europa con las banderas de los estados miembro de fondo | ACN

Mientras tanto, sobre todo hasta el estallido de la crisis financiera de 2008, en Europa y en Occidente en general estábamos tan contentos con la globalización. Nos especializábamos en servicios, decíamos, de alto valor añadido -vinculados al movimiento de capitales, pero también a las nuevas oportunidades que la digitalización ofrecía para el comercio y el consumo de manufacturas y de servicios audiovisuales y de entretenimiento. Estas compañías se convertían en verdaderamente globales, de un mercado no solo occidental, y disparaban dimensiones y beneficios. El rápido crecimiento económico de muchos países emergentes también atraía los abundantes capitales occidentales, que se apresuraban tras rentabilidades nunca vistas.

La productividad europea -y no hace falta decir la española- perdía fuelle, también frente a la norteamericana, y los salarios reales no crecían entonces ni lo hacen desde entonces

Mientras tanto comprábamos manufacturas chinas -y, progresivamente, de otros países asiáticos- a precios muy competitivos. Y en muchos países, la avalancha de inmigrantes proveía los servicios personales, de ocio y de mantenimiento de mano de obra barata que también los hacían bastante asequibles. Eso sí, la productividad europea -y no hace falta decir la española- perdía fuelle, también frente a la norteamericana, y los salarios reales no crecían entonces ni lo hacen desde entonces.

El caldo ideal para la extrema derecha

El voto de la extrema derecha en la UE en las elecciones del 9-J, por países | ACN
El voto de la extrema derecha en la UE en las elecciones del 9-J, por países | ACN

A partir de aquí, no hemos hecho más que empeorar: pérdida de peso y de dinamismo industrial, ahora también en una Alemania que había basado buena parte de su competitividad en una energía barata proveniente de Rusia. Y con la industria, pérdida de los puestos de trabajo más estables y tradicionalmente mejor pagados en toda Europa. Creación de puestos de trabajo solo significativa en el sector de servicios personales y turísticos, en muchos países, no solo en España. Unos puestos de trabajo cada vez más ocupados por los inmigrantes debido a los bajos salarios y al desgaste físico que conllevan. Y en este contexto, empobrecimiento de los trabajadores cualificados y de las clases profesionales y medias autóctonas. Empobrecimiento mezclado con desorientación, pesimismo y falta de expectativas de progreso social para ellas mismas y para sus descendientes. Con efectos colaterales, como la caída de la tasa de fertilidad.

Encuestas recientes detectaban la ascendencia de los planteamientos de la extrema derecha entre el campesinado -atrapado entre la globalización y la descarbonización- y entre los más jóvenes, que no ven futuro

No es extraño, pues, que los planteamientos de soluciones simplistas para problemas muy complejos, tal como plantea la extrema derecha, hagan tanto hueco en nuestras sociedades. Trump y el Brexit fueron dos intentos de intentar el regreso a un pasado que a todos parecía que había sido mejor. Este regreso al pasado ha tomado forma de recuperación de los instrumentos básicos de la soberanía y de la política económica delegados a la Unión Europea por parte de los británicos. Y de aislacionismo y muros y aranceles a los inmigrantes y a las importaciones en Norteamérica. Este discurso de protección interna, como hemos visto, ya trasciende a los mismos promotores iniciales y son asumidos progresivamente por el resto de dirigentes, sea Biden o la Comisión Europea.

La responsabilidad de nuestros dirigentes

Els membres de l'extrema dreta francesa, Jordan Bardella i Marine Le, durant la campanya electoral europea | EP
Los miembros de la extrema derecha francesa, Jordan Bardella y Marine Le, durante la campaña electoral europea | EP

En este contexto, hay colectivos que se sienten especialmente perjudicados. Lo fueron los antiguos obreros industriales y los habitantes de los estados interiores de Estados Unidos, que apoyan masivamente los planteamientos de Trump. Los obreros del centro y del norte de Inglaterra, que inclinaron la balanza a favor del Brexit. Ahora, en Francia, el sur rural -el de los chalecos amarillos- ha sido la base del triunfo de Le Pen, que fracasa en la región de París. Y en Alemania, los antiguos territorios de la RDA, que a menudo se consideran alemanes de segunda, son también el feudo de la extrema derecha. En Catalunya y en España, VOX triunfa en los barrios más ricos y, al mismo tiempo, en los más pobres. Encuestas recientes detectaban la ascendencia de los planteamientos de la extrema derecha entre el campesinado -atrapado entre la globalización y la descarbonización- y entre los más jóvenes, que no ven futuro, sobre todo los chicos.

Desde el desprecio por las minorías -sean individuales o colectivas- hasta personalizar en los inmigrantes todos los males del enemigo externo

El pretendido retorno al pasado va acompañado de un discurso cultural paralelo que contribuye a justificarlo y a dotarlo de emociones. Este discurso se manifiesta en un cuestionamiento de las políticas de derechos personales que muchos países occidentales han ido desarrollando en las últimas décadas: desde las políticas de género que cuestionan el rol masculino tradicional -los chicos del párrafo anterior- pasando por todas las que amenazan a la familia tradicional y, se supone, que desincentivan la natalidad. Desde el desprecio por las minorías -sean individuales o colectivas- hasta personalizar en los inmigrantes todos los males del enemigo externo.

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En toda esta mezcolanza, no vale olvidar las responsabilidades de las grandes familias políticas -conservadores, socialdemócratas y liberales- que han liderado Europa y sus estados durante las últimas décadas y que abrazaron sin frenos ni contrapesos una globalización que, a medio plazo, ha terminado perjudicando a la mayoría de la población. Estos son los responsables, por ahora, de ir haciendo virar el transatlántico de la inercia económica europea, que con el rumbo actual nos acerca a la destrucción del modelo europeo de bienestar.

El autoritarismo como bandera del progreso económico

 Shenzhen, el Silicon Valley de la Xina | iStock
Shenzhen, el Silicon Valley de la China | iStock

Hay un último elemento de este discurso que aunque no se exprese abiertamente, flota en el ambiente y podría desarrollarse más pronto que tarde. Tradicionalmente se ha justificado la hegemonía económica y cultural occidental porque estaba vinculada a valores como el individualismo, la libertad, el libre pensamiento y, en definitiva, la democracia. Esto favorecía decisivamente el esfuerzo personal, la iniciativa y la innovación, el riesgo, el afán de progreso... Se explicó el fracaso de la Unión Soviética porque cuando había que pasar de la industria pesada a los ordenadores, todos estos elementos culturales occidentales estaban ausentes en su sociedad.

Pero ahora nos encontramos que una sociedad fuertemente jerarquizada, centralizada y falta de libertades individuales, cómo es la china, compite con éxito con Occidente. No nos alargaremos haciendo paralelismos ahora sobre la caída de tantos imperios, desde el romano dentro de ahora, que se ha explicado por la pérdida de ambición, espíritu de trabajo y de sacrificio de sus clases dirigentes. Imperios que, a su vez, se beneficiaban de las riquezas y del trabajo de los pueblos sometidos. A Occidente podríamos estar en este proceso.

Una sociedad fuertemente jerarquizada, centralizada y falta de libertades individuales, como es la china, compite con éxito con Occidente

Ahora sí que es cierto que hay un creciente inclinación, confirmada por diversas encuestas, de la población, al menos la europea, hacia la seguridad física y económica en detrimento, si es necesario, de la libertad individual y la democracia. Es una admiración por una organización social basada en una meritocracia, similar a la que supuestamente existe en las empresas privadas, con un liderazgo único que se autoregenera sin los riesgos y divisiones que pueden surgir en los funcionamientos democráticos.

A finales de los años 80, un compañero mío se responsabilizó de la implantación del Colacao en China, aún en la época maoísta, pero cuando empezaba a intuirse que ese era un mercado de futuro. Una de las veces que nos vimos mientras aún trabajaba allí, le pregunté si todas esas características singulares de la sociedad y los individuos de China que nos explicaba provenían del hecho de ser comunistas o chinos. La respuesta fue contundente: ¡chinos!

Puede ser que para la tradición milenaria china, impregnada del confucianismo, puedan funcionar mejor los sistemas jerarquizados, que no tienen en cuenta al individuo sino a la colectividad, mucho más preocupados por el futuro lejano que por el presente y el futuro inmediato. Para los occidentales, herederos de la tradición greco-romana, renacentista y muchos del calvinismo, el individuo sigue siendo el centro y la medida de todas las cosas. Cualquier intento de organizarnos social y económicamente de acuerdo con la centralización, la jerarquía y la falta de libertades individuales, sea promovido por la extrema derecha o por quien sea, quiero pensar que está condenado al fracaso.

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