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"Los hoteleros leridanos sufrimos el año pasado la criminalización que este año reciben los jóvenes"

El presidente del Gremi d’Hostaleria de Lleida reivindica la central Catalunya y el Pirineo cómo una de los principales destinos turísticos del país, defendiendo el empresariat del sector

Josep Castellarnau es el presidente del Gremio de Hostelería de Lleida. | Cedida
Josep Castellarnau es el presidente del Gremio de Hostelería de Lleida. | Cedida
Lleida
23 de Julio de 2021
Act. 26 de Julio de 2021

Propietario de un hotel en la localidad de Escaló a les Valls d’Àneu (Pallars Sobirà), reivindica el Pirineo como una zona turística diferenciada respecto a la demarcación de Lleida y al resto de Catalunya. Después de vivir un año que califica de "dramático", Josep Castellarnau fue reelegido el pasado mes de mayo por cuatro años más como presidente del Gremi d’Hostaleria de Lleida. En el cargo desde 2016, el año pasado la entidad no pudo llevar a cabo el proceso electoral por la pandemia. Con la campaña de verano por adelantado, vaticina una temporada con buena de ocupación, pero reclama claridad a las administraciones a la hora de emprender medidas restrictivas contra la hostelería.

¿Cómo afronta la hostelería leridana la campaña de verano con relación a la del año pasado?

En la demarcación de Lleida, especialmente el Pirineu, tenemos la suerte de recibir un turismo interior, que no depende ni de aviones ni de barcos. Es cierto que el comportamiento de los hoteles y de los restaurantes es muy difícil en función de si analizamos la Llanura o el Pirineo. El año pasado, el cierre perimetral de siete municipios leridanos se asimiló al de Catalunya y el turista extranjero o de proximidad se echó atrás. Igualmente en algunas zonas del Pirineu, conseguimos salvar los muebles teniendo en cuenta la situación de la pandemia.

¿Entonces el de 2021 será un buen verano?

Después de haber comenzado la recuperación a Semana Santa y primavera, lo afrontamos con un optimismo moderado. Las perspectivas son buenas, pero necesitamos una cierta seguridad jurídica con las medidas y restricciones de la Generalitat, especialmente con el toque de queda. Este mensaje es el que siempre trasladamos a las reuniones con el consejero de empresa, Roger Torrent. La ventaja que tenemos es que no dependemos ni de aviones ni de turoperadors, y un 80% de nuestros clientes proceden de entornos de proximidad. Nuestros visitantes buscan y encuentran tranquilidad, seguridad y vinculación con la natura en espacios no masificados. Estos factores son muy valorados en el contexto actual.

"En la demarcación de Lleida, especialmente al Pirineu, tenemos la suerte de recibir un turismo interior, que no depende ni de aviones ni de barcos"

¿Cómo ha superado la hostelería los ataques y el golpe económico que recibió el verano pasado?

Intentando hacer bien el trabajo y tratando de no ser noticia ni estar en medio de las discusiones. Junto con la administración hemos llevado a cabo campañas para difundir las oportunidades de nuestro territorio, la profesionalidad de la gente y la calidad de nuestros servicios. Pese a la Covid, y aunque las previsiones atendida la situación son muy provisionales, esperamos ocupaciones de entre el 40 y el 50% en julio, con picos de entre el 85 y el 90% los fines de semana, y llegar en agosto a porcentajes que rocen el 90%.

¿Y sacarse el estigma fue más difícil?

Se nos colocó una etiqueta en un territorio como el Pallars, donde somos 6.000 habitantes, y cuando se registra un caso se dispara el índice de incidencia de la Covid. Nosotros, más que ser un problema, siempre hemos querido formar parte de la solución. Este año, esperamos que con el proceso de vacunación, sobre todo el de la juventud, que es el que más socializa, la situación se acerque a una relativa normalidad. Los hoteleros leridanos sufrimos el año pasado la criminalización que este año reciben los jóvenes. Fue una culpabilización injusta porque, como cada campaña, Lleida recibió mucha gente dispuesta a trabajar en la recogida de la fruta y no es un fenómeno fácil de gestionar, y menos en época de pandemia.

En general, parece que la hostelería, no solo en Lleida, es la primera víctima de las restricciones

Nos acusan de ser profesionales solo preocupados por el dinero. En el caso de Lleida, nos tildaron de racistas. Este año se ha demostrado que con los locales de ocio y restauración cerrados también se produjeron el repunte de casos y los rebrotes de coronavirus. Insisto en que no somos parte de la culpa ni quizás tampoco la solución, pero no hace falta que siempre seamos el chivo expiatorio cuando las cosas van mal. Por eso, a la Generalitat le pedimos una progresividad en el momento de implantar medidas, puesto que se tiene que cuidar la fina línea que hay entre salud y economía.

"Necesitamos que la Administración piense en la economía que se mueve alrededor de nuestro sector"

¿Cómo ha afectado la crisis al tejido del sector de la restauración?

De momento, hemos calculado que entre un 20 y un 25% de los locales y establecimientos pequeños ya no levantaron la persiana después del primer confinamiento. Además, se han producido cambios de manos en las propiedades de los restaurantes y muchas familias han tenido que traspasar el negocio a grandes grupos empresariales. Ante este escenario, necesitamos que la Administración piense en la economía que se mueve alrededor de nuestro sector. Hacen falta inversiones en infraestructuras terrestres, despliegue de la fibra óptica o proyectos alentadores como la candidatura a los Juegos Olímpicos de Invierno del año 2024. Se tiene que invertir en futuro y tener una mirada larga, una visión estratégica.

Mirando al futuro, ¿cómo cree que se tendrían que repartir los fondos europeos Next Generation porque los aprovechara el sector?

Tendrían que enfocar el Pirineo cómo el que es, un reclamo turístico. Las subvenciones por instantes puntuales de dificultad están bien, pero hay que invertir y planificar algo más allá. Estas inversiones tendrían que crear proyectos diferenciadores que atraigan los visitantes en nuestra zona. Los fondos no se tienen que entregar a las multinacionales que no creen ni piensan en nuestra actividad, en muchas ocasiones familiar. Las ayudas se tendrían que dar a consorcios o agrupaciones de empresas pequeñas pensante siempre en que el sector y el territorio tienen que salir adelante.