En Catalunya no hay muchas empresas que puedan presumir de facturar más de 6.000 millones de euros, dar trabajo a 12.000 trabajadores y, además, que el capital sea íntegramente del país. Este es el caso de la Compañía Española de Laminación, Celsa. De hecho, se lo puede considerar el primer grupo industrial catalán, de forma que resulta poco comprensible que la firma no sea nada conocida por la población general. Seguramente, el hecho de que no fabrique ningún producto de consumo final, sino que sea un eslabón dentro del proceso industrial es el que provoca esta carencia de reconocimiento. En el último año se está viviendo una lucha por el control de la empresa, entre la familia propietaria y los fondos que han ido adquiriendo su deuda en los últimos tiempos. Pero antes de entrar en materia, hagamos un repaso al pasado y presente de la compañía.
La actividad de Celsa consiste en la recuperación de acero para, una vez fuera, volverlo al mundo industrial. Puede parecer trivial, pero en esta actividad todo es gigantesco y al alcance de unos pocos; por ejemplo, el consumo energético para hacer funcionar los hornos de la fundición hace que Celsa sea el tercer cliente más grande en el Estado en consumo de electricidad. El volumen total de acero procesado coloca la empresa catalana entre los cinco operadores de su sector en toda Europa. Y el epicentro de todo, la planta de Castellbisbal, que se puede contemplar circulando por la autopista AP-7 a su paso por la localidad vallesana.
Los inicios de la empresa se remontan a los años sesenta, cuando la industrialización y el gran peso de la construcción provocaron una demanda creciente de acero. Los hermanos Rubiralta Vilaseca, Francesc (1939-2010) y Josep Maria (1942-2012), habían heredado un almacén de hierros de su padre, Anselm Rubiralta, y decidieron dar un paso más. Se iniciaron en la transformación de acero ya utilizado para producir barras corrugadeas para la construcción, o sea, aquellas barras rugosas que se usan para elaborar el hormigón armado. Después de unos años de crecimiento intenso, las décadas de los ochenta y noventa fueron las de las compras, tanto del negocio madre (Torras Herrería y Construcciones, Altos Hornos de Cataluña, Industrias del Besós, Nervacero y Nueva Montaña Quijano, una empresa cotizada en bolsa que pasó a decirse Global Steel Wire) como del segmento del trefilado, o fabricación de alambre (Tycsa, Trefilerías Moreda y Riviere). Más tarde vendrían las adquisiciones en el exterior, especialmente en Reino Unido, Polonia, Francia y Finlandia.
Toda esta oleada de compras tuvo sus consecuencias financieras en forma de deuda, como veremos más adelante. En paralelo al penetrante negocio siderúrgico, los Rubiralta pusieron en marcha una empresa de material médico, Izasa, que durante mucho tiempo fue el hermano pequeño, pero que con los años tomaría un impulso sorprendente, ya bajo la nueva denominación de Werfen.
Los Rubiralta pusieron en marcha una empresa de material médico, Izasa, que con los años tomaría un impulso sorprendente, ya bajo la nueva denominación de Werfen
Las desavenencias entre los miembros del negocio
El gran descalabro familiar se produjo en el 2006, cuando las desavenencias entre los miembros por la gestión del negocio llevaron a una ruptura total. La rama de Francesc se quedó con el negocio tradicional, el acero, mientras que Josep Maria y sus descendientes se hicieron cargo de la empresa de material médico, aquella que hemos dicho que había sido creada como Izasa y que más tarde cambió su denominación por Werfen, que es como se la conoce ahora. En el momento de la rotura, la firma de reciclaje de acero facturaba unos 2.800 millones de euros (con beneficios de 135 millones), mientras que la de material médico vendía solo un poco por encima de los 620 millones (con beneficios de 32 millones), de forma que a la hora de repartir quienes se quedaban con la parte pequeña del negocio familiar recibieron una compensación de la que se desconoce el importe.
Pero en esta década y media las cosas han cambiado mucho: Celsa ha seguido creciendo a buen ritmo, pero con el precio de haberse endeudado demasiado, mientras que Werfen ya tiene a tocar los 2.000 millones de euros de facturación gracias a la producción de material sanitario para hospitales y laboratorios, así como por el gran volumen de pruebas médicas que distribuyen (por ejemplo, tests para la detección del covid). Mientras una rama, los Rubiralta Giralt, celebra sus éxitos y el crecimiento imparable de su compañía, la otra, los Rubiralta Rubió, está ocupada defendiendo sus posiciones ante el abordaje de los fondos de inversión que son titulares de la deuda.
El elevado volumen de deuda acumulada por Celsa destinado a financiar su crecimiento mediante la compra de otros productores de acero, ha acabado por indigestarse en los Rubiralta, que no han podido hacer frente a todos los pagos y ven con pánico como la voluntad de los fondos titulares de la deuda es intercambiarlo por acciones de la empresa, lo que implicaría que la familia perdería el control del negocio que fundaron y que han gestionado durante los últimos sesenta años. Todo había empezado en el 2017, cuando se pactó que parte de la deuda de la compañía -muy crecida ya en aquel momento- fuera intercambiable por acciones de la empresa en caso de impago. La situación se fue envenenando hasta llegar a la pandemia, cuando Celsa incurrió en impagos. En aquel momento, pero, un juzgado paró las medidas más radicales y otorgó un año de margen para que la compañía hiciera frente a las deudas.
Los 500 millones de euros que el Estado, vía SEPI, prestó a la empresa no han servido de mucho para calmar los ánimos
Llegamos así al 2021, cuando el reloj volvió a correr y los 1.400 millones de deuda convertible en acciones volvían a estar en disputa. Desde entonces, los gestores de Celsa se han ido defendiendo como han podido del acoso -llamadas a Pedro Sánchez incluidas- pero el conflicto continúa hoy muy vivo. Los 500 millones de euros que el Estado, vía SEPI, prestó a la empresa no han servido de mucho para calmar los ánimos. Se da la circunstancia añadida que los titulares de la deuda no son los bancos que firmaron los préstamos, sino que los actuales acreedores son un grupo de fondo que compraron la deuda en un mercado secundario con un considerable descuento, fruto del convencimiento de los bancos que aquellos créditos serían difícilmente cobrables (pagaron unos 250 millones de euros, una fracción del valor nominal de la deuda). Los principales fondos que están intentando quedarse con lo empresa son Attestor, Golden Tree, Sculptor, Anchorage, Cross Ocean y CVC, además de los bancos de inversión Goldman Sachs y JP Morgan. Obviando CVC, de quien ya hemos hablado a menudo, daremos una vez de ojo a estos vehículos inversores.
El primero de ellos es un fondo londinense creado en el 2012 y con filosofía de inversión a largo plazo. El fundador y propietario es Jan-Christoph Peters, de nacionalidad alemana. En cuanto a Golden Tree, se trata de una firma de Estados Unidos especializada en invertir en empresas en dificultades y que está dirigida por Steven Tananbaum, un economista experto en deuda empresarial. Gestionan un patrimonio de 48.000 millones de dólares. La firma Sculptor tiene la sede mundial en Nueva York y la sede europea en Londres, gestiona más de 36.000 millones de dólares y está dirigida por la tríada formada por Jimmy Levin (informático de Harvard), Wayne Cohen (licenciado en relaciones internacionales) y Steve Orbuch (con pasado en Goldman Sachs y Blackstone). Por su parte, Anchorage es una de aquellas entidades conocida coloquialmente como fondos buitre, porque su actividad está centrada en las empresas en dificultades. Tiene la sede en Nueva York y fue fundada por Kevin Ulrich y Tony Davis, dos exempleados de Goldman Sachs. Actualmente gestionan 32.000 millones de dólares. Finalmente, Cross Ocean es una firma de los Estados Unidos fundada el 2015 por Graham Goldsmith y Steve Zander, que habían trabajado juntos en el Bank of America y en Merrill Lynch.
En vista de la situación, se podría pensar que Celsa es una empresa que no funciona, pero si consultamos sus cifras constatamos que no solo tiene una facturación muy elevada (los 6.000 millones de euros que comentábamos en el inicio del artículo), sino que también es capaz de generar una caja considerable, dado que tiene un ebitda de casi 900 millones de euros. Así pues, está muy claro que se trata de un problema puramente financiero y no de negocio. En este sentido, la soga alrededor del cuello de Celsa se va estrechando a gran velocidad, porque ya han vencido 400 millones en préstamos que han quedado impagados y hay 980 en camino, además de préstamos bancarios por 525 millones más. Habrá que estar atentos a este combate multimillonario por el control delempresa , porque según cual sea el desenlace, Catalunya perdería a uno de sus principales imperios familiares.