En una guerra, como la de Israel-Hamás, todo el mundo pierde, especialmente las personas afectadas. Hablamos de los más de 1.200 israelíes que perdieron la vida los primeros días, y más de 300 secuestrados, así como los más de 33.000 muertos en Gaza, mujeres y niños en buena parte. Pero la tragedia no se acaba con los que mueren o resultan heridos; hay un impacto devastador en familias y comunidades.
Y también salen perdiendo muchos sectores económicos. En los territorios afectados, el turismo y el comercio son dos de los más perjudicados, puesto que la inestabilidad disuade a los visitantes internacionales y perturba las cadenas de suministro. La destrucción de infraestructuras esenciales como escuelas, hospitales, y carreteras tiene un impacto directo en la economía y el bienestar social. La agricultura también sufre, puesto que los campos de cultivo pueden ser dañados o inaccesibles debido a los enfrentamientos, afectando al suministro de alimentos y la subsistencia de los agricultores locales. Al mismo tiempo, la incertidumbre generada por el conflicto puede llevar a la volatilidad de los mercados financieros y afectar a las inversiones en toda la región.
También hay sectores que ganan, como la industria del armamento, que está aumentando exponencialmente las ventas, los beneficios y los dividendos
Pero, al mismo tiempo, hay quién gana. Es el caso de la industria del armamento, que está aumentando exponencialmente las ventas, los beneficios y los dividendos que pagan a sus accionistas. Lo mismo pasa con empresas de seguridad. Y determinadas materias primas también suben, es el caso del petróleo que ya sube un 18% en lo que llevamos de 2024. La reconstrucción de infraestructuras después de los enfrentamientos requiere grandes inversiones y puede significar un alud de contratos para compañías de construcción e ingeniería. Las empresas que proporcionan suministros y servicios de emergencia también pueden ver aumentada la demanda de sus servicios.
Pero, como decimos al principio, es incuestionable que en una guerra quien pierde siempre son las personas afectadas. Más allá de las muertes y los heridos, hay el drama humanitario de los refugiados. En Gaza, esto se traduce en campos superpoblados y condiciones de vida infrahumanas para 2,3 millones de personas. El tejido social de las comunidades afectadas sufre, y las cicatrices psicológicas perdurarán mucho más allá de cualquier alto al fuego. En última instancia, a pesar de los posibles 'ganadores' en términos financieros o geopolíticos, la realidad cruda de la guerra demuestra que, en la ecuación humana, las pérdidas son siempre más profundas que cualquier ganancia superficial. Las repercusiones de un conflicto armado reverberan a través de las generaciones, desplazando a personas de sus hogares, creando miles de refugiados, y plantando semillas de odio, temor e incertidumbre que germinan en el corazón de cada individuo afectado. Esto no excluye a la población de Israel, que vive con la ansiedad de la amenaza constante de ataques.
La realidad cruda de la guerra demuestra que, en la ecuación humana, las pérdidas son siempre más profundas que cualquier ganancia superficial
Yossi Mekelberg, experto de Chatham House, lo ha resumido diciendo: "No hay vencedor en este tipo de guerra". La situación en Gaza es catastrófica en todos los sentidos de la palabra, mientras que Israel se encuentra más envuelto, enfrentándose no solo a las repercusiones en Gaza, sino también a la tensión creciente con Irán y otros países; y un aumento del antisemitismo.
Más allá de los balances de poder y económicos, la guerra es un fenómeno profundamente negativo que deja un rastro de dolor y devastación. Y no se puede excluir el riesgo de globalización del conflicto con consecuencias del todo imprevisibles a escala mundial. Como dijo Jimmy Carter, expresidente de los Estados Unidos: "La guerra a veces puede ser un mal necesario. Pero, por muy necesario que sea, siempre es un mal, nunca un bien".