Todos sabíamos que no podía durar indefinidamente. La covid parecía que lo alargaría bastante. Pero la misma salida de la pandemia y el cisne negro ruso lo han cambiado todo. La época del dinero barato, de los tipos de interés negativos, de las emisiones públicas y privadas avaladas por el Banco Central Europeo toca a su fin. Los halcones de la ortodoxia económica y financiera vuelven a adueñarse de Europa. Las palomas, representadas por los gobiernos que no quieren caer en la recesión y por la presidenta del BCE, empiezan a replegarse.
De la inflación accidental a la amenaza de recesión
La reactivación económica derivada de la salida, y de las expectativas de salida, de la crisis mundial que ocasionó la pandemia, generó las primeras tensiones inflacionistas. Recuperación de la demanda mundial, distorsiones en las cadenas de suministros y en el transporte marítimo con Asia y los movimientos especulativos en primeras materias y energía comenzaron el proceso.
En los Estados Unidos se añadía el famoso helicóptero que repartía dinero, primero desde la Administración Trump y, más intensamente, desde la de Biden. Resultado: aumento del consumo, en parte en productos importados, y de los precios por el crecimiento de la demanda. Eso sí, los Estados Unidos líderes en la recuperación del PIB y en la disminución del paro dentro del bloque occidental.
Era cuando las autoridades nos decían que se trataba de una inflación accidental, que ni subiría demasiada ni duraría mucho. La Reserva Federal Americana y el Banco de Inglaterra, con el Brexit recién estrenado, se apresuraron a empezar el cambio de ciclo monetario y a subir los tipos de interés. En Europa, donde todo se hace de forma más pausada, Christine Lagarde se resistía hasta que no ha tenido más remedio que confirmarlo. La invasión de Ucrania y las tensiones en los mercados energéticos y alimentarios que genera han desmenuzado las bienintencionadas previsiones de una escalada de precios moderada y corta en el tiempo.
Ganadores y perdedores del cambio de expectativas
Así que el BCE ha suspendido las compras de deuda emitidas por los estados y por las grandes corporaciones y volveremos de vacaciones con dos subes anunciadas de los tipos de interés. Nada extraordinario en términos absolutos: de momento uno o dos puntos a un y otra lado del Atlántico. Pero relevando por el cambio de tendencia, por la reanudación del discurso de los bancos centrales de su compromiso con el control de la inflación -que deja el crecimiento económico en segundo término- y por las expectativas que genera y de las que muchos piensan sacar provecho. El primer beneficiario de la nueva coyuntura es una banca que ya se recupera de las horas bajas de la pandemia. Banca mucho más concentrada en unas pocas manos, aquí y en todo el mundo, que antes de la crisis financiera de 2008.
"El primer beneficiario de la nueva coyuntura es una banca que ya se recupera de las horas bajas de la pandemia"
Mientras tanto, los efectos del cambio de ciclo monetario ya se han empezado a notar. Unas expectativas de crecimiento económico a la baja y un empeoramiento bastante selectivo de los tipos de interés a pagar por las renovaciones de deuda pública, con el aumento de la carga financiera para los estados que esto conlleva. Ahora vivimos el primer verano después de la pandemia, y nosotros nos beneficiamos más que nadie de las ganas de europeos y americanos de aprovecharlo viajando. Las exportaciones catalanas todavía tiran con fuerza, pero dependemos mucho del mercado francés y alemán. Estos últimos ven como se aproxima un invierno con restricciones energéticas que pueden conducirlos a la recesión.
Pese a que la coyuntura todavía aguanta, España vuelve a estar en el grupo de los más perjudicados: prácticamente el único socio comunitario que no ha recuperado los niveles de PIB anteriores a la pandemia y entre los más penalizados por el aumento de la carga financiera de la deuda. Tanto que desde el propio BCE ya se empieza a hablar de algún tipo de medida para dar cobertura a los estados más perjudicados por el coste de la deuda. Otra excepción ibérica, vaya, pero más amplia.
La necesidad de superar dogmas obsoletos
Y es que los principios invariables en que durante décadas se han basado las políticas monetarias y económicas europeas empiezan, por suerte, a tambalear. Como ejemplo, el mecanismo de fijación de precios del mercado eléctrico, donde hasta ahora se ha primado asegurar el suministro aunque esto comporte crecientes desequilibrios entre las diversas fuentes de energía y beneficios estratosféricos de las compañías del ramo. Tanto, que empieza a generalizarse el establecimiento de un impuesto extraordinario para estas ganancias "caídas del cielo" -o, mejor dicho, derivados de un sistema de fijación de precios obsoleto- y que el gobierno español ha anunciado para el año próximo pero con efectos -ya veremos como lo hacen- para 2022.
Los halcones de la ortodoxia financiera predominan en Alemania –todavía traumatizados por la estratosférica inflación de entreguerras– y en Europa central y norteña, los llamados frugales, que dicen que no quieren pagar la fiesta de los despilfarradores vecinos del sur. En general, empezando por nuestra casa, los ortodoxos coinciden siempre con las fuerzas más conservadoras. Son aquellos que dicen -gran concesión- que la Estado solo ayude los más pobres -para gastar menos- y que los mercados ya se encargarán de poner a cada uno en su lugar. Hay quien incluso pone el mercado energético como ejemplo de autoregulación, quizás por sus vinculaciones a alguno de los miembros del oligopolio español.
Unas palomas todavía poco eficientes
Los partidarios de mantener o incrementar el gasto social y proteger la mayoría de la población de las amenazas de una nueva recesión -con más predominio entre las fuerzas de izquierdas y entre los países del sur europeo- afrontan el reto con aciertos desiguales. La crisis de las clases medianas, la proliferación de trabajadores a tiempo completo pobres, un sentido democrático de lo que son las mayorías sociales justifica plenamente medidas transversales, sin discriminación de rentas.
Los halcones critican, por ejemplo, el carácter transversal de las ayudas por los combustibles. Primero, sería muy difícil a la práctica establecer ayudas condicionadas por el nivel de renta. Segundo, las rentas más bajas probablemente no disponen de vehículo propio. Y tampoco parece justificable limitar las ayudas a los profesionales del transporte y desestimar quienes utilizan el vehículo privado para ir a trabajar.
Las ganancias fiscales del aumento de precios
Otra asunto es acertar en el establecimiento de estas ayudas. A menudo, desde el gobierno español se informa del coste de las ayudas. Aun así, no se habla nunca del aumento de la recaudación que generan los aumentos de precios, empezando por un producto tan cargado fiscalmente como los combustibles. Es evidente que si el precio de las gasolinas se duplica, los impuestos recaudados también se multiplican por dos. En este contexto, una subvención de 20 céntimos por litro representa una quinta parte aproximadamente del aumento de recaudación fiscal. Discusión aparte es si la subvención impulsa las gasolineras a subir los precios más allá de lo que se derivaría del aumento de costes de abastecimiento, que es un fenómeno habitual en todo tipo de productos subvencionados o desgravados fiscalmente.
Parecería más razonable, como con la luz o como ha hecho desde un principio Italia, disminuir el IVA –y otras cargas fiscales– de los productos que se consideren estratégicos para frenar los efectos de la inflación. Y si se quiere, desde un principio de estabilidad fiscal: ni aumentar ni disminuir la recaudación debido al aumento de precios.
"Resulta mucho más trascendente invertir de forma efectiva en la mejora de la oferta de transporte público, que no en una rebaja de precios durante seis meses"
Y puesto que hablamos de transporte, la rebaja del transporte público anunciada por Madrid parece razonable desde el punto de vista de equilibrio entre apoyo a los desplazamientos individuales y los colectivos. Lo que pasa es que, sobre todo a corto plazo -que es tal como se plantea la medida- tanto el uso del transporte público como del privado son poco elásticos, poco sensibles a los cambios de precios relativos. Es mucho más trascendente invertir de forma efectiva en la mejora de la oferta de transporte público, que no en una rebaja de precios durante seis meses. Y todo ello para no hablar del reparto de costes y competencias entre administraciones locales y autonómicas.
Otras medidas, cómo los cheques por alquiler de pisos por parte de los jóvenes u otros cheques más generales que se anuncian, parecen poco adecuados en el actual contexto: una gota -y cara- en un océano, tal como ha pasado en el tema de los alquileres.
Curas paliativas en el mejor de los casos
Todo ello, son curas paliativas por muy bien que se ejecuten. Hemos disfrutado de unos largo periodo de estabilidad general de precios. La apertura de los mercados internacionales a la China provocó disminuciones sensibles en el precio de muchas manufacturas que consumíamos. La inmigración, comunitaria -como en la Gran Bretaña- y extracomunitaria, como aquí, ha facilitado el mantenimiento de los precios de muchos servicios personales, aunque fuera a expensas de generar multitud de trabajadores pobres. Pero la misma globalización nos ha hecho más dependientes del exterior y ha generado oligopolios más poderosos de alcance mundial. Las economías occidentales se han dormido de tan bien que parecía que les iba y las reformas estructurales y el mantenimiento de unos mercados eficientes no han sido prioritarios.
"La globalización nos ha hecho más dependientes del exterior y ha generado oligopolios más poderosos de alcance mundial"
La inflación que ahora nos abruma no proviene de un exceso de demanda hinchada artificialmente o de un desajuste entre oferta y demanda de bienes y de servicios. Proviene principalmente de factores externos poco controlables con medidas económicas. Y por eso, las políticas monetarias restrictivas difícilmente frenarán demanda, así como los importes, de unos abastecimientos, los energéticos, poco sensibles a corto plazo a los precios.
El Banco Central Europeo deberá hacer grandes equilibrios para no matar el paciente, la economía, para curarle el constipado, la inflación. Ya tenemos experiencias bastante recientes y dolorosas de curas de caballo, de las que todavía no nos habíamos rehecho del todo. Las autoridades europeas, aunque no tengan efectos tan inmediatos cómo querríamos, tienen que abandonar rigideces de manual y explorar nuevas fórmulas para hacer más eficientes todos los mercados, empezando por el energético y siguiendo por el financiero. Y las palomas que defienden la actuación y el gasto público, tienen que afinar la eficiencia de las medidas que implantan para no dar la razón a quienes los acusan de despilfarradoras.
Nuestro futuro está, más que nunca, en manos del acierto -o el desacierto- de nuestros dirigentes.