La pax turística parecía definitiva. Todo el mundo añoraba a los turistas, sea por las calles vacías, los comercios en crisis, los hoteles cerrados o los restaurantes bajo mínimos. Los iconos turísticos tenían que reprogramar su crecimiento, como la Sagrada Família, que también tenía que cerrar, como la Casa Batlló, o encomendarse al público local como La Pedrera y la Casa Vicens. El Picasso y la Fundación Miró en la intimidad y la música apenas conseguían llenar con la mitad de aforo. Nadie se acordaba de los buenos propósitos del comienzo de la pandemia para revisar el modelo turístico.
Incluso Ada Colau y los comerciantes de los barrios habían cedido después de años de negarse a que Barcelona abriera en domingo, y en verano de 2022, si la Generalitat no se opone -que no lo hará-, la apertura durante tanto tiempo reclamada desde el centro de la ciudad será una realidad. Finalmente, el acuerdo de gobierno entre ERC y JxCat ponía en negro sobre blanco la aspiración de la gran mayoría: "Recuperar unos niveles de actividad similares en verano de 2019".
La fábrica de turistas
Es en este contexto que acaba de aparecer el libro La fábrica de turistas, del periodista de La Vanguardia -de la que fue durante 20 años jefe de su sección de Economía- Ramon Aymerich. Todo el mundo ha reconocido la oportunidad del libro y de la panorámica global de un sector con la historia casi silenciada que describe. La repercusión mediática del libro demuestra que la pax turística es superficial y que muchos todavía se preguntan qué hay que hacer con el turismo y cuál tiene que ser nuestro plano B para cuando venga otra crisis como esta, como se pregunta Aymerich en las conclusiones.
La historia, real, del pequeño propietario hotelero, que se lee como si fuera un thriller en el primer capítulo, nos resume el estado de la situación. Los fondos buitre harán el resto y reforzarán la tendencia iniciada ya hace años de disociación de la propiedad y la gestión. Los grandes protagonistas del lobby turístico durante 30 años ya habían empezado a perder así su ascendencia y ahora hacen cola para salir de escena. Sea por la quiebra del negocio o por el cambio de sede a Madrid.
La propiedad, el tocho, se impone sobre el negocio, como en tantos otros aspectos de la economía urbana. Desde las oficinas, al comercio. Y así se define una nueva plutocracia casi anónima o representada por hombres de paja que opera desde la sombra para salvaguardar sus intereses. Muy diferente de lo que hacían nuestros hoteleros tradicionales.
La Costa Daurada es extraña para muchos barceloneses, que siempre prefieren ir hacia el norte, y que continúa moviéndose en un tipo de omertá más allá de la discreción habitual del sector
Aymerich no trata solo el tema de Barcelona, que es el que lógicamente conoce de más cerca y que otorga carácter nacional a la especialización turística del país. Antes, aborda las dos grandes concentraciones turísticas catalanas. Una Costa Brava liderada desde Lloret y Platja d'Aro -antes, Fenals d'Aro- y una Costa Daurada -antes, costa de Ponent- focalizada en el fenómeno de Salou.
Una Costa Daurada extraña para muchos de los barceloneses, que siempre prefieren ir hacia el norte, y que continúa moviéndose en un tipo de omertá más allá de la discreción habitual del sector. El autor nos recuerda la génesis de Port Aventura -con el episodio de la disgregación de Vilaseca y Salou y las disputas entre las diferentes baronías de CDC-, que ahora tiene continuidad con el serial de BCNWorld.
De la industria al tocho, con la excusa del turismo
Una de las tesis más sugerentes del libro es la de la transformación de una sociedad de base industrial en otra donde el turismo tiene una importancia y protagonismo que a menudo todavía se le niega. La mala fama tradicional del turismo habría contribuido a esta falta de autoreconocimiento de nuestra sociedad.
Esta transformación habría comportado el abandono de la industria por parte de la burguesía local y el refugio en el turismo, con rentabilidades mucho más elevadas y un negocio durante muchos años mucho más protegido de la competencia. Seguramente habría que profundizar y matizar este fenómeno y quizás más que hablar de la transformación de una sociedad industrial en otra liderada por el turismo -y los servicios-, deberíamos, volviendo a lo que decíamos más arriba, hacerlo de una sociedad dominada por el valor del suelo y de los inmuebles.
Muchos capitales locales, efectivamente, provienen de la industria vendida a la multinacional del ramo. Muchos de estos modernamente se han agrupado en las denominadas family offices, que han invertido preferentemente en el suelo y en el tocho. Suelo y tocho tenían en nuestra casa una demanda extra derivada del turismo. Hoteles, segundas residencias, complejos lúdicos y servicios para los visitantes han generado una espiral especulativa que ha generado grandes beneficios. Beneficios no tanto para los que los han explotado, sino para los que se han hecho primero con los terrenos, han conseguido a menudo recalificarlos y han construido.
El turismo -y los servicios a las personas- ha sido el gran imán para la inmigración extracomunitaria
Ahora mismo, el principal conflicto en la Costa Brava son los desarrollos urbanos -de segunda residencia para locales y foráneos- en muchos lugares de importante valor natural y que ya están muy explotados. A menudo, como Begur o Palamós, en vertientes montañosas con importantes pendientes y elevado impacto visual. Son terrenos que los respectivos ayuntamientos democráticos han calificado a lo largo de los años como urbanizables y que ahora empiezan a construirse masivamente. Las protestas conservacionistas han forzado una moratoria por parte de la Generalitat. Una moratoria que solo ha podido ser parcial porque muchos proyectos ya estaban en marcha y los llamados derechos adquiridos de los propietarios, original o nuevos, son difíciles de frenar.
Y todo ello por no hablar de la competencia de los alojamientos turísticos en Barcelona en el mercado residencial de compra o de alquiler, en que la mayoría, como recuerda Aymerich, pertenecen a grandes propietarios. Complementariamente, como recoge el autor a partir de las tesis de Miquel Puig, el turismo -y los servicios a las personas- ha sido el gran imán para la inmigración extracomunitaria. Los locales, incluidos aquí los españoles, rechazan los puestos de trabajo mal pagados y físicamente duros que ofrece mayoritariamente el turismo. El gran crecimiento demográfico por inmigración extracomunitaria que Catalunya ha experimentado desde el año 2000 ha conducido a una demanda de vivienda extraordinaria. Una demanda que, aunque fuera poco solvente, ha reforzado todavía más la espiral del tocho. Llueve sobre mojado.
La bandera de conveniencia del Hermitage
Quizás después de toda esta introducción podemos entender mejor la polémica alrededor de la implantación en terrenos del Port de Barcelona de la franquicia con bandera de conveniencia del Hermitage. Porque, digámoslo claro, la marca del Hermitage es solo la excusa de un nuevo negocio inmobiliario en una ubicación privilegiada, de las que ya no quedan en Barcelona. Como todos los grandes museos del mundo, el Hermitage busca cómo poder conseguir los recursos para mantener su elevado patrimonio -tres millones de piezas, dicen- que, además, se ubica principalmente en un edificio tan extraordinario como caro de mantener.
No nos tiene que extrañar que en el país del capitalismo salvaje en que se ha convertido Rusia, los miramientos a la hora de prestar la marca -y quizás, porque no se sabe, algunos de estos millones de objetos valiosos- sean escasos. Si los franceses iniciaron este tipo de movimientos, ya sabemos de la antigua fascinación rusa por el hexágono a la hora de seguir y ampliar sus pasos.
La marca del Hermitage es solo la excusa de un nuevo negocio inmobiliario en una ubicación privilegiada, de las que ya no quedan en Barcelona
No hace mucho días, un benintencionado periodista nos informaba de que el centro Pompidou parisiense abría una delegación en Nueva York, y que ellos -con mucho más patrimonio que nosotros- no le habían hecho ascos. En realidad, como aclaraba el propio periodista, la nueva delegación francesa no estaba en las remodeladas instalaciones portuarias de Manhattan, ni siquiera en el propio Nueva York, sino en la ciudad metropolitana de Jersey, que lucha por superar la obsolescencia urbana. Y, evidentemente, no era en suelo público.
De hecho, de los 16.000 metros cuadrados previstos para la franquicia del Hermitage, solo 3.000 se destinarían a salas de exposición. Para hacernos una idea, no llegaría a duplicar la superficie de la Sala Oval del MNAC. Y si en un museo convencional el restaurante, la tienda y otros servicios son complementos para contribuir a hacer la visita más completa y agradable y ayudar a hacer cuadrar los números, en este caso, parece que tenemos en marcha un complejo de ocio al lado del mar donde la excusa formal sería la sala de exposiciones. Un espacio expositivo del que no sabemos ni siquiera qué programa ni qué contenidos prepara para los próximos años. Y los creueristas de público más a mano.
La eventual cooperación del Liceu, que busca una nueva sala de conciertos, parece poco sólida dadas las dimensiones del proyecto. Recordamos que el Liceu dispone de 35.000 metros cuadrados de superficie. Ahora afana en conseguir 500 más y encontrar los dos millones de euros para financiarlo. Quizás por eso se ha avenido -otro- a prestar su nombre en una operación como esta. Más valdría que apuntaran al medio abandonado Teatro Principal en la misma Rambla si quieren hacer algo realmente relevante.
No resulta extraño, pues, que el Ayuntamiento no se haya salido con la suya a la hora de plantear nuevas ubicaciones -en el Fòrum, en el 22@- para la franquicia del Hermitage. El negocio no sería viable y los 50 millones de inversión en tocho, ni que sea firmado por un arquitecto estrella como Toyo Ito, no se amortizarían nunca. Y mientras tanto, que nadie se preocupe por una supuesta inversión que no se materializa. Invertir en tocho en una ubicación privilegiada está al alcance de muchos y, seguramente, en condiciones más favorables para la ciudad.
El Port (autónomo) de Barcelona, la quinta provincia
Un comentario a parte merece la actitud del Port de Barcelona en todo este asunto. La quinta provincia, dicen algunos. Una ciudad dentro de la ciudad, con policía propia. Como todas las grandes ciudades portuarias occidentales, el Port de Barcelona abandonó progresivamente las instalaciones tradicionales y se expandió hacia nuevos territorios e instalaciones más adecuados para el moderno tráfico marítimo. El Port Vell, como en todas partes, ha ido reconvirtiéndose en un espacio de ocio ciudadano bajo la bandera de "abrirse a la ciudad". Con los nuevos usos terciarios, el Port de Barcelona ha obtenido jugosas rentas de unas instalaciones portuarias que habían acontecido obsoletas.
La actual presidenta del Port ha reforzado la apuesta ambiental y ha impulsado ambiciosos e innovadores proyectos de futuro; pero, en la gestión del Port Vell, se ha guiado por los mismos criterios de siempre: la cuenta de resultados
Bajo la excusa de innovadoras ofertas de ocio se han hecho malabarismos de todo tipo. Como por ejemplo declarar el muelle de España como creuerista -cuando hace años que nadie ha visto ningún crucero- porque la superficie comercial que aloja pudiera abrir domingos y festivos. O mantener vacío pero de pie el edificio del Imax, una tecnología pasada de moda, en una construcción que rompía las vistas desde la ciudad y que un candidato principal a la alcaldía había prometido que derribaría. Pero no ganó y no podemos saber si finalmente lo habría hecho. O un hotel W que en el proyecto inicial tenía que doblar la altura que finalmente logró. En todo caso, el Port siempre ha ido a lo suyo, defendiendo sus intereses, a menudo bajo la bandera del interés público.
Ahora, después de una gestión notable en un periodo tan complicado como la pandemia, la actual presidenta parece que tiene los días contados. Ha reforzado la apuesta ambiental del Port y ha impulsado ambiciosos e innovadores proyectos de futuro. Pero, en la gestión del Port Vell, se ha guiado por los mismos criterios de siempre: la cuenta de resultados de la institución.
El candidato a sustituirla parece que será el anterior conseller de Territori, Damià Calvet. Un conseller que hace todavía pocos días se había descolgado con un artículo muy crítico con el alargamiento de las pistas del aeropuerto propugnado por Aena, por el impacto medioambiental y la falta de cumplimiento de los anteriores compromisos adquiridos por la empresa en este ámbito. Seguramente ya sabía que no tenía que continuar como conseller y por eso se permitió este tono crítico. Veremos si llega a la presidencia del Port y si, entonces, mantiene un espíritu crítico similar con la política de la institución con el Port Vell y con la pastilla de suelo que quiere ocupar la franquicia del Hermitage.