Tercera entrega de la pequeña historia de la sociedad de consumo desde los orígenes de la humanidad hasta la ligera reactivación económica después de la pandemia, que forma parte del libro “El Efecto Stick, Nacimiento, Ascenso y Caída de las Clases Medias” (Profit, 2024). Esta parte pertenece a la Edad Media y Moderna.
Durante la Edad Media y la Moderna se producen tres fenómenos que cambian definitivamente las relaciones entre los productores y los consumidores. El primero, las revoluciones agrícolas facilitan una mayor producción y la creación de un mercado cada vez más fluido. En efecto, se amplía la producción de alimentos al aplicar en el campo técnicas de cultivo más eficientes, como el uso de abonos, la mejora de la canalización del riego, la rotación de cultivos o las nuevas herramientas de cultivo, sobre todo, el arado, el trillo y la guadaña para segar; a los cultivos tradicionales del trigo y el centeno se añaden ahora la cebada, el mijo, las lentejas, los garbanzos, las habas, las especias y el almendro. Lo mismo se puede afirmar de la ganadería sobre la base de la cría de vacas, gallinas, cerdos y ovejas que aportan carne, leche, huevos, lana y pieles; o del aprovechamiento de los bosques con la madera. La mayoría de las tierras se encuentra en manos de los nobles o de la iglesia, a través de señoríos, diezmos o arrendamientos, pero esto no es obstáculo para que se produzca un incremento notorio de las rentas agrícolas y ganaderas, así como de las que provienen de los incipientes servicios, sobre todo comerciales y relacionados con el préstamo y la moneda. Las necesidades de la población se expanden principalmente en alimentación, pero crecen también en ropa y en vivienda.
Los burgos y los mercados en la calle
El segundo fenómeno, aparecen los burgos y las ciudades en los cruces de caminos, a las puertas de los castillos o de las iglesias con un notable crecimiento demográfico. Aunque los primeros grandes núcleos urbanos surgen entre 7500 y 5000 a.C. en Mesopotamia y en Turquía con el impulso del sedentarismo, comienzan a surgir a partir del siglo XII los grandes centros comerciales que concentran el poder político y económico. Se trata de espacios densamente poblados, rodeados de murallas y torres de vigilancia para la defensa, de calles estrechas para la defensa, coronados por la plaza del mercado y por las iglesias y catedrales de nueva acuñación. En el campo permanece el régimen de autoconsumo como base principal del aprovisionamiento, pero a partir del siglo V, al hundirse el imperio romano, la expansión productiva facilita el intercambio de las relaciones comerciales. La inseguridad de los caminos y de las rutas marítimas dificultan el comercio, pero los mercados y las ferias en los cruces de caminos se van abriendo paso durante los diez siglos de la Edad Media. Los señores feudales y los reyes los protegen a cambio de impuestos sobre las ventas. Los mercados suelen ser semanales ofreciendo productos perecederos: pan, frutas, verduras, aceite, vino, carne, etc., traídos del norte y del sur, del este y del oeste que convergen en el cruce de caminos.
La economía persiste absolutamente cerrada sobre sí misma y proteccionista a cal y canto a lo largo de toda la Edad Media. Perduran el vasallaje al rey y al señor, las motivaciones religiosas, la estructura clasista, tanto entre los agricultores como entre los artesanos y burgueses, que mantienen la miseria, la indigencia y la vulnerabilidad extrema de la mayoría de la población. Las tareas se realizan a base de trabajo no remunerado; no aparece por ninguna parte el concepto de salario ni en la agricultura ni en los burgos y ciudades. Las primeras ordenanzas laborales se promulgan en el siglo XIV en el Reino Unido y en Francia, aunque su aplicación nunca resulta contundente. Los días de mercado o de feria los vendedores alquilan el lugar para exponer la mercancía propia y la que les proporcionan los regadores que llegan de todas partes. Las ferias se convierten en el gran evento de venta a precios más baratos; arraigan en Francia, Alemania o Flandes en los siglos XII y XIII.
En la cercanía de la algarabía comercial se comienzan a instalar los gremios de comerciantes y artesanos -herreros, carpinteros, cuchilleros, orfebres, canteros, esparteros, alfareros, prestamistas, banqueros y otros oficios-. Se establecen en los locales próximos y en las calles de alrededor abren sus tiendas de manera permanente; se distinguen por el reclamo del escaparate y construyen su vivienda en el piso superior. Los gremios y las corporaciones establecen sus rígidas normas, hasta el punto que agrupan a los propios por barrios o calles y fijan sus enseñas con la marca que los distingue mostrando de esta manera su denominación de origen.
Son agrupaciones económicas endogámicas constituidas por trabajadores o profesionales con el mismo oficio artesanal. En los gremios, sólo el maestro propietario cobra por su trabajo a aquel que le encarga la tarea; en la estructura empresarial del gremio, este se rodea de profesionales y de aprendices y sólo él puede conceder la licencia para abrir taller. El nivel es altamente jerárquico: magistri, famuli y discipuli; los dos últimos se alimentan y viven en la casa del amo como única remuneración. Una vez los discipuli aprenden, tendrán la oportunidad de emular al maestro presentando cuentas a sus clientes. Estas corporaciones altamente masculinizadas -con la única excepción de las tareas de hilado y bordados, en los cuales las mujeres tenían un cierto protagonismo- protegen los intereses comunes frente a la competencia, controlan los contratos y el número de talleres, procuran el acceso igualitario de sus miembros a las materias primas, y además se preocupan por la salud corporal y espiritual de los confrades.
La Liga Hanseática y Marco Polo
Y el tercer fenómeno que cambia definitivamente las relaciones entre los productores y los consumidores consiste en la ampliación de los confines de la tierra. Los aventureros, los conquistadores, los comerciantes y los navegantes alcanzan el mundo medieval conocido acercando materias primas y productos de toda índole, con las únicas limitaciones de las arduas dificultades de las rutas terrestres y de las vicisitudes de las marítimas y fluviales. Se trata de la expansión del mundo, es decir del mercado y del intercambio de los productos. Desde el siglo VII, los vikingos dominan las rutas del norte de Europa. Desde el IX, las ciudades-estado italianas, Venecia, Génova, Milán, Pisa unen sus puertos con el mundo árabe y el norte de África; se trata de la ruta del Mediterráneo que impulsa el comercio de telas, sal, oro, joyas, perfumes, joyas y objetos de lujo. En el mismo siglo, Alfonso II manda construir el sepulcro de Santiago en *Compostela, que se convierte en lugar de peregrinación y da origen a la ruta de Santiago desde la Edad Media hasta nuestros días; esta ciudad, a la vez que Roma y Jerusalén -antes y después de las Cruzadas-, se convierten en lugar de culto y de toda clase de intercambio. Se abren también la ruta del oro entre Europa y África y la del ámbar hacia Oriente.
El tercer fenómeno que cambia definitivamente las relaciones entre los productores y los consumidores consiste en la ampliación de los confines de la tierra
La Ruta del Norte de Europa convierte a Bergen en la puerta de acceso a los fiordos noruegos. Es uno de los puertos más activos de la Liga Hanseática, que une ciudades del Báltico y del Mar del Norte con Alemania, Flandes e Inglaterra. Durante unos meses al año desde el siglo XI mercaderes y comerciantes alemanes gestionan el monopolio de la pesca, de los arenques, del bacalao disecado y salado de media Europa; además, la Liga comerciaba con la sal, el ámbar, las resinas, las maderas, las pieles, el hierro, el cobre, las especias, los paños de Flandes. Entre el siglo XIV y el XVI, la Liga Hanseática llega a conseguir tal poder que bloquea a cualquiera que se interponga en sus intereses y los defiende con una flota naval propia frente a piratas, corsarios y bandidos.
Marco Polo abre para Occidente en el siglo XIII la ruta de la Seda que conecta China con Europa a través del desierto de Gobi. Por estos caminos se comercia seda, porcelana, especias, té, papel, piedras preciosas como la gema y el jade, las pieles y los esclavos tártaros o caucásicos. El viajero y comerciante veneciano describe en sus escritos y fantasías las aventuras a través de esta ruta hasta Armenia, Persia, Afganistán, India, y sobre todo China y Mongolia y facilita que Venecia dominase la ruta durante décadas. Pero lo más importante de los relatos de Polo es la revelación a Occidente de algunas prácticas comerciales de China o de sus métodos artesanales. Aparte los intercambios económicos y culturales entre Europa y Asia, sus viajes aportan dos aspectos fundamentales. El primero, los billetes de papel moneda que ayudan a sustituir a los metales preferentemente oro o plata en las transacciones; eran jiaozi, pagarés o billetes de intercambio avalados por un comerciante reconocido que circulan de mano en mano junto a las compras y ventas. El segundo, el concepto del lujo y refinamiento. Ambos son adoptados rápidamente por Europa.
La ruta de las especias dominada por los comerciantes árabes une el océano Índico y la India con el golfo Pérsico y el Mediterráneo oriental y su riqueza la obtienen del azúcar, el azafrán, la pimienta, el jengibre, el clavo, la canela, la cúrcuma, el comino, las hierbas medicinales, el incienso, la mirra, el bálsamo y el sándalo.
La conquista americana
Estos movimientos allanan los mares se concatenan con las grandes exploraciones y conquistas europeas en América a partir del siglo XV. Inglaterra, Francia, Flandes, Alemania, Portugal y España buscan ampliar rutas comerciales y tierras a través del océano para enriquecimiento propio, engrandecimiento del país con los nuevos súbditos y recursos, al mismo tiempo que para disponer de otros productos preferentemente oro y especias. Entre la caída de Constantinopla en 1453 y la Revolución Francesa en 1789, centenares de expediciones comerciales son financiadas por los reyes, por los prestamistas flamencos o alemanes -los cuales obtienen entre el 50 y el 75% de los beneficios- o por los mismos comerciantes. Enrique el Navegante, Cristóbal Colón, Hernán Cortés, Giovanni de Verrazano, Juan Caboto, J. Sebastián Elcano, Diego de Almagro, Francisco Pizarro, Américo Vespucio, Alvar Núñez Cabeza de Vaca, Fernando Magallanes, Pedro Álvarez Cabral, Vasco da Gama, Bartolomé Díaz, Jacques Cartier realizan las gestas. Entre las aportaciones más destacadas se cuentan los avances en la legislación comercial, la gobernanza de las tierras conquistadas, el uso de la moneda y de los impuestos, el desarrollo de los derechos y cuotas proteccionistas, de las formas de crédito, seguros y letras de cambio, además de un intercambio amplio entre Oriente y Occidente.
Entre la caída de Constantinopla en 1453 y la Revolución Francesa en 1789, centenares de expediciones comerciales son financiadas por los reyes
En América se produce un violento choque de civilizaciones. En realidad, los exploradores europeos pretenden encontrar un paso directo por el Atlántico hacia las Indias Orientales sin tener que negociar las comisiones impuestas por los venecianos y los musulmanes que dominaban las rutas de Asia. Y se encuentran con vastos territorios fácilmente conquistables por estar habitados por grupos de población pequeños y subdesarrollados militarmente. De la exploración y creación de rutas comerciales se pasa rápidamente a la conquista y a la colonización, amén de la evangelización que lo bendice todo. Pólvora, caballos, vehículos de guerra frente a imperios místicos, cacicazgos y tribus que se dedicaban a la caza y a la pesca. El móvil de la conquista, la abundancia de oro y plata. Fruto de la fricción, se incorporan al comercio mundial productos americanos como la patata, el tomate, el maíz, la yuca, el aguacate, la piña, el cacao o el tabaco. A su vez, se introducen en los territorios conquistados multitud de productos agrícolas como el trigo, la cebada, el centeno, la caña de azúcar, el café, la oliva; o animales domésticos como el caballo, el asno, la vaca, la oveja o el buey. Los avances técnicos en agricultura, ganadería o minería facilitan a su vez el desarrollo económico de América a lo largo de la Edad Moderna.
De esta manera, la colonización va más allá de establecer nuevos puertos o intercambio de productos como podría representar, por ejemplo, la expansión fenicia en el Mediterráneo o la ruta de la Seda asiática. Las colonias amplían el mercado mundial bajo el liderazgo de los países colonizadores, mediante normas, prácticas religiosas, que configuran el sistema de dominio, a pesar de algunos encargos que esporádicamente se oponen de alguna manera. Las consecuencias inmediatas de los descubrimientos resultan altamente beneficiosas para los colonizadores. En primer lugar, porque ayudan a conformar los grandes imperios europeos de la Edad Moderna; y en segundo, porque proporcionan un impulso demográfico considerable, el cual coopera muy positivamente al hecho de que las economías europeas asienten las bases del capitalismo que fructificará en un par de siglos con el advenimiento de la revolución industrial.
La circulación del dinero y la necesidad creciente de capitales generan un nuevo negocio, el del mismo capital
Los descubrimientos y la conquista de los nuevos territorios requieren soportes para mantener el comercio transatlántico, para establecer las redes comerciales en los diferentes puertos y para construir los barcos que el negocio requiere. Esta fase precapitalista se dota en el siglo XVII de un músculo financiero nuevo: las sociedades anónimas, que se perfeccionarán en la Revolución Industrial en los siglos XVIII y XIX para construir las fábricas textiles, las grandes infraestructuras -ferrocarril, siderúrgicas-, el sector bancario, las compañías de seguros y reaseguros y la explotación de las minas. La circulación del dinero y la necesidad creciente de capitales generan un nuevo negocio, el del mismo capital.
Para los colonizados americanos, la conquista supuso grandes regresiones en materias como: el sistema organizativo autóctono; las lenguas propias, a medida que se implantaban el castellano, el portugués, el francés o el inglés; el colapso demográfico fruto de las epidemias traídas por los europeos; el sometimiento a los nuevos amos cuando una parte de su población es esclavizada; las religiones, ritos y culturas que declinaron frente a las invasoras.