Con cierta frecuencia vemos cómo los medios de comunicación se hacen eco de algún tipo de estafa que ha permitido a sus urdidores despejar la cartera de inversores incautos. A menudo se piensa que las víctimas -más allá de tener una avaricia fuera de tamaño- son personas poco formadas en el ámbito en el que se ha producido el engaño. Esto puede ser cierto en algunos casos, pero no es una ley de oro, porque de vez en cuando vemos cómo expertos en una determinada materia son embaucados hasta dejarse la camisa en una estafa.
Hace casi cuarenta años, la Navidad de 1983, salió a la luz uno de los fraudes más rocambolescos que se han producido nunca, y que agrupaba a toda una serie de personajes de opereta: un conde belga, un ministro español, el Opus Dei, una asociación anticomunista, un técnico de telefonía con delirios de grandeza, la banca suiza e incluso el presidente de la República Francesa.
La historia comienza a mediados de los setenta, cuando al primer ejecutivo de la petrolera Elf Aquitaine (hoy absorbida por Total Energies), Pierre Guillaumat, se le presentaron un grupo de individuos de reputación impecable a contarle que habían tenido conocimiento de un invento revolucionario. La empresa de hidrocarburos en aquellos momentos era de titularidad pública, con todo lo que esto comportaba en el ámbito de las responsabilidades políticas. Los personajes que hablaron con Guillaumat eran tres: Jean Violet (abogado de grandes operaciones corporativas y miembro de los servicios secretos franceses), Philippe de Weck (presidente de la Unión de Banque Suisse, lo que hoy en día es UBS, y miembro del consejo de administración de Nestlé) y Antoine Pinay (jefe del consejo de ministros francés durante el período 1952-53, un cargo de la Cuarta República francesa equivalente al primer ministro de hoy en día). Quienes se conocían desde tiempo atrás eran Violet y Pinay, que además de ser amigos, eran miembros del Opus Dei y creadores del Círculo Pinay, un think tank dedicado a combatir el comunismo, el socialismo y en la Unión Soviética a partir de campañas difamatorias. Años más tarde, en 1989, de Weck sería nombrado vicepresidente del Instituto para las Obras de Religión (IOR), también conocido como Banco Vaticano.
La combinación de precios del crudo exageradamente altos con la dificultad de obtener suministro colocó a las empresas petroleras en su punto de mira
¿Pero cuál es la propuesta que estos tres hombres hicieron a Guillaumat? Se trataba de adquirir un invento tan revolucionario como secreto para buscar petróleo que habían creado dos individuos singulares, el científico autodidacta Aldo Bonassoli -que trabaja como técnico en una empresa de telefonía- y el conde belga Alain de Villegas de Saint-Pierre- Jette, un gran aficionado al fenómeno ovni y al misterio en general, conocido como "el conde alquimista". Aunque el máximo responsable de Elf Aquitaine no lo sabía, la pareja ya había fracasado en la explotación de unas desaladoras de agua de mar que habían estado probando en el sur de España, y que en absoluto cumplieron con lo que prometían sobre el papel. El invento que querían presentar a Guillaumat había sido tímidamente testeado en España por intercesión del ministro Sánchez Bella, a quien los interesados habían accedido gracias a los contactos en el Opus Dei. Aunque no habían obtenido ningún resultado positivo, el estallido de la crisis de petróleo les abrió un montón de posibilidades: la combinación de precios del crudo exageradamente altos con la dificultad de obtener suministro colocó a las empresas petroleras en su punto de mira.
Al presidente de la compañía pública francesa le explicaron que Bonassoli había creado un artilugio que permitía encontrar depósitos subterráneos de crudo sin hacer ninguna prospección, simplemente a partir de sobrevolar en avión los territorios sospechosos de esconder petróleo. Los aviones olían el petróleo por más profundo que estuviera. La clave era un dispositivo que detectaba el “flujo gravitatorio” del suelo y lo transformaba en ondas electromagnéticas que podían mostrarse a través de un televisor. Sólo en un contexto de desesperación por la falta de petróleo puede entenderse que alguien como Guillaumat accediera a adquirir el invento y, sobre todo, a pagar una fortuna por él. Bien, seguro que también influyó la amenaza de vender el widget a los americanos de Exxon si ellos no les hacían caso. Eso sí, como primer ejecutivo de una compañía estatal, Guillaumat hizo partícipes de su decisión al presidente de la República, Valéry Giscard d'Estaing, y al primer ministro, Raymond Barre, que estuvieron de acuerdo.
Los pagos que Elf Aquitaine llegó a transferir a los promotores del invento ascendieron a más de 200 millones de dólares, que fueron convenientemente ocultados en la cuenta de pérdidas y ganancias de la firma
Las escasas pruebas que se realizaron antes de firmar el contrato se llevaron a cabo bajo un sospechoso secretismo por parte de Bonassoli y de Villegas, que con la excusa de los peligros del espionaje industrial no dejaron que ningún científico examinara su invento. Además, según algunas fuentes, los únicos aciertos se produjeron cuando la máquina generó un mapa de zonas donde perforar que en realidad procedía de los conocimientos previos de la compañía petrolera y no como resultado de la máquina olfativa. Los pagos que Elf Aquitaine llegó a transferir a los promotores del invento ascendieron a más de 200 millones de dólares, que fueron convenientemente ocultados en la cuenta de pérdidas y ganancias de la firma para que nadie llevas afuera tuviera conocimiento del proyecto que tenían entre manos. Para poner las cifras en contexto, cabe decir que la empresa se gastaba anualmente otras diez veces en perforaciones, que el 90% de los golpes resultaban fracasadas.
El primer arrecife vino cuando el conde de Villegas exigió que el pago se hiciera en francos suizos y a una sociedad del país helvético. Hacerle caso suponía infringir la ley, pero consideraron que se trataba de una operación de estado y el gobierno de la República les dio cobertura. Pero por más pruebas que hacían, parecía que la máquina de Bonassoli, una vez cobrado, había perdido el olfato y ya no olía nada. Después de tres años de fracasos, y con un nuevo presidente a cargo de Elf, las cosas empezaron a cambiar. En 1979, Albin Chalandon, que era el nuevo máximo ejecutivo de la petrolera, junto al ministro de Industria, André Giraud, quisieron aclarar si todo aquello no era más que un inmenso fraude. Y lo consiguieron porque gracias al eminente científico Jules Horowitz consiguieron llevar el aparato a un laboratorio donde pararon una trampa en Bonassoli. Allí quedó claro que la misteriosa caja olfativa de petróleo no era más que una fotocopiadora que imprimía los dibujos hechos a mano que su inventor introducía. La compañía francesa pudo recuperar parte del dinero invertido, pero en beneficio de todos se conjuraron para evitar las demandas y que el engaño no saliera a la luz pública. Incluso el Tribunal de Cuentas, encargado de fiscalizar las empresas públicas se apuntó a la causa y su presidente escondió los informes donde aparecía el dinero perdido.
Allí quedó claro que la misteriosa caja "olfativa "de petróleo no era más que una fotocopiadora que imprimía los dibujos hechos a mano que su inventor introducía en ella
Pero en Navidad de 1983, la revista satírica Le Canard Enchaîné reveló el fraude, y en Francia se produjo un verdadero escándalo en medio de las reacciones de incredulidad de la población. Incluso el propio Giscard -que ya había abandonado la presidencia sustituido por Miterrand- tuvo que comparecer en directo en televisión para dar explicaciones del fiasco monumental. El pacto entre los políticos por dejar el tema bajo la alfombra no fue continuado por el siguiente primer ministro, Pierre Mauroy, que exprimió el caso tanto como pudo para intentar acabar con la carrera de Giscard y de Barre. Por cierto, al año siguiente Bonassoli todavía se mostraba públicamente defendiendo la máquina que había creado e incluso tuvo tiempo de asistir como invitado, el 24 de febrero de 1984, a una emisión del programa de TVE La Clave, donde se hablaba de los recursos existentes en el subsuelo del planeta.
El ridículo sin paliativos de una de las grandes multinacionales francesas y, de paso, de su establishment político sirve para recordar que nadie está exento de ser engañado, sobre todo cuando se encuentra en una situación de extrema necesidad.