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Igualdad y equidad ante las oportunidades: dos claves del liderazgo actual

¿Cuáles son los retos que tiene que asumir un gran líder para ser algo más que un buen ejemplo para sus colaboradores?

El liderazgo protagoniza una conversación entre dos compañeros de equipo | iStock
El liderazgo protagoniza una conversación entre dos compañeros de equipo | iStock
profesor colaborador de ESIC Barcelona
Barcelona
24 de Enero de 2022

—¡Eh! Buenos días y, ¡feliz año!

Me topé de frente, al salir del ascensor, con un compañero de mi departamento. Aun habiendo llegado temprano para poder tomarme el café tranquilo sin tener que escuchar la retahíla de buenos deseos que se suelen decir a la vuelta de las fiestas navideñas, no lo había conseguido. Retroceder quedaba feo y renunciar al café no entraba dentro de mis cálculos.

—Buenos días —respondí— ¿Cómo se presenta el 2022?

—A mí me gustaría que el año nuevo nos trajera un jefe nuevo.

Sospeché que al jefe también le hubiera gustado que le trajeran algún empleado diferente.

—¿Qué ves de malo en él?

—No sé. Creo que le falta empatía con nosotros. Un buen líder empatiza con sus colaboradores.

—No te lo discuto... Aunque sí cuestiono que eso sea suficiente para ser un buen líder.

—Y tú, entonces, ¿qué propones?

Me hubiera gustado llevarme el café a mi mesa y dejarle allí plantado, pero no me pareció correcto. Para salir del paso pensé en tirar de los tópicos de moda del “management”, aunque terminé decidiéndome por una versión algo más doméstica.

—A mí me gustaría que nos mantuviera informados de todo lo que nos afecte en nuestro trabajo, por ejemplo. Que no nos tengamos que enterar por terceras personas.

—A mí lo de la información no me importa. Hasta donde sé, sé. Y no se me puede pedir más.

—También es importante que nos ayude –continué-. Que nos proporcione los recursos y el tiempo suficientes para la ejecución de las actividades que nos encarga.

—Mira. Yo, de ocho a tres, y listo. Si no hay tiempo y material es asunto suyo. Para eso es el jefe.

—Ya, pero después te vienen de otros departamentos culpándote de no haber hecho las entregas a tiempo. Y ahí debería defendernos, no lavarse las manos en el asunto, como hace siempre.

—Yo, ante eso, como quien oye llover. No me complico la vida. Además, dudo que todo eso sea suficiente para hacer de este jefe un buen líder.

En eso estaba de acuerdo: solamente eso no lo convertiría en un gran líder; únicamente en un buen referente. A partir de ahí, debería esforzarse en alcanzar ese prestigio que los colaboradores otorgamos a los jefes que actúan con excelencia.

No le veía sentido a continuar la conversación. Estaba ante uno de los pasotas principales de la empresa: nada iba con él. Pero me surgió una duda: ¿su pasotismo era interesado o desinteresado? Para comprobarlo, añadí:

—Lo que para mí es clave en un jefe (si quiere mejorar su liderazgo) es que sea facilitador de las condiciones para que todos tengamos las mismas oportunidades. Sin amiguismos ni malas querencias.

—Eso, eso. Todos igual. 

—Sí, sí. Igual desde el principio, pero algunas oportunidades vienen dadas, mientras que otras hay que crearlas… Ciertamente, las primeras habría que repartirlas con igualdad. Pero las segundas, las que cada empleado sea capaz de crear, ¿las ha de repartir entre todos los demás? ¿Tú qué opinas?

—Ahí creo que habría jaleo, porque si yo generase más oportunidades que otros no me gustaría que se aprovechasen… No sería justo.

Lo que no le gustaría es que se repartiesen las que él generase, supongo. Para mí, este era uno de los retos principales del líder: ¿cómo repartir las oportunidades cuando son de origen heterogéneo? Planteé lo siguiente:

—Partamos del supuesto de que todos tenemos las mismas oportunidades. ¿Tiene importancia lo que después hacemos con ellas?                                                                     

—Sí, ¡y tanto que la tiene!                                                                

—Vale. Ahora valora la hipótesis de que una persona obtiene el máximo rendimiento de sus oportunidades y otra el mínimo. ¿Qué debería hacer el líder en este caso?

—Como en el caso de las oportunidades que vienen dadas desde el principio: Igual para todos.

—Pero…, ¿y si el que obtiene el máximo rendimiento eres tú?

—Bueno, claro… En realidad, creo que lo mejor es que se repartiesen en función de los méritos de cada uno.

Me hubiera gustado seguir con el razonamiento, pero creo que no eran ni el lugar, ni el momento ni la persona con quién hacerlo. Di el último sorbo a mi café, me despedí del colega y me encaminé a mi despacho.

Una vez allí, me vinieron a la mente los cinco focos de un jefe si quiere devenir un buen líder:

  1. Mantener informados a sus colaboradores de todo lo que les afecta. De lo contrario, recurrirán a la fuente originaria de la información y eso minaría su liderazgo.
  2. Ayudar a sus colaboradores proporcionándoles los recursos y el tiempo necesarios para ejecutar los planes de acción.
  3. Defenderlos frente a la intromisión injustificada e inmerecida de terceros.

Estos tres puntos, bien trabajados, creo que le ayudarían a ser el mejor referente para el equipo. No obstante, es en los siguientes donde verdaderamente se juega el tipo:

  1. Dar igualdad de oportunidades a todos los colaboradores, pero también incentivar que ellos mismos las creen.
  2. Ser equitativo en el retorno a cada empleado en función del aprovechamiento de las oportunidades otorgadas o generadas.

Para estos dos últimos focos es conveniente saber que el cerebro realiza automáticamente algunas operaciones básicas:

  • Las personas, para tener conciencia de su individualidad, se comparan con las demás.  De ahí el sentimiento de agravio comparativo que se produce en algunos casos.
  • A un determinado nivel de esfuerzo, se espera recibir su equivalente en resultado (recompensa). En caso de percibir un desequilibrio entre ambos, el cerebro tiende a no hacer, o bien, a la frustración.

Una adecuada gestión de estos focos produciría mayor motivación y creatividad, mientras que una inadecuada llevaría a la indolencia y la frustración. Generar estos valores positivos en los empleados y alejar las malas energías son los verdaderos retos que tiene que asumir un jefe que quiere ser, además, un buen líder.