La industria crowd ha atraído el pasado mes de abril casi 28.000 nuevos inversores a nivel mundial, con un crecimiento de cerca del 5%, según Global New Investors. El volumen gestionado por las plataformas presentes y las nuevas que se incorporan no para de aumentar incluso con la pandemia. Dentro de esta industria, el crowdlending –préstamo de una cantidad determinada con múltiples aportaciones de inversores convenientemente remuneradas- se acerca prácticamente a gestionar la mitad de las inversiones totales del crowd, donde las donaciones y las recompensas representan el 15,4%; el inmobiliario, el 19,8%; y las inversiones, el 23,6%, según publicaba Universo Crowdfunding en 2019. En el Estado Español, se generaliza con un poco de retraso respecto al ritmo adquirido en Estados Unidos, Gran Bretaña, Países Bajos, Francia, Brasil o Alemana.
La diferencia entre las cifras que baraja el sistema financiero tradicional y este instrumento de la nueva economía es todavía abismal. Es un sector pequeño. Operan una treintena de plataformas, de las cuales tres gestionan más del 50% de los fondos que llegan. Pero en menos de un decenio ha pasado de la nada a mover en España unos 200 millones de euros. En poco tiempo, se ha convertido en un fenómeno cotidiano, en una moda. En vez de pedir dinero al banco, se abre una inscripción en una plataforma P2P o P2B. La primera es para préstamos entre dos particulares. En la segunda, el destinatario es una empresa. El mecanismo es sencillo:
a) Un particular o una empresa necesitan una determinada cantidad de dinero.
b) Presentan la propuesta detallada a una plataforma de crowdlending.
c) Los técnicos lo evalúan e indican cuál es el scoring -capacidad del receptor de los fondos de devolver el préstamo- y si el riesgo de la operación es asumible.
d) Si supera estas peritaciones, la petición se expone públicamente en la plataforma a todos aquellos que estén interesados.
e) Los inversores estudian coparticipar con una cantidad determinada hasta completar la suma pedida.
f) A partir de este momento, cada inversor recibirá periódicamente los intereses pactados y la devolución del capital.
La diferencia entre las cifras que baraja el sistema financiero tradicional y este instrumento de la nueva economía es todavía abismal; es un sector pequeño
El tipo de interés -dependiendo del de mercado, de los riesgos de cada proyecto y de la volatilidad-, se sitúa en una media de entre el 6% y el 8%, dentro de un abanico más elástico que va del 4,95% y el 17,13%, según Socilen. La regularización del crowdfunding cerró en 2015 el círculo virtuoso para dar seguridad jurídica a todas las operaciones. Aunque limita las cantidades para invertir en la financiación colectiva, la supervisión de la CNMV sobre todas las operaciones da garantía. Ahora está a la espera de aplicar a partir del 10 de noviembre la regulación europea. Aunque impedirá que las plataformas inviertan en proyectos que gestionan, le facilitará al crowdfunding tomar músculo financiero y acometer la profesionalización definitiva.
Desintermediación y reintermediación
¿Se trata de una fórmula de financiación alternativa o complementaria a la tradicional? Hay una serie de aspectos coyunturales que hacen pensar que se trata de algo complementario: ofrece mayor rentabilidad, sobre todo en estos momentos; la tramitación es más ágil, los costes de transacción se presentan más asequibles y la forma de gestionar el proyecto y su envergadura permiten afinar mucho más sobre la personalidad y la capacidad del inversor. Estos elementos pueden ser replicados fácilmente por el sistema financiero tradicional. De hecho, la banca online, la móvil y los esfuerzos de las entidades financieras para ampliar la relación virtual con sus clientes van por este camino.
El 'crowdfunding', en fin, es hijo de los tiempos y encaja perfectamente con la innovación disruptiva y con el espíritu empresarial en la era de la digitalización
Pero estos factores no son ni de lejos los determinantes del éxito de esta fórmula internáutica de financiación, si no fuera porque hay otras muchas que ligamos con la nueva economía. Por ejemplo, los tipos de propuestas que llegan a las plataformas son de cantidades modestas que encajan perfectamente con las pymes y también con las startups -antes, enmedio o después de las rondas de inversión-; esta microfinanciación es adecuada porque el dinero fluye más bastamente en estos dos actores básicos de la economía y el crowdlending se dirige especialmente a ellos. El cliente de la plataforma es el inversor, por lo que sus responsables tienen que seleccionar proyectos de alto valor añadido, y no al revés, donde todo el poder se acomoda del lado del prestamista. El hecho de que sean numerosos los inversores que participan en la financiación de un único proyecto diversifica el riesgo y evita la dependencia de un único y omnipotente prestamista. El crowdfunding, en fin, es hijo de los tiempos y encaja perfectamente con la innovación disruptiva y con el espíritu empresarial en la era de la digitalización. En esto rae su fuerza.
A la intermediación del dinero le está pasando lo mismo que al resto de los productos y servicios. Primero, se abre la economía colaborativa, espoleada por los valores sociales. Los consumidores quieren participar e intervenir cada vez más activamente en la gestión de los procesos del servicio. Más todavía en el sector financiero que se ha mostrado opaco, lejano, rodeado de misterio y con el efecto halo de estar por encima del bien y del mal. En este sentido, los ahorros particulares o de las empresas se dirigen directamente, sin intermediarios que penalicen o estrictos códigos ajenos, allá donde hay una oportunidad de inversión. Y segundo, los nuevos enseres digitales facilitan la dilución de las figuras de la intermediación, conduciendo hacia una nueva desintermediación o reintermediación. La banca trabaja en esta línea mientras busca satelizar las plataformas, suplantarlas, sustituirlas, absorberlas, creando herramientas parecidas que cumplen las mismas funciones, intentando sintonizar con el espíritu de los actores de la nueva economía.
La pregunta del millón es qué pasa si un proyecto quiebra. La respuesta es bien fácil. Como en cualquier situación parecida en la vida o en la financiación tradicional, fracasa el receptor al no sacar adelante la operación, se volatilizan los recursos invertidos y cada uno de los inversores pierde el dinero que ha metido; por no ser mal de muchos, consuelo de tontos, no es menos amargo también en este caso.