El acuerdo para que el gobierno español traspase a Catalunya las competencias sobre inmigración ha tenido la virtud de poner sobre la mesa un tema por el cual hace demasiado tiempo que pasamos de puntillas. No solo en Catalunya, sino en toda Europa, España incluida. El debate subyacente que ha habido hasta ahora entre partidarios y detractores de la inmigración está lleno de mitos, falsedades y medias verdades. Sin ánimo de ser exhaustivos y con la voluntad de contribuir a esclarecer al máximo los términos de la discusión, a continuación nos referimos a algunas de estas argumentaciones, sobre todo, aunque no exclusivamente, desde el punto de vista económico.
1. Los inmigrantes ocupan los puestos de trabajo de los autóctonos. Falsedad
Este es uno de los argumentos clásicos que pretenden justificar posiciones xenófobas. Es cierto que hace pocos meses nos explicaban que uno de cada tres nuevos puestos de trabajo los han ocupado inmigrantes. Mientras tanto, tenemos aún una tasa de desempleo superior al 9%. Lo que pasa es que la gran mayoría de estos nuevos puestos de trabajo se crean en la limpieza y el mantenimiento, la hostelería, el comercio y la distribución de mercancías; en los cuidados y otros servicios personales. Son puestos de trabajo mal pagados, que requieren un elevado esfuerzo físico y con horarios que no facilitan la conciliación ni la vida personal. Así que, en la mayoría de los casos, solo los inmigrantes, sobre todo los más recientes, están dispuestos a aceptarlos.
Entre nuestros parados hay mucha gente mayor y bastantes jóvenes que no quieren o que no necesitan trabajar en estas condiciones. En todo caso, la reflexión que tenemos que hacernos es por qué estos sectores no son capaces de ofrecer unas condiciones suficientes atractivas para los autóctonos y si no podemos generar más puestos de trabajo en actividades de más valor añadido y más bien retribuidas. Con el actual modelo de crecimiento, no nos tiene que extrañar que, como se anunciaba hace pocos días, la productividad en España se mantenga alrededor del 75% de la europea.
2. Necesitamos a los inmigrantes para garantizar las pensiones del futuro. Mito
Entre el buenismo xenófilo también abundan argumentos inexactos. Uno de ellos es la necesidad de garantizar la inmigración para sostener el futuro sistema de pensiones. Es un argumento incluso implícito en las políticas oficiales europeas. Primero, no es imprescindible que la población aumente de forma indefinida, ya sea por natalidad o por inmigración, para hacer sostenible el sistema público de pensiones. Si los nuevos puestos de trabajo son más cualificados y mejor remunerados, las aportaciones de empresas y trabajadores a la seguridad social también serán más elevadas. Y, además, no está predeterminado que las pensiones tengan que financiarse exclusivamente con las cotizaciones sociales. Durante los años expansivos, la Seguridad Social española financiaba prestaciones no contributivas y reducciones fiscales al trabajo que poco a poco han pasado a financiarse por la fiscalidad general. Si es el caso, también pueden financiarse de esta forma parte del resto de las pensiones. Es solo una decisión política y social que requiere, por supuesto, una sociedad lo suficientemente productiva para que de una manera u otra se puedan pagar las pensiones futuras.
3. Los inmigrantes acaparan las ayudas sociales. Falsedad
Las ayudas específicas para inmigrantes son muy limitadas. El grueso de las políticas sociales van dirigidas a las familias más pobres. Lo que pasa es que muchos de los inmigrantes, sobre todo si han llegado en situación irregular, pasan a formar parte automáticamente de las capas más pobres de la población. Esta competencia por las ayudas sociales entre inmigrantes recién llegados y el resto de la población más pobre, mucha de la cual proviene de inmigraciones anteriores, es una de las razones que explica el auge de las posiciones xenófobas entre buena parte de las clases más desfavorecidas en toda Europa.
Las ayudas específicas para inmigrantes son muy limitadas
El problema de fondo es que la inmigración va a menudo asociada a un aumento de las diferencias sociales y a las dificultades de salir de la pobreza en general cuando el ascensor social no funciona hacia arriba. Aumentar proporcionalmente las ayudas sociales puede ser un parche momentáneo e inevitable, pero los riesgos de mantener a una población permanentemente subsidiada solo se pueden evitar huyendo del paternalismo y el clientelismo de muchas de estas políticas y garantizando una efectiva igualdad de oportunidades para salir de la pobreza.
4. La inmigración hace peligrar el estado los servicios públicos y el estado del bienestar. Media verdad
Si antes hablábamos de los servicios y las prestaciones sociales, podemos hacer una reflexión similar respecto al resto de servicios universales, educación y salud. En Catalunya hemos pasado de seis a ocho millones de habitantes en poco más de veinte años. La crisis del 2008-2010 provocó un recorte en los presupuestos públicos que apenas hemos recuperado. Y mientras tanto, la población ha crecido en más de un 30%.
Por lo tanto, las costuras del estado del bienestar están a punto de estallar y no nos deben extrañar los malos resultados escolares o el colapso de la atención primaria ante cada virus que llega. El problema de fondo es que si la mayoría de inmigrantes ocupan puestos de trabajo poco cualificados y mal remunerados, sus aportaciones fiscales son muy bajas en términos de renta. Si, además, envían parte de sus recursos a familiares fuera, aún les queda menos para consumir y para generar IVA, el otro gran impuesto de nuestro sistema fiscal. Contado y debatido, las aportaciones fiscales de los más inmigrantes no compensan el gasto público que generan. Pero no porque sean inmigrantes, sino porque son pobres.
5. La caída del nivel de los alumnos en la escuela deriva de la inmigración. Media verdad
Lo hablábamos no hace mucho en estas mismas páginas y, parcialmente, tiene que ver con lo que comentábamos acerca de los servicios públicos. La escuela tiene toda una serie de carencias e indefiniciones que hay que resolver en cualquier caso. Hay algunas opciones recientes, como la autonomía de los centros, que algunos ponen en duda. La incorporación masiva de alumnos inmigrantes aún le añade un plus de complejidad, tanto por razones lingüísticas, como de nivel previo de conocimientos, como culturales y de valores familiares. Las aulas de acogida que funcionaron razonablemente a principios de los años 2000, quedaron arrasadas por los recortes y solo se han recuperado parcialmente. La escuela pública se enfoca principalmente a no dejar a nadie atrás y eso va en detrimento de los resultados medios. Y se establecen dinámicas divergentes entre públicas y privadas y entre las públicas mismas en función del barrio donde se ubiquen y de la fama que tengan, buena o mala.
6. Todos los inmigrantes son poco calificados. Media verdad
No todos los inmigrantes son poco cualificados, aunque la mayoría lo sea. Por un lado, hay quienes llegan con estudios y conocimientos medios o superiores, pero a menudo hay problemas de convalidación de las titulaciones, en parte por términos burocráticos y en parte porque, sobre todo en los títulos universitarios, a menudo se considera que no tienen el mismo valor que los europeos. Gran parte de la inmigración sudamericana y de Europa del Este proviene de clases medias empobrecidas por la situación de sus países. Pero además, ahora tenemos otro fenómeno relevante, el de la inmigración de alto poder adquisitivo o alta cualificación. En España todavía está vigente, Portugal ya lo ha eliminado, la oferta de otorgar la nacionalidad a aquel extranjero que haga una inversión inmobiliaria de al menos medio millón de euros. Un negocio para determinadas zonas turísticas y una forma de mantener o aumentar los precios inmobiliarios.
Ahora tenemos otro fenómeno relevante, el de la inmigración de elevado poder adquisitivo o de alta calificación
Y ahora tenemos el fenómeno de los expatriados y los nómadas digitales. Aquellos que hacen teletrabajo y que buscan lugares con calidad de vida y costos asequibles para instalarse por períodos más o menos largos. Por lo general, cuentan con ingresos más altos que la población autóctona y, además, el gobierno español les facilita un trato fiscal muy favorable en términos de IRPF. La combinación perfecta para encarecer los precios de los alquileres y expulsar a los jóvenes de ciudades como Barcelona. A pesar de los efectos perversos que generan este tipo de inmigrantes, no tienen la mala reputación que el resto. Y es que no son pobres.
7. Ordenar la inmigración e invertir en los países de origen. Mito
Es obvio que aquí no cabe todo el mundo, como decían los lemas de ciertos movimientos proinmigración de no hace mucho tiempo, pero también es cierto que la mayoría de la población está dispuesta a ser solidaria. Al menos, hasta cierto grado. Existe el mito de organizar la inmigración y acoger la que sea necesaria. El modelo de referencia es el alemán y las facilidades concedidas, principalmente a inmigrantes procedentes de Turquía, para que pudieran instalarse a trabajar en la industria y los servicios germanos. Pero no todo son flores y violetas y la concentración de inmigración que proviene de un mismo país o área cultural genera riesgos notables. Y si no, que le pregunten a Francia. La presión migratoria no sabe mucho de conveniencias y responde sobre todo a situaciones locales de crisis, política, alimentaria, y a las expectativas de bienestar y progreso económico que ofrece Europa, edulcoradas primero por el audiovisual y ahora por las redes.
La misma canciller alemana, Merkel, abrió las puertas a los refugiados sirios en un gesto inédito en Europa y sin mucho consenso en el propio país. Otro mito es el de las inversiones occidentales en los países más rezagados. Es cierto que estas inversiones han contribuido a incorporar a un cierto nivel de bienestar a grandes masas de población asiática. Pero siguen viniendo chinos de ciertas regiones menos favorecidas. Otros asiáticos llegan de zonas con estados en quiebra, como Siria o Pakistán. Por no hablar de las crisis cíclicas en Sudamérica, lo veremos ahora si Milei continúa mucho tiempo en el poder en Argentina, y la bomba demográfica de la África subsahariana.
8. Sin inmigrantes, solo seríamos dos millones y medio. Mito
Esta es la última ocurrencia del buenismo. Sin la oleada migratoria de los últimos veinte años, en Catalunya probablemente estaríamos estancados en los famosos seis millones. Yendo más atrás, es muy aventurado decir qué habría pasado. En el País Vasco apenas han aumentado la población en cien mil personas en más de treinta años y ahora son 2,2 millones. Y no parece que eso sea un obstáculo para que las cosas les vayan razonablemente bien. Incluso pueden permitirse el concierto económico porque, entre otras cosas, son muy pocos y no alteran mucho las cuentas del Estado. A diferencia de nosotros, claro está. El País Vasco es un buen ejemplo de cómo, con un marco normativo muy similar al nuestro, han escapado de las últimas olas migratorias. Obviamente, si pasamos de seis a ocho millones en treinta años, hay que dar vivienda y servicios a toda esta nueva gente, y quienes se encargan desde el sector privado tienen unas oportunidades de negocio que no tendrían de otra manera. Lo hemos calificado de mito, pero en realidad eso de los ocho millones gracias a la inmigración tiene más de trampa que de otra cosa.
Sin la oleada inmigratoria de los últimos veinte años, en Catalunya probablemente estaríamos estancados en los famosos seis millones
Para acabar, brevemente dos cuestiones menos directamente relacionadas con la economía:
9. La inmigración aumenta la inseguridad. Falsedad
Aquí volvemos a topar con la ecuación inmigración igual a pobreza, que ya hemos visto que no es completamente cierta, pero sí parcialmente. Por un lado, el área de Barcelona, como todas las grandes ciudades, atrae de todo: turistas, inversores, expatriados, inmigrantes pobres, vagabundos... y delincuentes, claro está. Y lo que es más grave, delincuencia organizada, como han ido advirtiendo los Mossos en los últimos años. En cuanto a los hurtos y los reincidentes, es evidente que tenemos un problema, pero no de inmigrantes sino policial y jurídico, de ese último servicio que funciona tan bien en nuestro país. Y si en las cárceles hay una proporción de inmigrantes superior a la que correspondería, dicen los abogados que es porque la falta de red social y familiar dificulta mucho más que los inmigrantes que han delinquido puedan salir en libertad provisional y aprovecharse de las ventajas jurídicas que comporta el arraigo.
10. El uso social del catalán retrocede debido a la inmigración. Media verdad
Este es un problema que casi solo pasa en nuestra casa. Ni en Alemania, ni en Francia o Inglaterra, ni en España se preocupan mucho por el uso de la lengua respectiva debido a la inmigración. Más bien es cuestión de titular que en Londres haya algún inmigrante que no hable inglés. Aquí, claro está, todos acaban hablando el castellano, pero no el catalán. La explicación es muy sencilla: el catalán es una lengua minorizada y a estas alturas no tiene atributos suficientes para integrar lingüísticamente a los recién llegados. Las lenguas minorizadas, entre otras cosas, solo se emplean con la gente que se conoce; en los casos extremos, con la misma familia y listo, como ya sabemos que pasa en la Catalunya Norte.
Debajo de la línea pasamos del mito de que todos sabían catalán -o lo entendían- gracias a TV3 y a la inmersión lingüística a encontrarnos con una avalancha de personas, la mayoría con rasgos raciales específicos, que no te entendían si les hablabas en catalán. Por lo tanto, los catalanoparlantes en estos veinte años largos hemos ido restringiendo el uso público de la lengua entre desconocidos, sobre todo cuando intuíamos que venían de fuera. No hace falta decir que en este retroceso del uso de la lengua han influido otras campañas y determinadas actitudes de rechazo, pero los resultados son evidentes. Otra vez, el problema de fondo no es la inmigración, sino la situación legal y social de la lengua.