No ha sido un año fácil para el presidente de Estados Unidos, Joe Biden. El pasado jueves 20 de enero cumplió un año de mandato frente al país norteamericano y la gran mayoría de los objetivos que planteó el 20 de enero de hace un año siguen en el punto de mira. En su discurso de inauguración, Biden declaró la guerra a dos enfermedades asediando al país. La primera era la espiritual, la lucha por el corazón de Estados Unidos y en contra de las divisiones; la segunda, la lucha contra el COVID. Ninguna de estas dos enfermedades ha cedido.
Después de un año de campaña por parte de un delirante Partido Republicano y medios televisivos afines, más de un tercio de la población americana sigue pensando que Trump fue el verdadero ganador de las elecciones y que éstas le fueron robadas injustamente. Por otro lado, las muertes por coronavirus vuelven a estar al alza, los casos se han disparado con más de 700.000 positivos a diario, y la tasa de vacunación se ha estancado en un 63% de la población. Entre todo esto, Biden nunca había sido tan poco popular en el país desde que empezó su mandato, con solo un 42% de la población americana aprobando su trabajo a día de hoy.
Biden nunca había sido tan poco popular en el país desde que empezó su mandato, con solo un 42% de la población americana aprobando su trabajo a día de hoy
Dicho esto, no se le puede criticar al presidente la falta de ambición. Ha sido un año de grandes retos para Biden. Antes de llegar a la Casa Blanca, muchos esperaban, incluso deseaban, a un presidente aburrido después de cuatro años tumultuosos con Donald Trump. Otros pedían un líder energético con un proyecto ambicioso para superar las múltiples crisis asediando al país. Joe Biden, por su parte, se postulaba como alguien pragmático, con conocimiento del senado y capaz de cerrar acuerdos de manera bipartidista. Al final, Biden ha acabado siendo alguien que ha apostado fuerte y generado controversia. Los riesgos que ha tomado le han llevado tanto a alcanzar objetivos históricos como a sufrir importantes derrotas.
Después de 20 años de guerra en Afganistán y varios presidentes prometiendo que la acabarían, Biden cumplió lo dicho. El 30 de agosto a las 23:59 salía el último avión militar estadounidense de Kabul y se ponía punto y final a la guerra más larga de Estados Unidos
El fin de la guerra de Afganistán encarna estas dos facetas. Después de 20 años de guerra en Afganistán y varios presidentes prometiendo que la acabarían, Biden cumplió lo dicho. El 30 de agosto a las 23:59 salía el último avión militar estadounidense de Kabul y se ponía punto y final a la guerra más larga de Estados Unidos. Un gran logro que, sin embargo, falló en la ejecución. Sacó las tropas americanas del país sin acabar de consultar bien a aliados y a la desesperada tras el avance imparable y vuelta al poder de los Talibanes. Estados Unidos tuvo que abandonar a miles de personas que habían cooperado con las fuerzas americanas en el país, creando así algunas de las imágenes más duras que le acompañarán durante el resto de su mandato. La imagen de Biden como líder competente sufrió un duro golpe.
En el ámbito doméstico, Biden ha sido aún más ambicioso. Y es que Biden considera que la renovación doméstica es la clave para poder también proyectar fuerza exterior. En sus 100 primeros días se centró en dos prioridades: incrementar la tasa de vacunación e impulsar la economía. En marzo de 2021 se aprobó el Plan de Rescate Americano, un plan de estímulo económico de 1,9 billones de dólares que incluyó, entre otras medidas, pagos directos de 1.400 dólares a aquellos ciudadanos con ingresos inferiores a los 75.000 dólares anuales, asistencia al desempleo y a la reapertura de escuelas, y fondos para un programa vacunación masiva. Por si este plan no fuera suficiente, más tarde consiguió pasar por las dos cámaras del congreso otro descomunal paquete de gastos, esta vez de un billón de dólares y enfocado a la renovación de la infraestructura estadounidense.
A pesar de la magnitud de estos planes, a Biden no se le está juzgando tanto por los planes en los que ha habido consenso bipartidista, sino por aquellos metas progresistas que se marcó en las que encontrar consenso es más difícil. Entre ellas se encuentra su plan estrella, Build Back Better. Si éste fuera aprobado, sería el paquete de inversiones más grande de la historia de Estados Unidos destinado a política social y medio ambiente, incluyendo 555 mil millones de dólares en energías renovables y 400 mil millones de dólares en educación y cuidado infantil. Algunos lo están llamando el Green New Deal, en referencia a la política intervencionista del New Deal liderada por el presidente Roosevelt después del Crac del 29 y la Gran Depresión de los años treinta.
Pero es aquí donde han empezado los problemas para Joe Biden. Está luchando por contentar tanto al ala moderada del partido Demócrata, como a la más progresista, sin olvidar nunca la permanente oposición del partido Republicano, la cual ve el plan como una lista de deseos navideña de la izquierda.
Sin margen de error
Ante un senado empatado 50-50 entre demócratas y republicanos, no hay margen de error. Ni el voto de desempate de Kamala Harris como vicepresidenta ha sido suficiente para aprobar el plan. Biden ha visto como el histórico programa de 2.2 billones de dólares era bloqueado por Joe Manchin. El senador demócrata de West Virginia, miembro del ala moderada del partido y gran defensor de las empresas del sector del carbón, ha sido la peor pesadilla de Biden estos últimos meses. De momento, Manchin ha bloqueado tanto su plan estrella, Build Back Better, como el cambio en la regla del filibusterismo del senado que ayudaría a Biden a pasar la legislación Voting Rights, la cual pretende facilitar el derecho a votar de los sectores más desfavorecidos de la población.
Por lo tanto, mientras que el año empezó bien para Biden, los últimos meses se están convirtiendo en un mar de obstáculos y desafíos. Mientras que la legislación en materia social, medio ambiente y derecho al voto es bloqueada, el gobierno se enfrenta a la peor inflación en cuarenta años, el número de casos de COVID vuelve a alcanzar máximos y el tribunal supremo ha tumbado la orden ejecutiva que habría obligado a las grandes empresas a vacunar a sus empleados. No olvidemos tampoco las tensiones entre Estados Unidos y Rusia por una potencial invasión de Ucrania y la crisis de inmigración que sufre Estados Unidos en su frontera sur.
Nadie se esperaba un año fácil, y menos Joe Biden, pero las expectativas de cambio también eran altas. A principios del año pasado, una buena parte de la población estadounidense pensaba que el fin de la pandemia estaba muy cerca y que Biden pondría la casa en orden. El presidente ha tenido ciertas victorias, pero un año después su capacidad de cerrar acuerdos está en duda. El gobierno ha parecido más reactivo que proactivo, apagando fuegos tarde, cambiando las directrices en cuanto a confinamientos y mascarillas, y siempre un paso por detrás del virus. Biden no da la sensación de control y liderazgo que se esperaba. La Casa Blanca admite que parte del problema ha sido una mala comunicación con el electorado con respecto al trabajo bien hecho. En todo caso, ahora mismo el Partido Demócrata se encamina hacia una derrota en las próximas elecciones de otoño, cuando los americanos elijan a sus senadores y representantes del congreso.
Biden esperaba que el Green New Deal fuera su gran momento rooseveltiano, una inversión histórica en contra del cambio climático y a favor de los segmentos más desfavorecidos de la población
Biden esperaba que el Green New Deal fuera su gran momento rooseveltiano, una inversión histórica en contra del cambio climático y a favor de los segmentos más desfavorecidos de la población. La legislación de derecho a voto, por su parte, tenía que emular las políticas del presidente Lyndon B. Johnson, quien pasó la ley de derechos civiles de 1964 bajo el liderazgo social de Martin Luther King. Tras un año, Biden sigue a la espera de hacer historia.
“Espero que lo podamos conseguir” decía en voz baja hace poco a un grupo de periodistas, pero "no estoy seguro.” De momento, el presidente Biden no ha podido generar el consenso que se esperaba de él para aprobar leyes y programas, pero no se da por vencido. “No he prometido demasiado” defendía el miércoles pasado, “el trabajo no está acabado.”