José María Lassalle: "En la revolución digital, la felicidad es una realidad muy marginal"

¿Una vida vivida a través de una pantalla es menos vida? ¿Quién es el ciberleviatán que nos gobierna?

José María Lassalle en su encuentro organizado por Cornellà Creació | Cedida José María Lassalle en su encuentro organizado por Cornellà Creació | Cedida

José María Lassalle es un reconocido político y escritor español, doctor en Derecho y profesor de Filosofía en la Universidad Pontificia de Comilla, y autor de numerosos ensayos, publicaciones académicas y libros sobre pensamiento político y filosofía. Estuvo casi una década en primera línea de las decisiones políticas del Estado, como secretario de Estado de la Sociedad de la Información y Agenda Digital (2016-2018) y como secretario de Estado de Cultura de España (2011-2016). Ahora dirige el Fòrum d’Humanisme Tecnològic d'Esade, mientras colabora asiduamente en medios de comunicación y radios nacionales. Nos recibe a pocos minutos de entrar en un cara a cara organizado por Cornellà Creació con Joan Guàrdia, rector de la Universitat de Barcelona, para hablar justamente sobre este triángulo: tecnología, política y formación, conocimiento. 

¿Por qué hacen falta filósofos al frente de proyectos tecnológicos?

La filosofía es un pensamiento que trata de interpretar y analizar la realidad, y la tecnología es un pensamiento práctico, un producto de la ciencia que trata de intervenir en la realidad, de actuar sobre ella. Hay una conexión entre ambas realidades. Ya Platón distinguía entre la episteme y la techné cuando reflexionaba sobre el pensamiento y la técnica, y cómo debían actuar, o relacionarse. Y uno de los problemas que tiene hoy en día la tecnología es que ha considerado que es autónoma del pensamiento. Con la inteligencia artificial, por ejemplo, estamos generando una herramienta extraordinariamente poderosa de transformación del mundo, de nuestra sociedad e incluso del ser humano y, sin embargo, no hemos anticipado los escenarios que traten de identificar para qué queremos hacer eso.

La máquina de vapor revolucionó y cambió por completo la sociedad. Pero se necesitaron 100 años para que las sociedades democráticas europeas consiguieran establecer una equidad alrededor de lo que provocaba el desenlace de su aparición.

Para asentar esta cuarta revolución industrial que estamos viviendo, ¿también necesitaremos 100 años?

Puede que no tengamos tiempo. Por primera vez en la historia del tiempo, la clave cronológica se ha roto para vivir un tiempo real, un tiempo que se agota en un presente permanente, absoluto. El margen de maniobra para poder intervenir en el futuro es muy limitado. La tecnología ha roto la secuencia cronológica.

Hace posible que nos comuniquemos en tiempo real y ha ido acostumbrando a nuestra mente y a las acciones humanas a la inmediatez. Con lo cual, la capacidad para diseñar, prever, y proyectar, se complica enormemente.

La tecnología nos conduce al presente absoluto pero también a una realidad paralela, digital. ¿Estamos migrando a un mundo paralelo? Asusta un poco.

No sólo estamos migrando hacia este mundo paralelo, a través del ordenador que tenemos introducido en nuestro bolsillo o de la realidad inmersiva, sino que estamos experimentando el deseo de ir migrando cada vez más tiempo a ese mundo.  

¿Pero una vida vivida a través de una pantalla, no es menos vida?

Relativamente. Si conseguimos no vivir frente a una pantalla, sino trascender la pantalla y entrar al otro lado, y por lo tanto sumergirnos en una realidad en la que nuestra identidad puede ser reseteada y transformada de acuerdo con nuestros deseos, supone una atracción extraordinaria para la humanidad, especialmente si conseguimos lograr una semejanza de experiencias que repliquen toda la tridimensionalidad corpórea de lo sensible.

Que el ser humano resetee los déficits corpóreos que cada uno de nosotros tenemos y los sustituya por una idealización que se materializa, entre comillas, en una realidad inmersiva es el sueño utópico materializado a través del otro lado de la pantalla.

Este sueño busca satisfacer unas necesidades en cuanto a tener más capacidades, ¿pero eso quiere decir ser más feliz? ¿Esta migración tecnológica nos está aportando más felicidad?

Ese es el gran debate. En el planteamiento del desarrollo de la revolución digital, la felicidad como concepto filosófico es una realidad muy marginal. Está subordinada a la utilidad práctica de las consecuencias que a nivel físico e intelectual puede obtener alguien que se aproxima al uso de una tecnología de alta definición muy desarrollada. Y en este contexto, existe una gran amenaza, un riesgo utópico: buscar una experiencia digital que nos haga olvidar lo que somos para ser lo que deseamos. La experiencia digital nos puede llevar a confundir el deseo con la felicidad.

"Existe una gran amenaza: buscar una experiencia digital que nos haga olvidar lo que somos para ser lo que deseamos y confundir el deseo con la felicidad."

El tiempo que dedicamos los seres humanos a la tecnología escala de una manera abrasiva. Las personas adultas no nativas digitales están dedicando de cinco a siete horas diarias a la tecnología, pero los jóvenes, la generación Z le dedica 8 o 9 horas. Y esto no deja de crecer.

¿La tecnología nos hace más capaces para ejercer una democracia de mayor calidad o, como bien dice Josep M. Ganyet, la democracia está muriendo en la nube?

En gran medida, el colapso de la democracia liberal tiene fundamentalmente una raíz digital. Por un lado, la irrupción de las redes sociales y la transformación del conocimiento político en un conocimiento algorítmico (que busca únicamente generar narrativas políticas que se desarrollan a través de pantallas) está condicionando la manera en que la gente se aproxima a la experiencia democrática.  Pero además, la inteligencia artificial está destruyendo la hegemonía que la clase media ha tenido sobre el desarrollo de las profesiones liberales. La inteligencia artificial está sustituyendo al trabajo intelectual de arquitectos, de ingenieros, de abogados, de periodistas, de profesores…

"El colapso de la democracia liberal tiene fundamentalmente una raíz digital"

Y en esta paulatina sustitución, las clases medias están viendo cómo el valor de su trabajo vale cada vez menos, hecho que provoca un deterioro de su capacidad de renta, de su vivencia, de estatus… Y eso hace que se enfaden con la política. No porque sean los responsables, sino por, de alguna manera, no resolver el problema que están viviendo. La clase media está desalineándose de la complicidad que mantenía con la democracia desde la Revolución Francesa.

Este es un segmento social que, en estos momentos, se está mostrando especialmente hostil a la democracia, pero hay otro también preocupante: los jóvenes, la Generación Z. Los jóvenes sienten que el futuro está cancelado. 

¿Quién es el ciberleviatán?

El ciberleviatán es precisamente ese poder inmenso que ha liberado la revolución digital y que ha expulsado a los actores políticos: al Estado tradicional y al marco de seguridad jurídica que hacía posible que la democracia funcionara. Nos encontramos en un territorio colonizado, privatizado y en manos de las grandes corporaciones tecnológicas. Ya no nos gobiernan políticos, sino actores económicos y corporativos, pero no es un solo ente, es un ecosistema. El ciberleviatán es ese poder que no tiene nombre, no tiene forma, no tiene una manifestación institucional concreta. 

En este ecosistema que nos gobierna, ¿quién tiene más poder? ¿El que tiene los datos, el algoritmo, el software, los minerales…?

El poder está en el diseño del algoritmo, porque es lo que hace posible que la información, los datos, se transformen en conocimiento.

"El poder está en el diseño del algoritmo"

En su encuentro con Joan Guàrdia, rector de la Universidad de Barcelona, tendrà un cara a cara con el mundo académico, que ha sido tremendamente sacudido y cuestionado por la tecnología. 

Así es. El futuro del ser humano estará en encontrar el modelo educativo que le permita a la humanidad aportar un valor añadido a lo que nos dé la inteligencia artificial. Es absurdo renunciar a ella porque evidentemente está garantizando la prosperidad y, en gran medida, la gestión correcta de la complejidad de nuestras sociedades, pero debemos encontrar cómo aportarle a esa inteligencia artificial una capa de valor superior que esté en manos de los seres humanos.

No creo que tengan que ser las mimas máquinas las que nos tengan que enseñar cómo gobernarlas. Y para encontrar la forma, y relacionarnos con la inteligencia artificial desde una superioridad cognitiva, debemos reeducarnos.

¿Reeducarnos? 

Recuperar otra experiencia de conocimiento. Más bien dirigirnos hacia la sabiduría, y no el conocimiento. Volver al cuerpo, que soporta nuestra mente, al mundo que conecta con el mamífero, con la sensibilidad, con los cuidados. Debemos ser capaces de indagar en nuestros principios humanísticos, sensibles y críticos, para aprender a gobernar, desde una edad muy temprana, a esta criatura. Y es en esta relación en la que debemos centrarnos. Porque en el cuerpo están los límites, y la inteligencia artificial necesita límites.

"En el cuerpo están los límites, y la inteligencia artificial necesita límites"

Pantallas en las aulas, ¿sí o no?

No. La pantalla debe ser un complemento; no puede ser el soporte. Es el complemento a una actividad que tiene que estar asentada sin el contacto con ellas. Básicamente porque el diseño de la pantalla está concebido para succionar la atención. Y lo que el ser humano necesita, también desde una edad muy temprana, es empoderarse sobre la atención. Estamos perdiendo nuestra capacidad de atender. 

¿Qué piensa de los bots que ayudan a alumnos a estudiar, hacer clases de repaso o resumir apuntes?

Si acabamos integrando estos modelos en nuestra sociedad, estaremos reconociendo el fracaso del ser humano para educar a sus propios congéneres y, por lo tanto, estaremos renunciando a lo que es nuestra civilización.

Nuestra civilización ha nacido de la conversación, del diálogo entre seres humanos. Sólo hace falta regresar a los orígenes de nuestra filosofía en Grecia para comprender que en los diálogos platónicos se nos está explicando cómo podemos aprender unos de otros.

A través del pensamiento crítico, a través de las preguntas, a través de, sobre todo, el diálogo empático, sobre lo que representa aspiracionalmente, por ejemplo, en un niño, ser feliz, sentir angustia, buscar el amor, sentir la fatalidad. Necesitamos capacidad para liberar una atención no en la pantalla, sino en la mirada del otro. Incorporar una pantalla o cualquier tipo de robot que altere esa conectividad humana nacida de la semejanza sentimental implicara que nos habremos cargado, lo digo así abiertamente, nuestra civilización.

Ante este panorama digital, hemos visto a una generación Z que cree que el futuro está cancelado, a la clase media que ha perdido la complicidad que tenía con la democracia, hemos visto cómo nuestro poder individual y como sociedad ha ido menguando: no controlamos la tecnología que nosotros mismos hemos creado... ¿Cómo empoderarnos?

Lo primero es concienciándonos críticamente del poder que hemos liberado. La capacidad crítica es el elemento fundamental. La articulación de debates sociales y la incorporación de estos debates sociales a la agenda política de las sociedades democráticas, ha de ser una prioridad. No podremos entender cómo gestionar esos problemas que cada día van desbordándonos más, si no entendemos que es la consecuencia de una transición crítica hacia un mundo hiperautomatizado que está haciendo que el ser humano sea progresivamente más secundario y marginal.

"Vivimos en un mundo hiperautomatizado que está haciendo que el ser humano sea progresivamente más secundario y marginal"

Pero una vez hacemos esta reflexión, ha de haber una acción para ser más activos o para recuperar cierto poder perdido, ¿no? ¿Cómo materializamos esta reflexión?

Individualmente, a través de la incorporación de una serie de hábitos, como rehusar el uso tan invasivo de la tecnología en nuestra vida cotidiana, estableciendo límites, educando a nuestros hijos en esa lógica y afrontando en nuestro día a día una búsqueda de ejemplarización para que nuestros hijos comprendan que aquello que les transmitimos es real. 

Y colectivamente, hacer lo que se ha venido haciendo siempre que el ser humano ha tenido por delante retos que desbordan su capacidad individual: asociando voluntades, coordinándolas y organizándolas para ver si pueden incorporarse en las agendas de la política, y finalmente se traduzcan en políticas, para luego convertirse en modelos de gobernanza.

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