Para hacerlo corto, esta porción de territorio -que tiene unos 225 km²- fue fundada a mediados del siglo XIII, y siguió las vicisitudes de muchas ciudades polacas, excepto en su recorrido final. Su nombre fue Königsberg. Inicialmente, perteneció a la Antigua Prusia, después a Polonia y después a Prusia otra vez -a la nueva, a la que podríamos denominar territorio alemán-. Este último fue el periodo de más larga estabilidad, desde 1657 hasta 1945. ¿Qué sucedió en 1945? Pues que se acabó la Segunda Guerra Mundial y este pedazo de territorio quedó bajo el control soviético. Y la URSS decidió que sería una parte del territorio soviético independiente de los otros países también anexionados: Lituania, Letonia y Estonia. Ah, y su nombre cambiaría. De Königsberg a Kaliningrado, en honor a Mikhail Kalinin, un bolchevique de los que podríamos calificar "del morro fuerte".
La repoblación por rusos y la consiguiente rusificación no fue difícil. De entrada porque cualquier forma de protesta en la época se veía reprimida de forma especialmente violenta -recuerden que mandaba Stalin- y porque había habido una aniquilación importante previa. La ciudad había contado con un gran número de judíos y de polacos que habían sido deportados por los nazis. Físicamente, la ciudad había quedado destrozada, arrasada por los bombardeos finales llevados a cabo por los aliados. Total, desde 1945, la ciudad, Kaliningrado, es completamente rusa.
Es una enorme Zona Franca y las ansias de Moscú consisten en convertir Kaliningrado en un tipo de Singapur
La vida allí es agradable y la conexión con Rusia les provee de los recursos diarios. Esta conexión es marítima cuando no es invierno, puesto que, si bien el puerto de Kaliningrado está abierto todo el año, los otros puertos rusos de la Báltica -por ejemplo, San Petersburgo- quedan bloqueados por el hielo en invierno. Los otros medios como el avión y la carretera restan abiertos todo el año. La carretera tiene el inconveniente que se tienen que pasar controles de importación/exportación dos veces. Se ingresa en la Unión Europea por Polonia o por Lituania (un control), se recorre territorio de la UE por unos cuantos kilómetros, y cuando se entra a Kaliningrado otra vez hay controles. El paso fronterizo con Bielorrusia es relativamente sencillo, un mero trámite entre amigos. Esta conexión con Rusia -la única posible, puesto que el bloqueo comercial con la UE es casi total- hace que se presenten situaciones que a menudo son complicadas, sobre todo cuando van cortos de provisiones. Es como vivir en una isla rodeada de tiburones. Todo es un poco asfixiante, sobre todo por la juventud que, por así decirlo, no puede salir del pueblo.
La población, unos 500.000 habitantes, viven de las fábricas que el gobierno ruso deriva ninguno allí. Barcos y coches y todo lo que se pueda manufacturar. Es una enorme Zona Franca y las ansias de Moscú consisten en convertir Kaliningrado en un tipo de Singapur. Más bien un Hong Kong, pero, a causa de la estrategia seguida por Rusia respecto a Europa, todo queda en un notable pan mojado con aceite. Un montaje un poco ridículo y meramente epidérmico. Se fabrica mucho, eso sí. Pero, fuera de Rusia, a nadie le interesa el tipo de cosas que Kaliningrado puede manufacturar. ¿Quizás hay algún empresario catalán que tiene intereses en la zona? Si existe, lo desconozco.
Hay pocos lugares en el mundo con tanta historia intensa por metro cuadrado. Mucha está en su superficie. La más desgraciada, sin embargo, se esconde bajo tierra
La ciudad, como he dicho, es agradable. Hay unas cuantas cosas viejas a visitar. Bueno, más bien hay pedazos de cosas, porque, por lo que vi cuando estuve, no parece que quedara ni un edificio entero después de los bombardeos británicos. Pasear para ver la tumba del hijo más universal de la ciudad -Immanuel Kant- es una actividad muy interesante. También atravesar el río por uno de los numerosos puentes nos lleva a la memoria que por aquí pasó Leonhard Euler que, habiendo nacido en Basilea, murió en San Petersburgo, donde está enterrado. Fue él quien resolvió un problema matemático que los ciudadanos de la ciudad acostumbraban a plantear a los visitantes: "¿Podrías llegar por un lado al otro costado del río -el río Pregel, que divide la ciudad- pasando por las dos islas del medio del río (Kneiphof y Lomse) y atravesando por todos los puentes existentes, pero en una sola vez?".
La cuestión divertía mucho a los locales y se conocía internacionalmente como "el problema de los siete puentes de Königsberg". Hasta que Euler lo analizó y, usando sus teorías de gráficos, dio con la solución. Después partió hacia el norte. Pero la guitarra de la diversión local ya se les había aplastado.
Ignoro si jamás volveré a la antigua Königsberg, porque no hay razones para hacerlo. Ahora bien, existen pocos lugares en el mundo con tanta historia intensa por metro cuadrado. Historia buena y mala, concentrada. Mucha está en su superficie. La más desgraciada, sin embargo, se esconde bajo tierra.