En todo Europa se están produciendo múltiples y contundentes protestas de los labradores, en Holanda, Francia, Alemania...y también aquí. Las motivaciones aparentes son muchas y diversas. En primer lugar los precios percibidos de diferentes sectores agrarios (en nuestra casa, por ejemplo, el aceite de oliva, la fruta fresca, los cítricos, la uva) sometidos en conjunto a una alta volatilidad que alimenta las incertidumbres. Pero también los incrementos de los precios de algunos inputs, los nuevos aranceles de Trump, los riesgos comerciales asociados al Brexit, el veto ruso a productos de la Unión Europea, la previsible pérdida de recursos de la PEC, los riesgos asociados a la sanidad vegetal y animal, los daños crecientes por hechos catastróficos vinculables probablemente al cambio climático, tal como la reciente borrasca Gloria, los impactos comerciales y no sólo comerciales del corona-virus, etc. En el fondo hay un deterioro de la rentabilidad que pone en riesgo la viabilidad económica de muchas explotaciones agrarias.
"Hay un deterioro de la rentabilidad que pone en riesgo la viabilidad económica de muchas explotaciones agrarias"
Sin embargo, a pesar de haber identificado un rosario de causas inmediatas, hay que seguir preguntándose por qué protestan los labradores? Qué está pasando realmente? La agricultura es un sector crítico y estratégico, pero a la vez es un sector frágil y situado en medio de los grandes desafíos del siglo XXI, una realidad que a menudo queda olvidada por una sociedad alejada del hecho alimentario y de su extraordinaria complejidad en relación a las dimensiones sociales, económicas y medioambientales.
Hoy, diferentes vectores están reconfigurando el escenario del siglo XXI con impactos directos sobre la agricultura. El incremento de la demanda de alimentos de una población que crece y se desarrolla añade tensión sobre recursos básicos tales como la energía, el agua, el suelo agrario y la biodiversidad. Este hecho añade tensiones medioambientales y contribuye también al cambio climático. Por otro lado, las necesarias opciones verso la sostenibilidad y la gran transición energética que promueven los tratados de Paris contra el cambio climático requieren cambios en las técnicas de producción y nuevas inversiones. Todo ello impulsa la concentración de las empresas agrícolas y la correspondiente pérdida de unidades productivas, puesto que a menudo la dimensión va ligada a la capacidad para asumir los cambios. En otro sentido, el desarrollo de las tecnologías está comportando, además de requerimientos financieros para abordar las inversiones necesarias, el aumento de la dimensión óptima de la empresa, lo que empuja a más concentración y reestructuración del factor trabajo.
La agricultura, un pastel codiciado
En el nuevo escenario del siglo XXI, con recursos más escasos y demanda creciente, la agricultura pasa a ser un pastel codiciado por especuladores y grandes centros de poder económico, que últimamente están realizando crecientes inversiones en la compra de tierras y en la propia gestión de explotaciones o empresas agrarias. Grandes empresas están tomando posiciones en torno a los inputs del mundo de la alimentación y la bioeconomia. Los fertilizantes, los fitosanitarios y la energía, por ejemplo, están controlados por un número muy reducido de empresas formando poderosos oligopolios. Así mismo la distribución es controlada por unas pocas grandes empresas con fuerte competencia entre ellas provocando una feroz lucha para obtener precios reducidos de sus proveedores agroalimentarios. Ante esto, con unas estructuras organizativas fragmentadas, una mirada de explotaciones agrarias negocian con evidente desventaja la compra de los inputs para la producción y la venta de sus productos. Y por el camino van perdiendo bueyes.
"En el nuevo escenario siglo XXI, la agricultura pasa a ser un pastel codiciado por especuladores y grandes centros de poder económico"
Se produce una paradoja perversa, justo en el momento en que los agricultores podrían jugar una carta decisiva que les permitiera valorar su actividad, hay actores, en parte ajenos al sector, que desde una posición más fuerte están desplazando el agricultor tradicional, empujándolo hacia una progresiva asalarización, irrelevancia o abandono. Contra esto protestan los labradores.
Y, por si faltaba leña en esta hoguera, los labradores protestan por la falta de respeto de una sociedad ingenua o irresponsable que menosprecia los agricultores. La marginación del campesino, la desvalorización de su imagen viene de lejos pero en la actualidad implica un desprecio, o mobing si se prefiere, organizado y alimentado con un discurso pseudo-mediambientalista. Desde la ignorancia y el simplismo se pretende obviar la complejidad y la dificultad de dar respuesta a los retos alimentarios y medioambientales a la vez. Se están imponiendo una serie de absolutos que solamente tendrían viabilidad en un escenario pre-industrial. Actualmente hay muchos más millones de personas para alimentar, hay que destinar espacio a las energías renovables, hay que conservar la biodiversidad, hay que defender nuestros bosques y mantener los equilibrios medioambientales. Hay que hacer todas estas cosas, no sólo una de ellas. Ni todo será un parque natural, ni todo un campo de cultivo pero hace falta que ambas realidades existan de la forma más equilibrada y sostenible posible, atendiendo al conjunto de necesidades dentro de un óptimo realizable.
Pero, ante todo ello, qué hacer? Cuáles son las opciones del campesinado? Qué podrían ser las orientaciones de futuro? El tema es mucho más complejo de lo que parece y, por definición, los temas complejos requieren soluciones complejas y a la vez flexibles o heterodoxas.
Soluciones complejas, flexibles y heterodoxas
En primer lugar, hay que recuperar y exigir el respeto por una profesión que desborda dignidad y servicio. Hay que hacer frente a los profetas del no, a veces disfrazados de mediambientalistes. En este aspecto sería un paso importando la integración o estrecha coordinación y complicidad de los generadores de políticas medioambientales y de políticas agrarias. La descoordinación de estas políticas puede propiciar decisiones desatadas de la responsabilidad de atender el conjunto de necesidades de manera equilibrada.
En segundo lugar, acotar desde las leyes y con la contundencia necesaria las posiciones de abuso de posición dominante a lo largo de la cadena alimentaria y evitar la pérdida de control sobre recursos básicos tales como el suelo y el agua. Se han dado pasos interesantes con la ley de la cadena alimentaría y otras iniciativas pero hay que profundizar en medidas que apoyen a una agricultura territorialmente necesaria pero que por los condicionantes estructurales (orografía, clima, edafología) tienen dificultades en un entorno altamente competitivo.
"Hay que recuperar y exigir el respeto por una profesión que desborda dignidad y servicio. Hay que hacer frente a los profetas del no, a veces disfrazados de mediambientalistes"
En tercer lugar, hace falta que las empresas o explotaciones agrarias mejoren su capacidad negociadora con clientes y proveedores y, a la vez, ganen posiciones y márgenes en el sí de la cadena alimentaria, participando en eslabones de transformación y/o distribución. En resumen, hay que sumar energías con acuerdos de comercialización a través de las Organizaciones de Productores, por ejemplo, u otras fórmulas de integración. Este es un espacio que podrían o tendrían que ocupar las cooperativas, una herramienta organizativa a la que hoy hay que recuperar prestigio y adaptar su funcionamiento a las nuevas exigencias del entorno competitivo. A la vez, ante unos mercados globales, las respuestas también tienen que ser globales y, en este camino, harán falta esfuerzos para mejorar la coordinación de los agricultores en los diferentes niveles.
Finalmente, tal como se ha expuesto, la agricultura se sitúa en medio de los desafíos del siglo XXI. En negativo y en positivo la agricultura es decisiva en términos de gestión del agua, del suelo, de los bosques, de la capacidad para emitir o absorber gases de efecto invernadero, en la defensa de la biodiversidad, etc. Por ejemplo, el suelo agrario tiene un extraordinario potencial como alcantarilla de carbono, un servicio que tiene que interesar a empresas emisoras de CO2 las cuales requerirán compensar sus emisiones. Lógicamente, estos servicios medioambientales que la agricultura puede ofrecer en un escenario de Tratados de París contra el cambio climático tienen que tener su justa compensación económica y resultar una nueva oportunidad. Efectivamente, el rol de la agricultura en la mejora de aspectos críticos del medio ambiente y en relación a la mitigación del cambio climático es un activo de futuro a potenciar.