El Museo Nacional de Arte de Catalunya acoge este jueves la cumbre de los presidentes de Francia y España. Lo hacen entre la incomodidad del gobierno catalán -anfitrión formal del encuentro- y la euforia, algo impostada, de los representantes más conspicuos de las fuerzas vivas barcelonesas. Pero, sobre todo, lo hacen en una situación de debilidad interna de ambos presidentes y en medio del escenario, todavía incierto, que representa la invasión rusa de Ucrania para Europa.
Empecemos por la debilidad interna de Emmanuel Macron y Pedro Sánchez. Sobre el español, no hace falta extenderse demasiado, porque tenemos puntual noticia cada día: la capacidad de marcar agenda -código penal, malversación, aborto- de la derecha extrema española, las dificultades para cumplir promesas y compromisos pendientes - vivienda, ley mordaza- y las dificultades para hacer creer a la opinión pública española que lo de Catalunya ya está resuelto. Todo en año electoral, cuando la única gran ciudad en la que todavía tienen opciones de triunfar es, precisamente, Barcelona.
En cuanto a Macron, cabe recordar la humillante pérdida de la mayoría absoluta en el legislativo de hace pocos meses. El riesgo de que las reformas comprometidas -como el retraso de la edad de jubilación de los 62 a los 64 años que hoy mismo motiva huelgas y movilizaciones- vuelvan a encallarse como ya lo han hecho otras iniciativas, como la generalización de los peajes en las vías de gran capacidad. O el envejecimiento de las centrales nucleares que ha dejado fuera de servicio a una tercera parte durante estos meses de mayores tensiones energéticas.
Europa como vía de escape
Tanto Sánchez como Macron tienen mucho trabajo en Europa. El primero para salir de la posición tradicionalmente de segunda fila que ha ocupado España en el proyecto europeo. Ahora debiendo cargar con el creciente desprestigio de la democracia española por la represión al independentismo y las cuitas judiciales. Y, dicen, como vía de salida personal si las cosas no le van bien en las próximas elecciones generales.
Macron intenta mantener el estatus tradicional de Francia en el liderazgo europeo en medio del desafío ruso, el rearme alemán y la subida de la derecha extrema italiana al poder. Los movimientos alemanes hacia el Mediterráneo tras constatar su fracaso de las políticas contemporizadoras con el oso ruso cuestionan el reparto tradicional de áreas de influencia y el liderazgo francés hacia el sur. Por eso, ambos mandatarios firmarán un tratado de amistad del máximo nivel, equiparable al que Francia ya mantiene con una Alemania y una Italia con replanteamientos interiores hasta ahora inéditos.
La alternativa a las autopistas eléctricas
Ya lo constatamos con la polémica del MidCat. La tentación de tratar con desprecio al vecino del sur -lo de las cabras del Pirineo- siempre está ahí, pero, a estas alturas, es más conveniente tratar de canalizar las inquietudes ibéricas hacia proyectos que también beneficien a Francia. Y ahí está el invento del hidroducto entre Barcelona y Marsella.
Por cierto, el aplauso acrítico del H2Med por parte del gobierno de la Generalitat comienza a hacerse más comprensible si atendemos a uno de los diez puntos de interés para Catalunya que el presidente Pere Aragonès ha hecho llegar a Sánchez: que las conexiones eléctricas de alta capacidad, que inicialmente deben atravesar aquel Pirineo de las cabras y con tantos espacios naturales a proteger, aprovechen la implantación del hidroducto y lo complementen con un cable submarino que facilite la interconexión eléctrica pendiente. Un cable submarino equivalente al que ya está previsto en el Golfo de Vizcaya.
La inmigración
Si más arriba hablábamos de Italia y de las crecientes dificultades con Francia es a propósito de la presión migratoria. Italia, en primera línea en la recepción de inmigrantes provenientes de las costas africanas, quiere el apoyo y la solidaridad de los países centrales europeos -como Francia- a la hora de servir como destino definitivo de estos contingentes humanos, con la tentación de hacer de simple corredor de paso y ahorrarse las críticas por no acoger barcos humanitarios. Poco nos podíamos esperar hace no muchos años que la energía y la inmigración condicionarían tanto y tan intensamente -recordemos el acercamiento entre Madrid y Rabat- a la política europea. Los chips y los metales raros podrían ser algunos de los candidatos a convertirse en invitado inesperado en poco tiempo.
El paso entre las dos vertientes de Catalunya
El control de la inmigración extracomunitaria es, precisamente, una de las exigencias de Macron a Sánchez. No quiere que los Pirineos -otra vez la montaña- sirvan de zona de paso descontrolado a la inmigración clandestina que llega a las costas mediterráneas bajo control español. Así que Francia mantiene cerrados ocho pasos tradicionales de la cordillera. Cuatro de estos pasos están en Catalunya, entre ellos, el Coll de Banyuls, que dificulta las relaciones informales entre campesinos y habitantes de las dos vertientes del Pirineo y hace aún más profunda la división de las dos partes de Catalunya. Sobre todo ahora que en el sur hemos redescubierto el norte a raíz de la solidaridad en el proceso independentista, que también preocupa a Francia. Una solidaridad, muy posiblemente, articulada a través de estos pasos secundarios. La apertura de estas conexiones, por supuesto, es otra de las demandas catalanas.
Corredor Mediterráneo
Otro de los asuntos que deberían resolverse corresponde al ferrocarril. Recordemos que Renfe consiguió, a finales de año, la homologación para hacer circular sus trenes de alta velocidad por las vías francesas, homologación que la SNCF ya tenía de hace meses y que le permitía mantener una escasa conexión ferroviaria entre Barcelona y París. El resultado de las desavenencias entre ambas compañías estatales había sido la reducción al mínimo de las conexiones directas entre Barcelona (además de Girona y Figueres) y Perpiñán. Todo parece que va camino de solucionarse mínimamente.
Sin embargo, lo más problemático, por lo que comporta de inversión y de plazos, es el desinterés francés en dotar de vía de alta velocidad al tramo entre Perpiñán y Nimes. Los vecinos del norte están ahora concentrados en terminar la conexión Atlántico-Mediterráneo. En concreto, el tramo entre Tolosa de Languedoc y Burdeos, y dejan para dentro de unos cuantos años -incluso más de veinte- el enlace hacia el sur. Con las conexiones que hay actualmente, no hay muchos problemas con la vía existente, pero si nos creemos lo del corredor mediterráneo, más pronto que tarde deberían pasar muchos otros convoyes de mercancías y este tramo pendiente de modernizar podría convertirse en un nuevo cuello de botella.
Por cierto, y como ya hablábamos en estas mismas páginas, la discusión en Bruselas sobre detener el corredor mediterráneo en Zagreb en vez de hacerlo llegar a la frontera ucraniana, también puede debilitar las potencialidades del corredor y será, presumiblemente, uno de los temas que seguro que se van a tratar. Todo ello también ha recibido la atención por parte del gobierno de Catalunya.
Entre la rótula y el camino de paso
Por último, no nos extenderemos aquí en las lecturas políticas de la cumbre hacia Catalunya. Todo el mundo ya tiene suficientes elementos de juicio. En cualquier caso, cabe insistir en las necesidades -más de unos que de otros, esto es cierto- en términos internos que representa la cumbre francoespañola. En última instancia, en todos los asuntos en discusión aparecen las mismas constantes derivadas en gran parte de la geopolítica. Las reticencias de Francia hacia un vecino que reclama mayor protagonismo y a servir de corredor de paso -gas, electricidad, mercancías, inmigrantes- para los flujos que vienen del sur.
El interés español para salir del aislamiento geográfico, económico y político tradicional, muchas veces expresamente querido. Para eso quiere hacer valer su posición de rótula entre las dos orillas del Mediterráneo e incorporarse al núcleo central de los estados que deben dirigir la Europa que resulte después de superar el envite ruso, el abrazo del oso americano y las tentaciones de hacer un caballo de Troya por parte del dragón chino.
Y, no lo olvidemos, el interés común de tener las respectivas partes de Catalunya bien controladas y, a ser posible, no muy bien comunicadas ni integradas económica y socialmente, no sea que surgiera un polo alternativo a los intereses de París y Madrid.