PISA y nosotros

La mejora de la escuela y de sus resultados son una tarea colectiva, espejo y a la vez origen de nuestras limitaciones y características como sociedad

Para hacer frente a los malos resultados del informe PISA, el gobierno ha creado un comité de expertos con los miembros consensuados con la oposición | iStock
Para hacer frente a los malos resultados del informe PISA, el gobierno ha creado un comité de expertos con los miembros consensuados con la oposición | iStock
Barcelona
09 de Enero de 2024

La rápida reacción del Gobierno, después de unos primeros momentos de desorientación, ha permitido apaciguar el ajetreo producido a raíz de los últimos resultados del informe PISA. Plantear que este no es un problema coyuntural y que exige una política consensuada a unos cuantos años vista, no solo es acertado políticamente sino que también es correcto conceptualmente. La creación de un comité de expertos con los miembros consensuados con la oposición ha sido una salida razonable en un tema que amenazaba con ser un pim-pam-pum contra el Gobierno, cada cual desde los intereses, visiones y corporativismos respectivos, a menudo contradictorios.

No solo hay falta de recursos y alud de inmigrantes

Viendo la lista y los currículums de las personas seleccionadas no hay ninguna duda que se trata de importantes y varios expertos en enseñanza y en educación. Aun así, puede haber la tentación de formular una serie de recomendaciones para que la próxima vez, o al menos pronto, nuestros alumnos aprueben con mejor nota las pruebas PISA . COmo aquel que prepara para un selectividad o una repesca de las de antes. Nos equivocaríamos si nuestros esfuerzos en la materia se limitaran a mejorar en el ranking internacional de las pruebas PISA. Los pobres resultados de los alumnos catalanes no solo son fruto de unos recortes que se aplicaron de forma draconiana hace más de diez años y que todavía no se han revertido del todo. No son solo fruto del alud inmigratorio de los últimos veinte años, que nos ha hecho pasar de seis a ocho millones, que tensa las costuras de nuestros servicios colectivos hasta desgarrarlas y que ha aumentado la desigualdad social. Que también.

¿Enseñamos lo que hace falta?

Son fruto de un cambio acelerado en todos los valores, intereses, proyecciones y formas de organizarse y de funcionar de nuestra sociedad. Unos cambios que han alejado y han devaluado cada vez más el papel de la escuela -y de la familia, y de la universidad y de las las instituciones en general- a la hora de cumplir la misión de formación y de aprendizaje que tradicionalmente le había sido encomendada.

La dimisión en el papel educativo de muchas familias, que ahora esperan que se prohíba el móvil en la escuela porque en casa no saben cómo hacerlo. El estancamiento del ascensor social -sobre todo hacia arriba- que había vinculado la progresión personal a los esfuerzos educativos. El cambio tecnológico que nos desborda a todos y que cuestiona contenidos y habilidades tradicionales. Porque, ¿quien sabe hoy en día hacer una raíz cúbica? ¿Hay que enseñar a hacer raíces cuadradas? ¿Donde nos quedamos: en las divisiones con decimales, o en las tablas de multiplicar?

La cultura de la imagen que nos proporciona emoticonos para no tener que hacer el esfuerzo de escribir, y de describir, estados de ánimo u otros contenidos en los mensajes escritos. Unos mensajes o unos teclados que son nuestra única manera de escribir y que dejan la tradicional letra ligada con la que todos hemos aprendido a escribir en una antigualla. Después nos exclamamos de los resultados en matemáticas, comprensión lectora o lengua. O no enseñamos lo que hace falta o no lo evaluamos de la manera adecuada. O las dos cosas a la vez.

La escuela tradicional y los cambios sociales

Pero si vamos más allá de las habilidades y de los contenidos, la disociación entre sociedad y escuela es todavía más radical. Valores como la competitividad, el individualismo, la responsabilidad ante los resultados, la poca solidaridad, el cortoplacismo, la falta de esfuerzo, el hedonismo desaforado se imponen aceleradamente y a veces de forma contradictoria en nuestra sociedad. Y mientras tanto todavía hay quien piensa que la escuela lo puede compensar en base a trabajo en equipos donde cada vez hay más niños que se aprovechan del trabajo del líder. Que hay que adaptar el grupo clase a los más atrasados y que nadie repita curso, porque ningún niño no quede atrás ni traumatizado por la presión o la exigencia. Que hay que cultivar la solidaridad en el aula, que en el patio ya se espabilan solos. Que la perspectiva de futuro recompensará los esfuerzos que ahora se realizan en memorización de no se sabe qué exactamente, resolución de problemas alejados de la realidad y deberes para casa...

La escuela que lo tiene que solucionar todo

Y además, pedimos a la escuela que incorpore una formación y unas prácticas a las que la familia a menudo ha renunciado y que son del todo extrañas en el mundo de las redes y de las pantallas. Si se hacen evidentes problemas de acoso, que siempre ha habido, tiene que ser en la escuela. Si hay que educar en la igualdad de género y el respecto a la diferencia, la escuela. En los comportamientos medioambientales responsables, también la escuela. Que coman fruta y verdura, ya lo harán en el comedor escolar, que en casa no nos complicamos la vida: pasta, comidas preparadas y refrescos a chorros. Y si hay que potenciar los valores vinculados al deporte, ya tenemos pandillas de padres y de entrenadores que actúan como tiffossi.

Y dejamos para otra ocasión, puesto que se trataba de la enseñanza obligatoria, la preparación de nuestros chicos y chicas para el mundo laboral, a pesar de que es evidente que muchas de las aptitudes y habilidades que se tienen que adquirir en las etapas básicas de la enseñanza son determinantes a la hora de desarrollarse en el trabajo. Y que las contradicciones entre los valores sociales imperantes y los de la escuela tradicional está en el mundo laboral donde a menudo se hacen más penetrantes.

La mejora de la escuela y de sus resultados son una tarea colectiva, espejo y a la vez origen de nuestras limitaciones y características como sociedad

Una escuela mejor para un país mejor. Y al revés

Los informes PISA solo son la punta del iceberg de una escuela en crisis que cada vez está más desconectada de una sociedad que a muchos no nos gusta hacia donde va, pero que es muy difícil de reorientar. Para recuperar la escuela no tenemos otro remedio que resolver las contradicciones más penetrantes entre los valores de esta y los del mundo del trabajo y de la sociedad en general. Tendremos que asumir que el aprendizaje y la educación no solo son responsabilidad de la escuela sino de las familias y de la sociedad en general. Y por supuesto, tendremos que destinar más recursos y de forma más selectiva y susceptible de evaluación a los profesionales, a su formación y reciclaje, al equipamiento y las instalaciones... y a la acogida de recién llegados, a menudo a medio curso y con unos niveles previos de aprendizaje, y solo de lengua, muy inferiores a los niños autóctonos de su edad.

La mejora de la escuela y de sus resultados son una tarea colectiva, espejo y a la vez origen de nuestras limitaciones y características como sociedad. Una escuela mejor para un país mejor. Y al revés.