Situémonos en el siglo XIV. Entre los años 1310 y 1314 hubo muy malas cosechas. Estas se repitieron en los años 1324 hasta 1329. En el año 1331 la peste negra llegó a Barcelona. Dos años después, 1333 fue denominado por la población catalana "lo mal any primer", fue el año que abrió la puerta a una muy grave crisis social, económica y sanitaria. Después continuaron las desgracias y los años fueron identificados por las desgracias que tenían asociadas. 1347 fue el año de la gran hambre. 1348 y 1349 los años de las grandes mortalidades. 1358, el año de la plaga de langostas. 1362 y 1363, los de la mortandad de los niños. Finalmente 1427 fue el año de los terremotos. A mediados del siglo XV, Catalunya había perdido el 55% de su población en relación a 150 años antes. Por el camino hubo la bancarrota de los bancos y la ruina de la corona de Aragón. La reacción ciudadana se expresó en el extremismo religioso y en la búsqueda de culpables de las que fueron trágicamente víctimas los judíos, tal y como recuerda el pogromo de Barcelona de 1391. A pesar de todo, la sociedad quería salir adelante, Santa María del Mar y la Catedral fueron construidas entonces. El agua como problema sanitario se abordó mediante la construcción de las fuentes góticas que llevaban a Barcelona el agua desde su origen natural. Podríamos decir que ya entonces el conocimiento científico se convirtió en una aliada de las soluciones. En 1401 se creó la Taula de Canvi de Barcelona, que es considerado el primer banco central del mundo. Así, el Consell de Cent intervino y comenzó a ordenar el caos precedente.
2022, “lo mal any primer”
Salimos del viaje en el tiempo y llegamos al año 2022. Todo ha cambiado, nada recuerda el siglo XIV. Pero este año 2022 será considerado por los historiadores el mal año primero de la gran crisis mundial. Previamente hemos tenido muchas alertas pero en 2022 el conjunto de vectores que nos acercan a la gran crisis han decidido sumar. En 1973, con la crisis del petróleo, se evidenció que los recursos eran finitos y escasos. Después nos pusimos a hablar del peak oil. Simultáneamente se fueron manifestando los impactos de nuestro sistema económico, basado en la desigualdad, los combustibles fósiles y la soberbia tecnológica. El agujero en la capa de ozono fue el primer gran susto, aunque, como hecho esperanzador, la coordinación internacional fue capaz de detener. Acto seguido desde el mundo científico se reclamó atención por el cambio climático y sobre la pérdida de biodiversidad. En 1988 se creó el IPCC (Grupo intergubernamental de expertos sobre cambio climático). En 1997 se aprobó el protocolo de Kyoto. Pero el cambio climático lo veíamos muy lejos. El mundo se dividió entre los "frikis" que "creían" en el cambio climático y las personas sensatas como nuestro anterior presidente de Gobierno de España.
El cambio climático está aquí
Sin embargo, tres hechos han producido un cambio radical en el reconocimiento del cambio climático:
- Todas las previsiones que los científicos habían hecho sobre el cambio climático no sólo se estaban cumpliendo, sino que se estaban sobrepasando.
- Causó especial inquietud el informe Stern encargado por el gobierno Británico en 2007. El informe decía: "el cambio climático representa un cambio único para la economía: es el ejemplo más grande nunca visto de quiebra de mercado". Dicho en otras palabras, el cambio climático tendrá unos costes que la humanidad no ha visto nunca. Al hablar de costes el tema se hacía más comprensible y ganaba preocupación.
- Los costes ya han llegado y han comenzado las prisas y la búsqueda de culpables.
En el siglo XXI las expresiones más agudas de crisis con el trasfondo del cambio climático han tomado la forma de burbuja de precios alimenticios, algo que nos sugiere que los estragos más importantes del cambio climático se expresarán como crisis alimentaria. En 2007, a partir del impulso legal de los agrocarburantes para evitar el consumo de combustibles fósiles, se produjo una gran crisis de precios de los alimentos, con la siempre presente ayuda de los fondos especulativos. En 2010 una ola de calor históricamente desconocida en Rusia condicionó el mercado del trigo y con la ayuda de los fondos especulativos los precios se doblaron y fueron el detonante de las guerras del norte de África, con consecuencias de sufrimiento, muerte, migraciones masivas y consecuente levantamiento de los peores sentimientos xenófobos y emergencia de la extrema derecha en Europa. En 2012 hubo una nueva crisis alimentaria proveniente de la sequía en el middle west americano. En resumen, tres grandes crisis alimentarias en pocos años, con el cambio climático de protagonista y con el rol disruptor de los fondos especulativos en los mercados de futuros .
La crisis sanitaria aún no resuelta se suma a los efectos de cambio climático y, sobre todo, la guerra de Ucrania como gran motor de desequilibrios
La tormenta perfecta
Pero en 2022 la dificultad ha subido de categoría. La crisis sanitaria aún no resuelta se suma a los efectos de cambio climático, con unos calores desconocidos en diferentes lugares (Europa, India, Australia, Marruecos, Estados Unidos...), con sequías extremas, incendios y, sobre todo, la guerra de Ucrania como gran motor de desequilibrios. Los tres vectores energético, alimentario y medioambiental agrupados complican las soluciones y abren las puertas a una crisis de largo alcance para toda la humanidad. La escasez de recursos queda más evidente y la guerra para conseguirlos se ha iniciado. La energía y los alimentos han pasado a ser un arma de guerra.
Una primera evidencia es que no estábamos preparados para tanta dificultad. Las primeras respuestas a toda prisa se han dirigido a medidas de emergencia que en algunos casos o suponen la destrucción de activos estratégicos de futuro (caso placas solares en terrenos agrícolas productivos y de regadío de Cataluña) o bien suponen un paso atrás en las políticas emprendidas contra el cambio climático y defensa de la biodiversidad (retorno al carbón, aceptación del gas y nuclear como energía "provisionalmente verde", reducción de las exigencias sanitarias a la importación de alimentos y una larga letanía de contramedidas). La globalización ha quedado malherida y la Organización Mundial de Comercio hace años que no encuentra espacio con capacidad de intervención. Según informa AMIS (Agricultura Market Information System) estos últimos meses 23 países han implementado restricciones a la exportación, lo que afecta al 18% de las exportaciones mundiales.
Si el mundo quiere salir de "lo mal any primer" y avanzar hacia años mejores debe mantener viva la hoja de ruta hacia los Objetivos de Desarrollo Sostenible
Ante la emergencia, las medidas que se están adoptando no se alejan mucho de las rutinas clásicas: insolidaridad comercial con ruptura de acuerdos internacionales, soluciones fáciles más allá de otras opciones mejores, pero más costosas, búsqueda de culpables con generación de hostilidades crecientes, etc. Algunas de las medidas tienen su justificación dada la urgencia y falta de previsión previa. Pero los caminos de las soluciones van desorientados y, con toda probabilidad, seguirá así por qué hay intereses poderosos con capacidad de bloquearlos.
Opciones de futuro en un mundo desigual
Si el mundo quiere salir de "lo mal any primer" y avanzar hacia años mejores debe mantener viva la hoja de ruta hacia los Objetivos de Desarrollo Sostenible y la acción global contra el cambio climático, actuaciones que habrá que actualizar de acuerdo con las circunstancias cambiantes y el conocimiento creciente. Pero esto solamente será posible si el mundo es capaz de abordar cambios esenciales en cultura democrática, solidaridad y coordinación global. Pero todo ello requerirá progresos evidentes en la lucha contra la desigualdad. En este escenario complejo, esta es la pieza del puzle que nos impide dibujar el futuro. Hay que actuar para reducir seriamente las diferencias y para regular las herramientas que alimentan esta desigualdad, tal como, por ejemplo, los mercados de futuros. Tal y como dice Thomas Piketty, "la cuestión de la distribución de la riqueza es demasiado importante para dejarla sólo en manos de economistas, sociólogos, historiadores y otros filósofos. Interesa a todos, afortunadamente".
El epílogo de este artículo es algo pesimista. Hoy, en medio de la ruptura que ha provocado la guerra de Ucrania, no se divisan políticas eficaces hacia la reducción de la desigualdad, el refuerzo de la democracia, la coordinación global y la solidaridad, al contrario. La visión de una sociedad que suma fuerzas y talento para salir del gran reto de la transformación verde hacia un futuro de bienestar cuenta hoy con demasiadas sombras. Pero, si el objetivo de un futuro de progreso es visto como utopía la realidad nos sitúa en "lo mal any primer". Es decir, el primero de muchos otros malos años peores que están por venir. ¿Nos resignaremos?