Vayas arriba, vayas abajo, en cualquier playa o cala del país en la que te pares, encontrarás uno, dos o n chiringuitos. La última EPA, que ratifica la mejor cuota de trabajadores -21 millones activos- gracias al incremento de la ocupación indefinida y a la reducción de la excesiva temporalidad histórica de las plantillas en nuestro país, patentiza también que se consolida la creación de puestos de trabajo de mayor valor añadido. Paseando estos días por la costa, quizás no seremos un país de camareros, pero este verano lo parece.
Da la impresión que se haya abierto el cielo. Si el verano pasado, las playas atrajeron a los viajeros de proximidad, este año se añaden los extranjeros, que llegan sin contención. No hay playa en la que su ayuntamiento no haya permitido abrir un chiringuito de bebidas, comida, música y de toda la fiesta que haga falta. Nativos o de cualquier nacionalidad han optado a las concesiones. Han pagado el canon, que a muchos municipios se les reportará más que no la tasa turística, entre 10.000 y 50.000 euros por cabeza. Si añadimos que en tiempo de transición, después de las elecciones municipales, los antiguos se van y los nuevos no han tenido tiempo para estudiar el tema, el hecho es que la costa es más reducida, el espacio de recreo más reducido y la oferta gastronómica festiva lo ha invadido todo.
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Los italianos perimetraron, desde el primer momento, sus playas. Las zonas deportivas, las hamacas y las sombrillas, y los espacios para comer y beber las invadieron de pleno. Todo muy apretujado. Pequeños pasillos imposibles en medio de este mobiliario permiten a los bañistas acceder al agua. Solo hay que ver, sesenta o setenta años después,las playas de la Costa Amalfitana, las de Friuli Venezia Giulia o, sin ir más lejos, las sicilianas, que son asediadas estos días por los incendios y las temperaturas superiores a los 40 grados.
Al abrirse al turismo masivo, el Caribe optó por un desmadre en sus playas. Aunque nacieron más o menos privatizadas por los grupos hoteleros, estos mercados persas entre la arena y el mar están sometidos a la presencia de una oferta descontrolada de vendedores ambulantes que te pueden ofrecer desde un pez freído con su flaira a cualquier prenda de ropa -con exhibición de la modelo vendedora incluida-, pasando por bebidas, helados y cualquiera otro producto refrescante.
Sitges y la película de Woody Allen de 1969
La costa catalana, y en parte la española, siguió un modelo de poblamiento de las playas bastante extensivo. Tanto las más anchas, Playa de Aro, Salou, Benidorm o la mayoría de la Costa del Sol, como las más recogidas y escarpades que componen las mejores calas y caletes. Metros y metros cuadrados de arena libre para andar, correr, jugar, hacer castillos, pasear junto al agua y amplios espacios para las toallas, las sillitas... Aunque fue en Sitges donde se utilizó por primera vez el nombre de xiringuito de la mano del articulista González Ruano -amigo del pintor Cobertizo Durancamps-, estos peculiares establecimientos pop up son más del sur del Estado, que copiaron, en diminutivo, el nombre y la fórmula que los cubanos daban al café, el xiringo.
Vamos rápidamente hacia una reformulación de nuestras playas. Volvemos décadas atrás con la superpoblación de chiringuitos
Pues bien, este verano vamos rápidamente hacia una reformulación de nuestras playas. Volvemos décadas atrás con la superpoblación de chiringuitos. Omnipresentes. Dominando el territorio y el paisaje. Justo en el momento en el que estamos avanzando hacia la preservación del espacio natural, hacia la desestacionalización de los negocios turísticos para convertirlos en algo permanente, hacia la mejora de la oferta para liberar la holgura y mejorar la experiencia de ocio a lo largo de todo el año, resulta que se facilita la implantación masiva de estos chiringuitos con baja calidad de oferta, que generan más presión sobre las playas y reprochan el paisaje.
Los permisos que se conceden incluyen muy pocos requisitos de calidad y los controles son bastante reducidos. Esto hace que se constituyan negocios muy poco profesionalizados, con cadenas de suministro débiles e improvisadas. Se trata de prácticas vividas durante demasiados años y que ya dábamos por olvidadas. Estas oportunidades recuerdan el título del film de Woody Allen, de 1969, Toma el dinero y corre. Nos gustan mucho los establecimientos pequeños bien gestionados, innovadores, en los cuales la familia y los empleados se ganan bien la vida durante todo el año. Pienso, en este sentido, en la oferta sedentaria de los bares, restaurantes, altamente profesionalizados en las poblaciones de playa y los alrededores, que innovan y ofrecen su creatividad a la clientela durante todo el año, y pagan más impuestos que el precio de la concesión del chiringuito.
La competencia es buena, muy buena, pero no estos simulacros de negocios que aprovechan la concesión, y al llegar el otoño desaparecen. Crean poca riqueza en el territorio. Al acabar la temporada, se van con los duros a otra parte, muy parecido al protagonista del film de Allen, Virgil Starkwell, que va dejando deudas por todos por todas partes.