La aportación económica de los mayores -casi un tercio del PIB europeo- no se corresponde ni de lejos con el rol social que les otorga la sociedad contemporánea. La imagen pública que se refleja generalmente tiene más a ver con las molestias que genera este colectivo (como el título de la serie de Movistar, Sentimos las molestias) que no con la contribución realizada a lo largo de la vida y en los años presentes. A pesar de los esfuerzos públicos para fijar pensiones adecuadas a lo que han contribuido, mejorarles los servicios del estado del bienestar y revalorizar su figura, diríamos que a las generaciones de seniors, activos o no, les falta el relato.
En el cuadro Pirámide de la población empadronada en España del Instituto Nacional de Estadística (INE) hay un botón que pone ver la evolución. Si se pulsa encima, se sobreponen los cambios demográficos producidos desde 2004 hasta la actualidad. A medida que avanzan los años, se constata cómo se adelgazan las franjas más bajas de la población y también las medias; paralelamente, a estos dos fenómenos, se amplía el volumen de los mayores de 60 años. No es ninguna novedad el envejecimiento general, ni aquí ni en Occidente, pero es sobrecogedor ver cómo se precipita.
A medida que avanzan los años, se constata cómo se adelgazan las franjas más bajas de la población y también las medias
Sentimos las molestias
En Sentimos las molestias, Antonio Resines y Miquel Rellán, representan un par de personajes no demasiado grandes para ser mayores, en la frontera del fin de sus vidas laborales. El uno no asume cómo lo van arrinconando al frente de la orquesta que dirige; después de una larga vida de triunfador, sin saber los motivos, ve cómo todo se le escapa de las manos y se niega a aceptarlo. El otro es un viejo rockero que sabe que el adjetivo pesa más que el sustantivo y, aunque trabaja para resucitar los éxitos pasados, se ha resignado al hecho de que nunca volverá. En medio de escenas hilarantes y divertidas, aparecen una serie de tópicos, como por ejemplo: los yayos y el abandono de la vida activa, a dejar a las carreras de los jóvenes, a no ser entendidos por los hijos, a cuidar los a los nietos, a no hacer el ridículo en el mercado competitivo de las relaciones sentimentales y del sexo, a sufrir enfermedades, a llevar pañales...
Estos tics se reproducen en una gran mayoría de las películas que se acercan a entornos de mayores, a través de personajes muy parecidos a Sentimos las molestias. En Solas de Benito Zambrano, aparece el conflicto generacional, la soledad y el abandono. En Los recuerdos, en El Agente topo, o en A propósito de Schmidt, de Jean-Paule Rave, Maite Alberdi y Alex Payne, respectivamente, cultivan estos dos motivos también. En la serie norteamericana Método Kominsky, de Netflix, el personaje no se resigna a abandonar el enfant terrible de décadas atrás. En Dublineses, de John Huston, el héroe se enfrenta a un camino sin regreso. En El ocaso de los dioses, de Willy Wilder, todos enloquecen para volver a ser lo que eran. En Cocoon, de Ron Howard, buscan el elixir de la eterna juventud. En Fresas salvajes, de Ingmar Bergman, el protagonista viaja apresuradamente hacia la muerte, desengañado de la vida pasada. En El hijo de la novia, de Campanela, con Darín y Alterio, se desatan las malas relaciones con los hijos y las nueras. En Muerte a Venecia, de Luchino Visconti, aparece la angustia infinita entre la belleza y la muerte. En Mula, de Clint Eastwood, se muestra la visión del viejo tonto enredado...
Tópicos, tópicos, tópicos en torno a los 9 millones de mayores de 65 años que viven en el España -o los 800 millones en todo el mundo- y que, en 2030, podrían llegar a superar el tercio de la población total española y más del 15% de la mundial. Se refleja la sensación de hacer estorbo. A qué viene un título como Sentimos las molestias; quién molesta? Quién es el amo de la sociedad sino todos los colectivos generacionales juntos? Se magnifica el conflicto generacional, se manifiesta el abandono y la incomprensión de los hijos.
Se trata de las décadas finales de la vida, periodo que se alarga cada vez más gracias a la ciencia; en definitiva, es un paso más que conocido para toda la sociedad.
En este saco de los mayores se colocan a los de 60 y a los de 90 años. ¿Qué diríamos si un demógrafo agrupara a los niños de 8 años dentro del mismo segmento que los adultos de 30? ¡Que está loco! Pues bien, hablamos de un grupo de mayores de 55, 60 o 65 años como si fuera un totum revolutum de preocupaciones, actividades, sentimientos, niveles de renta muy dispares. Poco tienen que ver los diferentes grupos que lo integran: los que continúan trabajando y cotizan, los que dan apoyo económico y de todo tipo a la familia, los que disfrutan de un merecido bienestar... En el informe The Silver Economy, de la UE (Comisión Europea, 2018), los mayores de 50 años representan el 29% del PIB comunitario.
Qué diríamos si un demógrafo agrupara a los niños de 8 años dentro del mismo segmento que los adultos de 30?
No es el tema de mantener el nivel de las pensiones. Ni de invocar a la jubilación flexible, cada cual a la edad que desea. Ni de avanzar más rápidamente hacia los fondos a escala empresarial para que cada cual pueda hacer la bolsa que desea. Todo esto es indispensable plantearlo y realizarlo cuanto antes mejor. Estos elementos forman parte del relato que esta sociedad no ha sido capaz de redactar inclusivamente por los mayores.