Estos días en los que todo el mundo vuelve a casa por Navidad, una consideración a la hora de dar las propinas a los jóvenes: cada vez hay menos ninis, pero los mileuristas pueblan la tierra. Que se reduzca drásticamente, por un lado, la población de los que ni estudian ni trabajan es una muy buena noticia; pero, que de forma mayoritaria los jóvenes ingresen doce o catorce mil euros al año acontece, por otro lado, francamente vergonzoso para las generaciones de adultos que lo facilitan o lo permiten. bien mirado, no sé si hay tanta diferencia en la cantidad a regalar a unos y otras, lo necesitan. ¿Dónde conduce una sociedad que condena a una amplia mayoría de sus jóvenes, ninis o mileuristas, a esperar con impaciencia la gratificación navideña de los mayores?
Tres datos que nos separan de las medias europeas. El primero, aunque ha mejorado respecto a los inicios de la década pasada, el 27,7% de españoles de 25 a 34 años solo ha cursado estudios básicos; este porcentaje duplica el de la OCDE (14%) y es todavía superior al de la UE (11,8%), según datos de la OCDE, presentados en el mes de octubre. Justo es decir que el nivel de formación condiciona absolutamente el acceso al puesto de trabajo y, no hay que decirlo, la cuantía del salario, más todavía en las mujeres; entre el 2007 y este año, se ha duplicado la tasa de paro entre los jóvenes de baja formación (INE, 2022), lo cual no quiere decir que los que han cursado estudios universitarios vivan en la gloria laboral.
El segundo, la mitad de los incluidos en esta franja de edad (el 48,7%) dispone de titulación superior, por encima de la media de la OCDE (46,9%) y de la UE (45,9%),pero con bajísimo nivel práctico en las empresas.
Y el tercero, el número de jóvenes que estudian y trabajan se ha reducido a la mitad durante la última década, del 38% al 16%, mientras en los países de la OCDE tiende a aumentar extraordinariamente conjugando a la vez periodos de estudio con los de trabajo (FEDEA, 2022); vamos a contracorriente.
¿Dónde conduce una sociedad que condena a una amplia mayoría de sus jóvenes, ninis o mileuristas, a esperar con impaciencia la gratificación navideña de los mayores?
Brecha generacional
Si se compara la tasa de paro de los jóvenes con la de los que tienen más edad, aparece una brecha enorme. Mientras que el 31,01% de los menores de 25 años está sin trabajo, significando que uno de cada tres no puede acceder al mercado laboral o ha sido rechazado, los parados que están por encima de esta edad significan el 11,20%, según los últimos datos del INE, correspondientes al tercer trimestre de este año. No es para tocar campanas con el dato de los mayores, pero el de los jóvenes es mucho peor y sobre todo discriminatoria. Han hecho muchos esfuerzos en los últimos años los socialistas en el poder para incorporar a los jóvenes al mercado de trabajo, pero al comparar la evolución con el resto de países la reducción del gap es muy pequeña.
¿Qué pasa con los ninis? Uno de cada cinco jóvenes, es decir el 20% de los jóvenes de 16 a 29 años, lo es, frente al 13% de la media comunitaria. El Consejo de la Juventud calcula que la cifra es inferior, pero el INE la sitúa en torno a este porcentaje que ronda el millón de los que ni estudian ni trabajan. Esta cifra se disparó hasta más de un millón y medio con la crisis de 2008, hasta el 2014, momento en el cual cae; repunta de nuevo en el 2020 hasta lograr máximos históricos. Desde entonces, se precipita la bajada de ninis, a pesar de mantenerse en la segunda más elevada de Europa después de Italia.
Para comparar cifras, en los Países Bajos, representan el 7,6%, en Alemania el 8,1%, en Suiza, el 8,4% y en Noruega, el 9%. Gracias al impulso del mercado laboral después del covid y a los esfuerzos gubernamentales desde 2018, la cifra es ahora la más baja histórica. Esto no saca que haya dejado de ser una sangría que un millón de personas ni se forme ni trabaje.
Salarios precarios
A la espera de la revisión salarial para el 2023, el sueldo de la mayoría de los trabajadores de todas las edades oscila entre 1.337 y 2.295 euros mensuales (INE, 2022). Cuando segregamos por tramos de edad, se puede contemplar cómo los salarios entre los 16 y los 24 años no supera los 1.200 euros; los de 25 a 34 años se sitúan en torno los 1.300-1.400 euros de media, mientras que por encima de los 35 años llegan entre 2.000 y 2.500 euros mensuales. Los trabajadores más jóvenes concentran pues los salarios más bajos, los cuales van aumentando de forma progresiva a medida que el trabajador cumple años. Comparando esta curva salarial con la otros países del entorno, se puede constatar que la diferencia no es ni de lejos tan grande y, sobre todo los jóvenes no empiezan su vida laboral con sueldos tan bajos. Hay que añadir que los tipos de contratos que les ofrecen son mayoritariamente de altísima volatilidad y precariedad: temporales, por días, por horas, por periodo, por obra, parciales...
El sueldo de la mayoría de los trabajadores de todas las edades oscila entre 1.337 y 2.295 euros mensuales (INE, 2022)
Es verdad que reavivan los contratos de formación y aprendizaje, los cuales no levantaban cabeza desde el 2015; lo mismo pasa con los contratos en prácticas, como primera experiencia laboral, que se recuperan a buen ritmo; e igualmente se tiene que decir con el aumento interanual de casi el 3% en el último año del número de afiliados en el régimen especial, lo cual hace prever una tendencia creciente de los de autónomos los próximos años (Secretaría de Estado Ocupación y Economía Social, 2022).
En el análisis sobre las fugas de competitividad, hacíamos referencia a las desigualdades económicas existentes como uno de los factores de pérdida de productividad. Esta situación de los jóvenes es una: estrechez del mercado de trabajo; baja formación; tráfico difícil de los estudios a la práctica empresarial; reducidas figuras de acceso al mercado de trabajo; escasa flexibilidad entre los periodos de formación y los de trabajo; bajos salarios... Este escenario perjudica a todos los estamentos sociales, pero repercute ampliamente en la parte más débil que son los jóvenes. La mayor digitalización, la reducción de la tasa de abandono de estudios, los esfuerzos públicos para rellenar el abismo que hay entre los estudios y las empresas son los faros que acercarían a los jóvenes hacia un escenario menos desfavorable que el actual.
Estos días en los cuales muchas compañías amateurs de teatro del país representan el "Cuento de Navidad" de Dickens, tanto los ninis como los mileuristas estarán muy contentos de que no hagamos el tacaño, como el avaro Ebenezer Scrooge de la obra. Ahora bien, verán con mejores ojos que se aceleren estas dos expectativas: 1) que el concepto de puesto de trabajo se acerque de verdad al que corresponde en la era moderna -autonomía y responsabilidad, horizontalidad, adecuada remuneración y reciclaje permanente-; y 2) que una mejora de las condiciones laborales reduzca el saldo migratorio hacia los países norteños a la busca de un trabajo y un salario mejor, que ha reavivado después de la pandemia.
Estiraos un poco, aunque esta actitud no tendría que compensar nunca la injusticia de los bajos ingresos, como intenta hacer la presidenta de la Comunidad de Madrid con las propinas a los camareros.