No, no ha resucitado. El Mid-Cat es muerto y vuelve a enterrar, pese a la campaña para revivirlo que Enagás había iniciado con notable éxito: apoyo del Gobierno -que hace tres años le dejó caer- y del portugués -que siempre se había mostrado a favor-, apoyo alemán y hasta el de la Comisión Europea. Todos juntos no han podido hacer nada frente a la negativa francesa, parte primordial del fallido proyecto.
Tres mil millones de costes adicionales para conectar con Alemania
Como ya avanzamos desde estas mismas páginas hace ocho meses, el Mid-Cat no era solo la conexión gasista entre Hostalric y Carcasona, especialmente si se planteaba como vía de distribución desde la Península Ibérica hacia Alemania y el centro de Europa. Tal como decíamos -y este mismo fin de semana lo “confesaba” el embajador francés en Madrid- la red de gasoductos en Francia es muy delgada, sobre todo en el suroeste, dónde, además, está en manos de una compañía diferenciada de la que presta servicio en el norte. Tan delgada que para convertirla en un corredor europeo de distribución de gas natural, hacía falta invertir 3.000 millones de euros -y un puñado de años de obras y de problemas ambientales-, a banda de la conexión transpirenaica.
El juego de intereses
Pese a que todo el mundo ha pasado de puntillas, a quién más interesaba una operación como el Mid-Cat era a Enagás. La empresa creada en el sí de la INI franquista para gestionar los grandes gasoductos en España, consiguió en el 1973 quedarse la red que había ido construyendo la Catalana de Gas de Pere Duran Farell, la cual se quedó solo con la distribución minorista y la gestión de los ramales secundarios de gasoductos.
Pero los acuerdos de París establecen un horizonte relativamente próximo, en el 2050, para finalizar la utilización de combustibles fósiles como el carbón, el petróleo y el gas natural. Pese a que puede parecer un horizonte lejano y pueden pasar muchas cosas -como ahora la invasión rusa en Ucrania-, en términos empresariales y cuando se trata de amortizar inversiones tan fenomenales como los gasoductos, es pasado mañana. Es más, toda la revolución a la que estamos asistiendo en el campo energético tiene mucho que ver con este horizonte: empresas petroleras que deben reorientar su negocio, estados exportadores de petróleo o gas natural que deben afrontar una reconversión que parecía permanentemente aplazada…
Empresas petroleras que deben reorientar su negocio, estados exportadores de petróleo o gas natural que deben afrontar una reconversión que parecía permanentemente aplazada
Y no hace falta decir que una empresa como Enagás que gestiona 11.000 kilómetros de gasoductos y que cuenta con tres grandes depósitos subterráneos de almacenaje de una energía que tiene los días contados. Si no lo tenemos presente, será difícil entender nada de este sainete. De aquí el interés que, mientras, las cuatro plantas regasificadoras de Gas Natural Licuado -y dos más con participación mayoritaria- propiedad de Enagás trabajen al máximo durante los próximos años, ahora que el grifo de los gasoductos rusos se cierra y hace falta importar gas en forma líquida de los Estados Unidos, Qatar, Nigeria y de otros. Y que por los gasoductos españoles circule el máximo posible de gas, claro.
Los intereses franceses
Francia, como se ha comentado ampliamente, en nombre de la independencia energética -y militar- ha apostado sobre todo por la energía nuclear y el gas ha sido poco desarrollado. En cualquier caso, se ha convertido en las últimas décadas en un gran exportador de electricidad en los países vecinos. Pese a un parque de centrales envejecido, muchas de las centrales nucleares del mundo son de tecnología francesa -incluidas las primeras catalanas- y aspiran todavía a vender alguna más. De aquí la insistencia francesa para obtener -y con éxito- que Europa considere la electricidad de origen nuclear -y de pasada el gas natural- como energías de transición y susceptibles, mientras tanto, de recibir ayudas para nuevas instalaciones.
Que la Alemania de Merkel, después del accidente de Fukushima, decidiera ir cerrando todas las centrales nucleares y se refugiara en el gas ruso mientras las renovables todavía no eran suficientemente potentes como energía de sustitución es el origen del desacuerdo energético francoalemán. Una desavenencia que tiene un origen geopolítico más amplio. Y es el reparto de facto, sobre todo desde la unificación alemana, de las áreas de influencia. El este de Europa para los germánicos y el Mediterráneo para los franceses. Que Alemania se interese por la energía de la orilla africana canalizada por la Península Ibérica no es un plato de buen gusto para los franceses. Y además, si debe convertirse solo en un corredor de paso sin demasiadas contrapartidas.
Hub o no hub. Energético, eso sí
Así es que se vendió que Barcelona y su planta de regasificación -la más potente del Mediterráneo, ya que hacía de puente para la importación de gas argelino orquestada por Duran Farell- como un hub, un polo de actividades, energéticas. Si hasta ahora se hacía servir para los aeropuertos, ahora nos lo colocan para la energía. Todavía nadie no ha contado en qué consiste este polo energético y cuáles potencialidades permitiría desarrollar que se hayan desarrollado hasta ahora. Más temprano, la verdad. Pero el concepto ha hecho suficiente fortuna para servir de elemento propagandístico durante la campaña de Enagás para resucitar el Mid-Cat y para obtener un visto bueno acrítico del gobierno de la Generalitat, tanto en el Mid-Cat primero como el anunciado Bar-Mar que debería sustituirla. Si finalmente va por delante, ya será necesario que nuestras instituciones se pongan a trabajar a ver que podemos sacar.
Barcelona-Marsella por mar
La propuesta del presidente francés para no quedar como insolidario con Alemania y el centro de Europa y poco sensible a las aspiraciones ibéricas ha sido el Bar-Mar, la conexión entre Barcelona y Marsella de un gasoducto submarino que sea capaz de transportar hidrógeno verde en el futuro y, mientras, gas natural. Así es como se nos ha contado.
Para Francia, la propuesta es mucho más aceptable. Dos cabezas de puente -Marsella incluida, que también debe aspirar a eso del polo energético- y no uno. Menor impacto ambiental, al menos a ojos vistos, y menos cuestionamiento social. Y en Marsella, el potente eje del Roine-Rhin, verdadera columna vertebral europea y corredor para todo tipo de transportes y mercancías, podría acoger sin demasiadas dificultades un nuevo tránsito de peso, sea gas o sea hidrógeno. Para Enagás, más vale Bar-Mar que nada.
Para Enagás, vale más el Bar-Mar que nada
Hace falta pensar que los recientes sabotajes en los gasoductos submarinos del Báltico por ahora no preocupan demasiado a los respectivos dirigentes, pese a que ha resultado evidente la fragilidad y los eventuales costes y dificultades para reparar una infraestructura submarina como esta.
¿Hidrógeno verde o electricidad renovable?
Todavía no está nada claro esto del hidrógeno verde. La tecnología todavía está madurando. Recordemos que si es verde es porque está produciendo con energía eléctrica renovable. Catalana no será, que apenas tendremos para abastecernos nosotros. Quizás de los Monegros y del macrocomplejo fotovoltaico que planean. O quizás de más lejos, las llanuras desérticas de Marruecos o Algeria.
La otra discusión es que puestos a transportar es preferible la electricidad o el hidrógeno. Sabemos del impacto ambiental y de las elevadas pérdidas energéticas que generan los transportes de electricidad. Quizás se podrían sustituir las torres de alta tensión por cables submarinos. En Mallorca ya hay uno. Pero para llevar a Alemania y el centro de Europa para que el hidrógeno se lo fabriquen ellos ya es otra cosa.
Por otra parte, el hidrógeno se produce a partir de agua dulce o desalada. Ni en los Monegros ni en el norte de África hay mucho. Por tanto, esto iría a favor de exportar electricidad renovable y que en el centro de Europa, que no les hace falta agua, se produzcan su hidrógeno verde. Más contradicciones.
Sabemos del impacto ambiental y de las elevadas pérdidas energéticas que genera el transporte de electricidad
De otra banda, se nos dice que la nueva infraestructura no sufriría los problemas actuales de las tuberías existentes porque ya estaría adaptada a las necesidades del hidrógeno. Entonces haría falta rehacer los gasoductos terrestres que parten de Marsella. Más costes, que todavía no se han estimado ni en la parte marítima, y demasiado interrogantes.
¿Para qué podemos utilizar el hidrógeno como combustible?
Los interrogantes no se terminan aquí e incluyen las dudas sobre la capacidad de utilizar el hidrógeno de forma eficiente y competitiva con la misma flexibilidad que lo hace el gas natural. Hay quién dice que el uso del hidrógeno solo sería viable en determinados casos: siderúrgicas, fábricas de fertilizantes, transporte marítimo y no demasiada cosa más. Nada de uso doméstico, por ejemplo. Y si fuera así, quizás no se necesitaría tal cantidad de hidrógeno verde para justificar unas tuberías tan potentes y costosas.
¿Y Europa, cuando se lo estudie con detalle, lo financiará? Porque si no es así, ni Bar-Mar ni nada que se le parezca.
Podríamos, pues, estar delante de otro espejismo impulsado por aquellos que queremos reaprovechar su sistema de gasoductos. O podríamos encontrarnos delante de una oportunidad como cuando Duran Farell introdujo el gas natural y se tuvo que adaptar todo el sistema de distribución existente del llamado gas ciudad o gas de alumbrado. Incluso, el gas natural se cargó el muerto del accidente de la calle Capitán Arenas de Barcelona, pero ha sido desde entonces y durante décadas una fuente suficientemente útil y fiable de abastecimiento energético. ¿Podría ser el hidrógeno verde? ¿En qué condiciones? Lo tendremos que ir siguiendo.